Capítulo catorce:

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24 DE DICIEMBRE:

Me dolía todo.

Cada hueso, cada músculo, cada maldita célula.

Abrí los ojos, sintiéndome como si estuviese en llamas. Me escocía la piel y tenía la garganta como papel de lija.

Sí... ya me había acordado el por qué no hacía explotar grietas volcánicas con regularidad: duele.

Me quedé mirando hacia arriba por un muy largo rato. Parecía encontrarme en alguna clase de tienda de campaña, con un ambiente cálido y confortable. Sentía lo que parecía ser una alfombra de seda bajo mi piel y un almohadón donde apoyaba la cabeza.

A lado mío, un brasero dorado ardía por sí mismo, sin combustible ni humo. De las paredes colgaban pieles de animales que no sabía ni siquiera como identificar.

—¿A... Artemis?—murmuré.

"¿Cuánto tiempo ha pasado?"—me pregunté—. "Para empezar... ¿estoy vivo?"

Definitivamente estaba vivo. Los muertos no sentían tanto dolor.

Me reincorporé a muy duras penas, apretando los dientes y temblando. Estaba cubierto de vendas prácticamente de pies a cabeza, y sentía un pegajoso calor bajo las gasas, como si me hubiesen embadurnado con alguna clase de pasta curativa.

"Nota mental..."—pensé—. "No vuelvas... nunca más... a acercarte a un volcán en tu vida".

Avancé tambaleándome torpemente hasta salir de la tienda. El frío me golpeó de lleno, atravesándome como pequeñas dagas gélidas que se hundían hasta mis huesos.

No muy lejos de allí, sentada junto a una pequeña fogata, Diana, o Artemis, o quién fuese, se encontraba atizando el fuego con aire sombrío.

—Fue un verdadero dolor de cabeza encontrarte—murmuró, sin siquiera mirarme—. Nunca he sido muy aficionada a la pesca, así que agradece a mi terquedad. Tuve que arrastrarte fuera del océano hasta el barco.

Me sobé la cabeza, sentí al mundo dándome vueltas.

—¿Dónde...? ¿Dónde estamos?

Artemis señaló alrededor.

—El bosque nacional Monte Hood—explicó—. No está lejos de Portland, nos traje desde el desfiladero del río Columbia.

Me dejé caer de golpe, respirando a duras penas.

—¿Cómo... estás...?—quise saber—. ¿Te encuentras... bien...?

Se encogió de hombros.

—El bosque me sienta bien, y también la noche. Debe de ser la una de la mañana del veinticuatro. Nos queda poco tiempo para recuperar mi arco, si quieres volver a tiempo con tu familia.

Noté cierto cansancio en su voz. Definitivamente no estaba tan bien como decía. Me sentí culpable, seguramente había usado parte de su poder divino para sálvame, curarme y llevarme hasta allí.

Me maldije a mí mismo por no haber pensado antes en las consecuencias de dispararme como un cometa humano. Le había costado una preciosa energía a Artemis, y yo mismo era esencialmente inútil, una carga al momento de combatir.

—L-lo... lo siento...—murmuré.

—Te abofetearía en este momento si no temiese que te desmoronases—dijo ella—. Me tenías preocupada. No sabía sí... por un momento creí que tú...

Le tembló la voz.

Me arrastré hacia ella y me senté a su lado, inclusive me arriesgué a rodearla con un brazo.

—Estoy bien—prometí—. Recuperemos tu arco... y acabemos con está mierda... de una buena vez...

Artemis se cruzó de brazos y me dedicó aquella mirada que me hacía querer echar a correr y rogar por misericordia.

—Tú no vas a ir a ninguna parte—sentenció—. Al menos no sin recibir un tratamiento adecuado. Casi te consumes a ti mismo luchando con la Escolopendra.

Suspiré.

—Esta vez me fue bien...—intenté sonreír—. La última vez... que hice este pequeño truco... estuve fuera de combate por mucho... mucho más tiempo...

Ella alzó una ceja inquisitivamente y me dio una palmada en la espalda. Sentí todo mi cuerpo temblar mientras se me escapaba un muy poco digno chillido.

—Cuando te liberemos... podrás usar tu divinidad para curarme...—señalé—. Hay que partir... cuanto antes...

La diosa rodó los ojos.

—Muy bien, nos vamos al amanecer—cedió—. Tú aún necesitas descansar. Veré si puedo conseguirnos transporte entre tanto.

Intenté preguntar cómo demonios iba a encontrar tal cosa en medio del bosque, pero no me salió la voz. Sentía los párpados pesados, el calor del fuego era reconfortante y la mera presencia de Artemis parecía adormecerme.

—Odio... cuando haces... esto...—murmuré.

Me sonrió con cierta dulzura.

—Descansa Percy, este será un día difícil. Y si fallamos, será también nuestro último día.

Un Día de Caza: PertemisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora