Capítulo diecisiete:

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Todo ocurrió demasiado rápido.

El gigante se lanzó contra Artemisa con los cuchillos en ristre y lanzó una brutal estocada que la diosa evitó deslizándose hacia un costado para intentar rodearlo.

Orión se volvió y pegó un brinco, girando sobre sí mismo de tal forma que sus cuchillos se convirtieron en una cierra que Artemis bloqueó a duras penas interponiendo sus propios cuchillos de casa cruzados sobre su cabeza.

Artemis intentó retroceder con un salto, pero Orión fue más rápido y le conectó una demoledora patada descendente directamente en el rostro.

La diosa se replegó, aturdida, e intentó apuntar con su arco, sólo para ser aplastada en el acto por el gigantesco puño de uno de los Ourea.

—¡Artemis!—chillé.

Ella se levantó, con sus ojos refulgiendo con un brillo plateado. Se quitó al dios primordial de encima a base de pura fuerza bruta. Acto seguido, disparó una flecha con tal potencia que le arrancó el brazo izquierdo desde la altura del hombro.

El Oreo retrocedió presa del dolor, momento el cual Artemis aprovechó para tomar el propio brazo cercenado de la montaña y golpearle con él, mandándolo a volar.

No obstante, una segunda manifestación del dios actuó en ese momento, asestándole tal puñetazo que la impulsó como una bala contra una formación rocosa varios metros más atrás.

—¿Qué te sucede, arquerita?—se burló Orión—. ¿Estás fuera de práctica? ¿Te sientes enfermita?

El gigante aterrizó a sus espaldas, haciéndole un desagradable corte con sus cuchillos. Artemis gritó de dolor y dio un traspié, sólo para ser recibida por un nuevo puñetazo de los Ourea.

La diosa rebotó varias veces contra el suelo antes de arreglárselas para ponerse en pie.

—¿Por qué estás haciendo esto...?—preguntó, su voz irradiaba tristeza.

—Como si no lo supieras, mi pequeña cazadora—respondió Orión—. Deja la farsa y afronta la realidad.

Uno de los Ourea golpeó a Artemis de revés, lanzándola por los aires nuevamente. Acabó estrellándose contra la montaña, creando un enorme cráter a su alrededor.

—Pensándolo mejor... quizá debería decírtelo—meditó el gigante—. Aunque sea sólo para verte sufrir por ello...

El dios de la montaña volvió a Golpear a Artemis, hundiéndola aún más en la tierra.

—D-detente...

—Solía amarte—murmuró Orión.

El Ourea volvió a golpear. Todo el bosque se sacudió con violencia.

—Tú nunca lo aceptaste...

Otro puñetazo. Los gritos de dolor de Artemis se volvieron ensordecedores.

—Sigo pensando que tú me amabas en el fondo...

El Oreo lanzó un último puñetazo, pero la diosa alcanzó a girar sobre sí misma y detenerlo con sus propias manos en el último segundo.

Artemis derribó al dios de la montaña, estrellándolo contra el suelo mientras lanzaba un grito de guerra. Luego, se elevó sobre el suelo y se volvió hacia Orión mirándolo con ira.

El gigante se cruzó de brazos.

—Pero todo eso da igual ahora...

Una nueva manifestación del Oreo atacó a Artemis por la espalda, atrapándola en su gigantesco puño antes de golpearla contra el suelo y arrojarla tan lejos como pudo.

Artemis rebotó múltiples veces contra el suelo, gritando de dolor y dejando un rastro de destrucción a su paso antes de terminar echada a mis pies.

—¡Artemis! ¡Levántate!

El Oreo alzó un canto rodado, listo para aplastarnos con él.

Artemis disparó una ronda de flechas y todas las extremidades del dios se desmoronaron al instante.

Orión aterrizó frente a él y volvió a cargar contra nosotros.

—Porque la verdad es que...

Lanzó un veloz tajo con uno de sus cuchillos que Artemis logró evitar, no obstante fue golpeada en el rostro con la empuñadura de la segunda arma.

Ella retrocedió, momento que Orión aprovechó para trazar un doble arco con sus armas y cortar el cuerpo de la diosa a ambos lados de su cuello hacia abajo.

Artemis rugió de dolor, se lo sacó de encima con un empujón y disparó una flecha, pero Orión ya había escapado con un salto.

Se tocó las heridas y se encorvó sobre sí misma tratando de ahogar un sollozo, lágrimas bajaban por su magullado rostro y el suelo estaba cubierto de icor dorado.

Orión se lanzó contra ella tan veloz como un rayo, y aunque Artemis evitó el golpe, jamás fue el objetivo del mismo.

—¡No!

Abrí los ojos como platos, sintiéndome repentinamente débil y pesado. Mi pecho comenzó a sangrar y empecé a sentir que me ahogaba.

Orión volvió a atacar con los cuchillos en alto, gritando a todo pulmón:

—¡TE ODIO!

Artemis lo encaró, respiró profundamente y lanzó un único puñetazo el cual impactó directamente en el rostro del gigante.

—¡Cállate!

El hijo de Gaia fue mandado a volar de espaldas varias decenas de metros, pero aterrizó de pie sin muchas complicaciones.

La diosa se volvió hacia mí.

—No puedo ganar...—murmuró, llorando—. No puedo salvarte...

Tomó mi capullo en brazos y me alzó sobre su cabeza.

—A-Artemis... ¿Qué estás...?

—Perdóname... Percy... Perdóname por meterte en esto... Jamás debí interrumpir tus navidades...

Orión nos apuntó con su arco... 

No, con el arco de Artemis.

Tensó la cuerda de aquel arma dorada y una flecha luminosa de lo que parecía ser energía pura se materializó entre sus manos.

—Artemis... ¡Artemis, no te atrevas!

—Lo siento...—no parecía hablarme a mí, no parecía hablar con nadie en particular—. Lo siento por todo...

—¡Artemis, no!

Me lanzó con todas sus fuerzas, mandándome a toda velocidad hacia terreno desconocido.

Al mismo tiempo, Orión disparó y su flecha impactó sobre Artemis. Una explosión de magnitudes bíblicas se la tragó.

Lo último que logré contemplar antes de caer inconsciente fue al gigante, tomando el cuerpo chamuscado e inconsciente de Artemis por el cabello, y arrastrándola consigo lejos de allí.

Un Día de Caza: PertemisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora