Capítulo tres:

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20 DE DICIEMBRE

Mientras Artemis y yo atravesábamos el cómodamente familiar paisaje de Manhattan en silencio, recién se me ocurrió preguntar:

—Y... ¿quién fue quién robó tu arco, para ser exactos?

Ella emitió un suspiró de cansancio.

—No lo sé—admitió—. Tiene que ser alguien muy habilidoso, por no mencionar que pocos son los que conocen la existencia de mi arco, por lo general sólo uso armas como las de mi cazadoras. Quizás...

—¿Quizás qué?

—Quizás pueda ser Orión.

Fruncí el ceño.

—¿Orión?—pregunté—. ¿Qué no está muerto?

—Sí, no obstante, Gaia lo resucitó durante la Segunda Gigantomaquia para que diese caza a tus amigos, Nicolás y Reyna.

—Creo que en realidad es Niccolò... pero eso suena raro, ¿y si lo dejamos en Nico?

—¿Es eso importante?

—Ya, perdón... quiero decir, ¿no se supone que Reyna volvió a matar a Orión?—señalé—. Normalmente los gigantes tardan mucho tiempo en regenerarse.

—Orión nunca ha sido cómo los otros gigantes...—murmuró—. Él siempre fue... especial, podría decirse. No es sólo hijo de Gaia y Tártaro, sino que también desciende de Hermes, Zeus y Poseidón.

Silbé.

—Vaya... debió de ser una noche muy alocada.

Artemis no pudo evitar reírse, aunque de un modo ligeramente histérico. Era obvio que había estado bajo mucha presión últimamente y necesitaba desesperadamente aliviar algo de tensión.

Era mucho más guapa sin el ceño fruncido y sonriendo de aquella manera, especialmente bajo los primeros rayos de luz de luna, que parecían hacerla todavía más linda.

Continuamos hasta llegar al edificio y empezamos a subir.

—¿Qué les voy a decir...?—murmuré.

Artemis me miró con cierta confusión.

—Sólo diles la verdad.

Bufé.

—¿Qué una diosa odia-hombres me necesita para una misión mortal de la que posiblemente no vuelva nunca?

—A ver, para empezar, yo no odio a los hombres.

Alcé una ceja.

—¿Ah, no?

—"Odio" implica el haber amado en el pasado—explicó—. En todo caso, aborrezco a los hombres, y no a todos. Tú me caes bien.

Me guiñó un ojo y sentí mi cara arder.

—En segundo lugar, exageras el peligro—añadió—. Viajas con la diosa más poderosa a tu lado.

—Y también la más humilde—susurré.

—¿Has dicho algo?—preguntó dulcemente.

—¡N-no! ¡No! ¡Para nada!

—Ajá... en cualquier caso, no tienes nada que temer. Lo que me recuerda, ¿cuentas con seguro de vida?

—¡¿Qué?!

La diosa se rió en mi cara, a lo que reaccioné mirándola embobado. ¿Acababa Artemis de tomarme el pelo?

—Ja ja... muy graciosa...

—Vamos, no te esponjes—sonrió—. Eres demasiado pesimista.

—¿Yo? ¿Pesimista?—bufé—. Si soy el sujeto más positivo que hay.

Un Día de Caza: PertemisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora