Capítulo cuatro:

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20 DE DICIEMBRE

—¡Percy!

Paul abrió la puerta saludándome con un fuerte abrazo, sólo para darse cuenta de la presencia de Diana.

—Vaya, no dijiste que vendrías acompañado.

Me rasqué la cabeza.

—Paul, ella es mi... novia, Dian.

Ella extendió la mano con cierta rigidez.

—Hola... señor...

Paul le sonrió.

—Encantado.

Le saludó con un beso en la mejilla, y tuve que aguantar la carcajada mientras veía a Diana tener un tic en el ojo.

—Pasen, adelante.

Entramos al piso. Estaba igual que la última vez que lo había visitado, desprendía una calidez familiar.

—¿Estelle está despierta?—pregunté.

—No, lo siento. Lo mejor será no molestarla por hoy.

Suspiré.

—Mala suerte, supongo.

Paul señaló en dirección a la cocina.

—Voy a ayudar a Sally. Se alegrará de saber qué llegaste.

—¿Percy?

Mi madre salió a recibirnos mientras Paul corría para encargarse de la cena. Mi madre estaba igual que siempre, con un aire de tranquilidad y felicidad. Me alegraba de volver a verla.

—Oh, Percy...—dijo abrazándome—. Estás más alto.

—También te extrañé, mamá.

Se apartó y estudió a Diana detenidamente.

—¿Y esta señorita es...?

—Encantada, señora—se presentó ella—. Soy Dian, la novia de Percy.

—¡Percy!—chilló mi madre—. ¡No me habías dicho que tenías novia!

Abrazó a Diana.

—Siéntense, que pronto estará la cena y nos podrán contar como se conocieron.

Madre mía de mi vida lo que me esperaba.

Mi madre y Paul trajeron la cena a los pocos minutos y comenzó la tortura... quiero decir, la conversación.

—Y... ¿cómo se conocieron?—insistió mi madre, impaciente.

Paul se echó a reír.

—Tranquila, Sally, dales algo de espacio.

Diana y yo nos miramos, dándonos cuenta de que quizá y sólo quizá nuestro plan improvisado era sólo un improvisado.

—Nos conocimos en la Universidad de Nueva Roma—dijo Diana—. Yo me uní a mediados de sementaste, Percy fue el encargado de enseñarme el lugar y... eso...

—Que lindo, amor a primera vista—suspiró mi madre—. Entonces, ¿también eres una semidiosa?

—Ehm... no—Diana se rascó la cabeza—. Yo... ehm... yo soy un legado, descendiente de Phebe, la titánide que solía controlar el Oráculo de Delfos antes de Apolo.

—Sí... eso mismo...

Me ardía la cara. Miré de reojo a Diana, quien parecía igual de incómoda que yo.

—Y Dian—preguntó Paul—. ¿Qué es lo que estudias?

—Ah... sí... yo...

—Ciencias ambientales—intervine.

Un Día de Caza: PertemisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora