Capítulo seis:

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21 DE DICIEMBRE

Si salíamos de Nueva York a la una y media llegaríamos a Chicago rondando las nueve de la mañana y desde allí a California unas cuantas horas más, al final, podríamos navegar por la costa hasta llegar a Portland. Llegaríamos en tres días, recuperaríamos el arco robado, liberaríamos a Artemisa y nos teletransportaríamos a tiempo para llegar a casa con mi familia para Navidad.

Un plan increíble, si ignoramos la falta completa de desarrollo y el hecho de que las cosas jamás salen como yo lo quiero.

Cuando llegamos a la estación de tren nos encontramos con un nuevo problema.

—Percy... tú tienes dinero, ¿no es así?

—Por supuesto—reí—. ¿Qué caballero no invitaría a tan hermosa dama?

Su cara se tiñó de dorado, sonreí victorioso.

—Oh, que galante de tu parte—dijo, siguiéndole a mi pésima actuación.

Nos reímos por un momento. Miré en mis bolsillos en busca de mi cartera...

Oh...

De acuerdo, eso era un problema.

Me reí nerviosamente, a lo que Artemis respondió quedando en absoluto silencio por varios segundos.

—Idiota.

—¡Hey!

—"Ya sé cómo prepararme para una misión" dijiste.

Por un lado, me lo merecía. ¿Cómo había olvidado algo tan sencillo? Por el otro lado...

—Y tú, no obstante, insististe en ayudarme—señalé—. Si tenemos un problema, no es sólo mi culpa.

Me fulminó con la mirada. Alcé las manos en gesto de rendición.

—Okey... está bien. ¿Qué hacemos ahora?

Se cruzó de brazos.

—Piensa algo, eres tú al que se le olvidó.

Bufé.

—¿Y tú no tienes dinero contigo?

—No creo que reciban dracmas.

—¡¿Y por qué sólo traes dracmas?!

—¡¡Al menos yo traje algo!!

Suspiré.

Touchè...—miré a mi alrededor—. ¿Y no puedes sólo... crear dinero de la nada?

—Por fortuna para ti, sí que puedo. Pero...

—Pero mientras más uses tus poderes, más se debilita tu cuerpo—suspiré—. No te preocupes, encontraremos otra forma...

Me fijé en una fuente cercana. La luz de la tarde se filtraba por el agua y se descomponía en rayos multicolor.

—Tengo una idea...—murmuré—. Pásame uno de esos dracmas.

Artemis alzó una ceja.

—¿Planeas mandar un Mensaje Iris?

No pude evitar sonreír.

—Digamos que Hermes me debe uno o dos favores en los que no vale la pena indagar. No te preocupes, no tiene por que saber qué es lo que estoy haciendo o con quién lo hago.

Artemis me estudió con detenimiento.

—Bien pensado. Me sorprende que saliese de ti.

—¿Por ser hombre?

—Por ser tú.

Resoplé.

—Que amable.

—Soy todo dulzura.

—Sí... en una prisión llena de genocidas.

Sus ojos emitieron un brillo plateado, frío como la luna de invierno.

—¿Has dicho algo?

—No... nop... para nada...

Comenzó a reírse a carcajadas.

—Muy graciosa—gruñí.

—Deberías haber visto tu cara.

—Dioses... ¿podemos concentrarnos en evitar que el gigante de tres leches y una hechicera desconocida sigan exprimiendo jugo de Artemisa?

—Ya, perdona—suspiró.

Tomé uno de sus dracmas.

—Ahora, si me disculpas, tengo que hacer una llamada.







Pocos minutos más tarde en los que para nada chantajeé mi primo el dios de la economía, estábamos preparados para partir, con dos boletos comprados y esperando a que llegase nuestro tren.

—Así que... ¿cómo es eso de vivir como cazadora?

Artemis me miró con suspicacia.

—¿Preguntas en serio?

—Oye, tengo curiosidad.

Se encogió de hombros.

—Pues a mí me gusta, de lo contrario no sería diosa de la caza.

—Suena lógico.

Sonrió.

—Hay libertad en cada una de mis acciones. Las noches están llenas de vida, pero el silencio es abrumador al lado de una ciudad como Manhattan.

—Sí... el silencio puede llegar a ser tan opresor como el ruido—murmuré—. En ocaciones es difícil acostumbrarse a la paz tras haber crecido toda mi vida en Nueva York.

—Y luego está el terreno virgen, en donde los mortales aún no han comenzado a contaminar.

Ladeé la cabeza.

—¿Aún existen de esos?

Se encogió de hombros.

—Te sorprendería—respondió—. La gran mayoría de especies de flora y fauna del planeta aún no se han descubierto o catalogado. Cada vez es peor, claro, pero si buscas lo suficiente, aún puedes encontrar un poco de paz.

A lo lejos, se escuchó el sonido del tren acercándose. Me puse de pie, pero me invadió la desagradable sensación de que algo no iba bien.

—¿Notaste eso?—pregunté.

Artemis asintió, mirando alrededor en busca de amenazas.

—No sé que sea, pero parece guardar las distancias.

Bufé.

—Si tuviese una moneda por cada vez que algún monstruo me haya sacado a rastras de un tren... tendría una moneda, pero es más de lo que necesito.

Subimos al vagón y me preparé mentalmente para estar alrededor de veinte horas en el interior de una caja rodante metálica.

Un Día de Caza: PertemisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora