Capítulo uno:

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Hay que aclarar unas cuantas cosas antes de empezar:

La historia original le pertenece a eabalo1987, pero no se ha actualizado desde 2017. Hace tiempo le intenté preguntar al autor si me permitía continuar la historia, pero jamás me respondió ni tampoco ha dado señales de vida.

Intentaré seguir su historia, siempre con respeto hacia el creador, pero como ni yo ni nadie tiene idea de cual era su plan original, tendré que avanzar como mejor me lo parezca en base a las pequeñas pistas de hacia donde iba la historia originalmente, aunque haciendo los cambios respectivos para que encaje en la nueva trama.

También quiero añadir que si el creador original ve esto y me pide que lo elimine o algo parecido, lo haré inmediatamente, porque lo primero es el respeto y luego las historias.

Sobra añadir que estoy publicando esto en lo que originalmente era un one-shot que he movido a otra historia, así que no se confundan por los comentarios no relacionados a la trama que verán por aquí.

Una vez dicho todo ello, espero que disfruten.

...

25 DE DICIEMBRE:

Oficialmente se acabó.

He tentado a la muerte en más ocaciones de las que puedo recordar, pero supongo que la suerte también puede terminarse.

Me arrastraba penosamente por el suelo, respirando con dificultad y ahogándome en mi propia sangre. Veía borroso y todo se escuchaba lejano. Me di cuenta de que, incluso si no estuviese agonizando tras haber sido herido de muerte, estaba demasiado lejos como para buscar ayuda.

Considerando mi suerte, mi cadáver jamás sería encontrado. Estaba perdido a mitad del bosque nacional del Monte Hood, en el estado de Oregón, sin que nadie supiese que había venido en primer lugar,

Intenté enfocar mis ojos sobre algo, cualquier cosa que pudiese suponer una mínima posibilidad de supervivencia.

Sentí una presencia a mi lado, y al volver la mirada conseguí vislumbrar fugazmente la silueta de una hermosa joven de cabello rojizo y brillantes ojos plateados llenos de preocupación.

Luego, el mundo quedó en silencio y me sumí en la oscuridad.







20 DE DICIEMBRE

Quizá... sea necesario rebobinar un poquito.

Comenzaban las vacaciones de invierno, me encontraba abriéndome paso a travez de Central Park de camino al departamento de mis padres en Upper East Side para pasar algunas semanas con ellos.

Nueva York tiende a tener inviernos realmente crudos, pero ese día había sido extrañamente pacifico hasta el momento. Suaves corrientes de aire helado acariciaban mi rostro mientras una leve nevada caía sobre la ciudad. Mis pies se hundían en la fina capa de escarcha que se formaba en la acera y el crujido de la nieve me evocaba recuerdos de épocas más simples.

Quedaban tan sólo cuatro manzanas para llegar a mi destino cuando escuché una voz femenina llamándome por mi nombre:

—Saludos, Perseus.

Me estremecí. Nadie me llamaba por mi nombre completo si no era A) un monstruo con deseos de despedazarme, o B) un dios que había encontrado el momento perfecto para importunarme.

Visto en retrospectiva, quizá debería haber huido en ese mismo instante. Es decir, sí, podría haber terminado terriblemente mal, o... podría haber terminado perfectamente bien.

Supongo que todo eso da igual ahora.

Me giré y, para mi desgracia, la reconocí al instante: cabello castaño rojizo, brillantes ojos amarillo plateado y un característico uniforme de caza.

—Señora Artemisa...—murmuré—. Ehm... ¿buenas tardes?

Esperaba no estar tan ruborizado como me sentía. Conocía a Artemis desde hacia unos seis años, pero jamás la había visto en una apariencia mayor a los doce. Se supone que los dioses pueden verse esencialmente como deseen, desde animales hasta fuegos llameantes. No obstante, Artemis siempre había sido distinta: se mostraba de la misma edad que solían tener sus cazadoras.

Esta vez, no obstante, se me había aparecido en la forma de una mujer de veinte años con aquella inhumana belleza divina que evocaba a la luna, enorme, imponente e inalcanzable, pero mucho más discreta y silenciosa que su hermano el sol.

Ella me estudió en silencio por varios segundos, con los brazos cruzados en actitud hostil.

—Ven conmigo—ordenó—. Tenemos mucho de que hablar.

Cerré los ojos, inhalé y exhalé profundamente. Sabía en lo que me metía y no me agradaba. ¿Qué sería ahora? ¿Un viejo rey titán hecho pedazos? ¿Una señora de tierra reviviendo a los muertos? ¿Un imitador mágico de Elvis Presley? ¿O quizá un montón de emperadores mohosos fanáticos del capitalismo?

—De acuerdo... Creo que primero deberíamos calmarnos—dije—. Exactamente cuál es el problema. No es como sí...

Me cerró la boca con un chasquido y miró de reojo en dirección al Empire State Bulding.

—No aquí, no ahora...

Parpadeé, y lo siguiente que supe es que el clima cambió drásticamente. Pasamos del húmedo al seco, la nieve se esfumó y los edificios habían desaparecido.

—¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde...?

Artemis tomó asiento, nos encontrábamos en la terraza de una pequeña cafetería. Del otro lado de la calle había una gran estatua de la propia Artemisa con el arco en ristre. Jamás había estado en ese lugar, pero en cierto modo, la siempre presente influencia de los dioses lo hacía un tanto familiar.

Bienvenido a México—dijo—. Lamento las molestias, pero no puedo permitir que oídos indiscretos del Olimpo se entrometan en lo que no les incumbe.

—Oh...—apreté los puños, figurándome qué era lo que venía a continuación.

Ella apretó los labios. Se le notaba incómoda, reacia a hablar.

Tragué saliva y... miren, no es mi culpa tener un cerebro tan hiperactivo, ¿de acuerdo?

Mientras Artemis parecía meditar cuales serían sus palabras, no pude evitar observar tan discretamente como pude lo realmente bella que era aquella diosa.

Desearía no haberme quedado tan absorto en su rostro, porque eso evitó que pudiese reaccionar a tiempo cuando me soltó la bomba que arruinaría mis navidades.

—Te necesito para una misión.

Un Día de Caza: PertemisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora