Capítulo dos:

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20 DE DICIEMBRE

—¿Por qué?

Sí... esa no es precisamente la respuesta más apropiada para una diosa que perfectamente podría sumarme a la población de Jackalopes de Norteamérica, pero realmente estaba cansado de todo ese juego de el dios y el héroe.

¿Debí haberlo visto venir desde mucho antes?

¿Podría haber hecho algo para evitarlo?

Más allá de acabar con mi propia vida: NO

Me di un golpe contra la mesa.

—¿Podrías... repetir lo que dijiste?—pregunté, con un leve dejo de esperanza en mis palabras—. Creo que quizá y sólo quizá no te haya oido bien...

—Ya lo has oído—respondió con voz calma, pero un tanto incómoda—. Tengo una misión para ti.

Medité seriamente qué era lo peor que podía pasar si me negaba. Artemis definitivamente era mucho más capaz de valerse por sí misma que Apolo cuando llegó a mi puerta convertido en un humano cubierto de porquería... pero por el otro lado, Apolo no me había secuestrado y llevado a México en contra de mi voluntad.

Suspiré.

—¿Exactamente... qué quieres que haga?

—Tenemos—señaló—. Yo iré contigo.

Parpadeé dos veces. Eso no se oía del todo mal. Tener a una diosa como ayuda siempre resulta de utilidad... y vaya bombón de diosa.

Sacudí ese pensamiento de mi cabeza, ¿a qué había venido eso?

—Ejem... de acuerdo, ¿exactamente qué quieres que hagamos?

Instintivamente me llevé una mano al bolsillo y comencé a juguetear con mi bolígrafo. Si una diosa estaba activamente uniéndose a la misión, sólo podía significar que las cosas se pondrían realmente feas.

Artemis me clavó una mirada furiosa.

—Me han robado mi arco—anunció.

Antes de que pudiese darme el tiempo de tan siquiera pensar en mis palabras, le solté:

—Pues use otro.

Me fulminó con la mirada y me encogí sobre mi asiento.

También tomé la nota mental de JAMÁS volver a poner un pie en Central Park.

Si tuviese una moneda por cada vez que un dios me haya encontrado allí para pedirme que le ayudase a recuperar una de sus armas tendría dos monedas, que no es mucho, pero es raro que haya pasado dos veces.

—No es un arco cualquiera—explicó ella—. Es un símbolo de mi poder, un arma de Oro Imperial puro creado por los Cíclopes mayores al igual que el Rayo de Zeus y el Yelmo de Hades.

—La voy a detener allí—dije—. ¿No era Apolo el de las cosas doradas?

La diosa hizo el ademán de querer apuñalarme, pero se contuvo.

—Es cierto que mi hermano es asociado con el oro y yo con la plata—reconoció—. No obstante, no hablamos de cualquiera de mis arcos, hablamos de mi primer arco, el arco original. Sólo hace falta que revises los textos antiguos. Apolo mató a Pitón con su arco y flechas de plata, mientras que yo cazaba con un arma dorada.

—Y... ¿cambiaron de colores para qué combinase mejor con todo el rollo del sol y la luna o....? ¿Sabe? Creo que mejor ya me callo...

Abrió la boca para continuar, pero le volví a interrumpir.

—Ehm, lo siento, lo siento, pero debo saber... ¿para qué me necesita?—pregunté—. No puede sólo ir usted y... ya sabe, ¿recuperarlo?

Me miró con aquellos fríos ojos que prometían dolor infinito tan severamente que deseé que la tierra me tragase. No obstante, giró la cabeza con un leve rubor dorado en las mejillas y murmuró entre dientes.

—Por... .... ..... ... ......

—¿Qué?

—Porque... ... .... ... ......

—Otra vez, ¿qué?

—¡¡¡Porque no puedo hacerlo sola y necesito tu ayuda, imbécil!!!

Me le quedé mirando por varios segundos, tratando de tragarme el pánico.

...

ª

—No... sé... si debería sentirme alagado... o insultado...

—¿Vas a venir, SÍ O NO?

Cuando un dios te pregunta acerca de una misión, las únicas dos opciones son Sí, o Sí. Esencialmente porque decir que "no" es el equivalente a una sentencia de muerte prematura.

—Sí, señora...—murmuré a regañadientes—. Pero... primero, ¿le importaría dejar que le avise a mi madre? Ella y mi padrastro me están esperando en casa y tal... y... podrían preocuparse si no llego.

Artemis cerró los ojos, inhaló y exhaló armándose de paciencia.

—Claro, hagamos eso...

—"Hagamos"—repetí—. En plural.

Alzó una ceja.

—¿Tienes algún problema?

—Esto... ¿no?

Se cruzó de brazos.

—Necesito asegurarme, Perseus, de que no vayas a escapar a la primera oportunidad.

Alcé las manos en gesto de rendición.

—Muy bien, usted gana.

Artemis se puso de pie y chasqueó los dedos. Me preparé para ser enviado a toda velocidad hasta quién sabe dónde, pero en su lugar, lo único que ocurrió fue que un rayo cayó del cielo y voló en pedazos la estatua de Artemisa del otro lado de la calle.

—¿Y eso a qué vino?—quise saber.

La diosa se encogió de hombros.

—¿No notaste nada en particular sobre esa vieja estatua?

Lo medité por un momento.

—Estaba desnuda—comprendí—. Pero, ¿eso justifica la destrucción de propiedad pública?

Ella lo descartó con una mano.

—Esa era sólo una réplica—explicó—. La escultura se llama "La Flechadora de las Estrellas del Norte", o "Diana Cazadora", más popularmente. La diseñó un tal Vicente Mendiola Quezada y fue construida más o menos en el 1938. Lo importante es que, como notaste, estaba desnuda. Así que planté una o dos ideas en algunos colectivos cristianos de la época para que protestasen en contra de ella, y conseguí que le agregasen algo de ropa, pero no fue suficiente, así que aprovechando el terremoto de 1957 como tapadera, causé daños a la escultura deliberadamente para que fuese removida.

—Sigo pensando que es un poco extremo...

—¿Atenea casi destruye a Grecia y Roma porque le robaron una estatua y me juzgas a mí por esto?

Touchè...

—El punto es que los mexicanos eran cabezas duras y se negaban a quitar la estatua, incluso volviéndole a quitar la ropa. Por suerte, al hacerlo la estatua sufrió aún más daños y se retiró. Para mi mala fortuna, fue reemplazada por una réplica mientras la original era trasladada al estado de Hidalgo, y desde entonces han aparecido replicas en todo el jodido país, Acapulco, Colima, Chihuahua, Juaréz, Monterrey, Tijuana...

—Mire... Señora Artemisa... ¿le importaría dejar la charla sobre arquitectura?—rogué—. Me está recordando a... bueno, olvídelo.

La diosa suspiró.

—Lo lamento. Supongo que necesitaba desahogarme—murmuró—. Tenemos que irnos, ya hemos perdido demasiado tiempo...

Si hubiese sabido en dónde me había metido, hubiera hecho todo lo posible por ser volado en pedazos por un rayo en ese mismo instante.

Pero... ¿qué se le va a hacer?

Un Día de Caza: PertemisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora