Capítulo nueve:

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Artemis gritó de frustración pura mientras se quitaba a Percy de encima.

—¡Basta!—ordenó, pero la voz apenas y le salía.

Miró hacia el cielo, el cual se revolvía sobre sí mismo en un miasma multicolor que iluminaba el páramo desértico en el que se encontraba.

—¿Por qué debería parar?—preguntó Percy, mientras se acercaba lentamente hacia ella—. Al final del día, eres tú la única que me necesita.

Artemis rugió y lo hizo desaparecer de un golpe, pero su risa sarcástica se seguía escuchando a travez del viento.

—¡Yo no te necesito!—espetó—. ¡Yo no necesito a nadie!

—¿Estás tan segura?—respondió una voz femenina.

Una de las ráfagas de viento tomó la forma de una vieja amiga de la diosa, Zoë Belladona, y se cernió sobre ella apuntándole con su arco.

Artemis intentó escapar, pero se vio a sí misma atrapada en una red de caza, incapaz de hacer nada que no fuese retorcerse.

Zoë presionó con un pie el pecho de la diosa, impidiéndole respirar adecuadamente.

—No quieres hacer las cosas tú sola porque sabes que no puedes—le espetó la antigua cazadora—. Pero temes acercarte a alguien porque también sabes que tarde o temprano te van a abandonar.

Una nueva ráfaga de viento tomó a la diosa y la lanzó por lo alto. Se sintió como si estuviese atrapada entre las riendas de un par de caballos, siendo arrastrada y golpeada por las rocas de la costa.

Un par de ojos brillantes la observaron desde las profundidades del océano. El agua estalló y un enorme monstruo marino emergió rugiendo. Sobre la cabeza de la criatura, un joven miraba con desaprobación a Artemisa.

—Sin importar cuánto lo intentes, eres incapaz de protegernos—le recriminó Hipólito—. No puedes mantener a salvo a los que te importan, y eres demasiado obstinada como para aceptar que te importan en primer lugar.

Artemis cayó al suelo, encontrándose a mitad de un oscuro bosque. Luchó por reincorporarse, pero fue incapaz.

Una nueva figura se formó del viento, formando una silueta que se arrastraba por el suelo en actitud seductora hacia ella. Con cada paso que daba, más horrorizada se sentía Artemisa.

—Quizá lo peor es que la muerte sigue siendo la opción—susurró Calisto, tomando a la diosa por el rostro—. Porque de quedarse contigo por más tiempo...

Artemis se vio rodeada por una multitud de personas, ninguna de las cuales le agradaba en lo más mínimo, pero que todas compartían un elemento en común: el díos del río Alfeo, el titán Búfago, el gigante Oto, el pastor Acteón...

—Todos te terminan deseando—concluyó Calisto—. Y lo que más te preocupa es que, al final, tú también lo deseas. Amas ser deseada y te regocijas al saber que nadie jamás podrá tenerte...

Se abalanzó sobre ella, y mientras lo hacia, su rostro se convirtió en el de una osa que cerró sus fauces para arrancarle la cabeza.

Artemis se estremeció, Calisto se había deshecho en la niebla. Percy la tomó por los hombros y la hizo girar como si estuviesen en medio de alguna clase de baile.

—Y temes—rió el chico—. Temes que algún día alguien rompa esa burbuja de superioridad que tienes y te haga desearle...

Un punzante dolor atravesó a la diosa. Como si le hubiesen atravesado el corazón con una flecha... no, con un aguijón.

—N-no...—gimió desesperada, mientras era arrastrada lejos de Percy por un escorpión gigante nacido de la misma Madre Tierra.

El monstruo comenzó a subir una escalera, mientras Artemis yacía empalada en su cola, sintiendo como el terrible veneno de la bestia corría por sus venas.

En la cima lo esperaba aquel gigante de ojos brillantes, que le sonreía tan dulcemente que casi era capaz de hacerle olvidar todo el sufrimiento que había causado.

Entonces los ojos mecánicos del monstruo se rompieron en mil pedazos, y en donde deberían haber quedado las desagradables cicatrices de sus cuencas oculares vacías, relucieron un par de orbes verde mar. Eso, junto con el cabello oscuro revuelto y la piel bronceada, le hacían recordar a...

—No...—insistió Artemisa, retorciéndose mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

—Ambos sabemos por qué me elegiste para esta misión—habló Orión, con la voz de Percy—. Solamente tienes que admitirlo.

—¡No!

—¿Y por qué no?—preguntó otra voz.

Artemis se volvió llena de sorpresa, encontrándose con el propio Apolo, quien la miraba con repugnancia.

—¿Temes que de admitirlo quedes atada para siempre a él?—preguntó el dios solar—. Sería una lástima que yo te lo hubiese advertido, y en respuesta no me hubiese ganado nada más que odio e insultos...

Artemis rompió en llanto, llamando a gritos a su hermano, quien le dio la espalda y comenzó a alejarse.

El viento comenzó a arremolinarse alrededor de ella, las voces contenidas en el huracán parecían tratar de arrancarle el alma con cada una de sus palabras.

—Todos nos iremos algún día—le advirtió Zoë.

—Nadie se queda contigo para siempre—rió Hipólito.

—Simplemente no lo vales—añadió Calisto.

—Pronto nos daremos cuenta de lo inútil que es servir a una diosa de corazón frío—resonó la voz de Reyna.

—O, quizá, simplemente te desvanezcas y no le importe a nadie—sugirió Thalia.

Artemis trató de taparse los oídos y cerrar los ojos, pero eso sólo hizo las voces mil veces más potentes.

—Alejas a aquellos que verdaderamente se preocupan por ti.

—¿Realmente te importa alguien?

—¡Ya no más!—gritó Artemisa—. ¡Jamás caeré en tu maldito juego...!

—¿No lo has entendido aún?—dijeron todas las voces al unísono—. Yo no soy como Afrodita. Yo no soy sólo el amor. Soy el deseo, y nadie escapa de mí. Ni siquiera la más pura y casta de las doncellas vive sin desear algo. Así que, confiesa.

—¡¡Eros!!—sollozó Artemis—. ¡Por favor! ¡Detente...! No puedo... no quiero seguir con esto...

Alzó la cabeza, encontrándose nuevamente con Orión. Su figura parecía parpadear, por momentos viéndose como aquel gigante al que tanto odiaba, por otros luciendo exactamente como Percy.

—Sólo tienes que decirlo—insistió él.

—P-pero...

Artemis se vio arrastrada más cerca hacia él, como si hubiesen tirado de una cadena invisible atada a su cuello.

—Dilo.

Los labios de la diosa temblaron tristemente:

—Yo... te deseo...

Un Día de Caza: PertemisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora