Capítulo veinte:

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25 DE DICIEMBRE:

Apolo no tardó demasiado en decidir que el plan ya no le gustaba.

Aunque jamás había pensado seriamente en el asunto, estaba bastante seguro de que podría derrotar fácilmente a su hermana de necesitarlo. El problema, claro estaba, era que Circe ya era una hechicera sumamente poderosa en su propio derecho. Una batalla directa entre ambos podría terminar con daños colaterales muy desagradables para el planeta.

Así que, aunque la idea de Percy tenía lógica, eso no la hacía menos estúpida a ojos de Apolo.

El dios del sol se elevó tan alto como pudo sin perder la atención de la hechicera y se preparó mentalmente para pasar un rato muy poco placentero.

Un puño de roca lo golpeó directamente en el rostro, macándolo dando vueltas por el cielo fuera de control. Nubes oscuras se arremolinaban a su alrededor, y una pesada tormenta de nieve caía sobre la tierra.

Apolo recuperó el equilibrio aún estando en el aire, fijándose en que múltiples manifestaciones de Circe se aproximaban hacia él a toda velocidad, rodeándolo.

—Me gustaría no tener que hacerle esto a un rostro tan hermoso—dijo—. Pero si no te rindes en este momento, desearás que Barbanegra hubiese acabado contigo...

La hechicera le sonrió, con un brillo maquiavélico en los ojos.

—Oh, eres encantador—rió—. Lamentablemente, solecito, no hay acciones que respalden tus palabras.

Un rayo de brillante color plateado atravesó el cielo, golpeando al dios solar en el pecho. Apolo se precipitó aturdido a toda velocidad hacia la tierra, sólo par ser mandado a volar por una segunda descarga de lo que parecía ser luz lunar solidificada.

Apolo remontó el vuelo, escupiendo un chorro de icor dorado, y se volvió para encarar a una nueva manifestación de sus enemiga.

Circe rió a carcajadas y el aire a su alrededor estalló en llamas de un brillante color argentado, obligando al dios a maniobrar a su alrededor mientras mantenía las distancias.

La hechicera manifestó un nuevo cuerpo directamente frente a él, asestándole un puñetazo con toda la fuerza de Artemisa y el dios de la montaña combinados.

Apolo se sujetó la mandíbula, respirando agitadamente. Circe descendió hasta cernirse algunos metros por sobre su cabeza, manifestando aún más cuerpos a su alrededor.

—¡Debiste quedarte descansando en el Olimpo!—señaló la hechicera—. ¡Aunque pensándolo mejor, diez dioses del Olimpo suenan mejor que once!

Volvió a reírse a carcajadas. Los ojos de Apolo comenzaron a refulgir mientras este invocaba su arco plateado, pero antes de poder hacer nada, fue golpeado por un as de luz por la espalda.

Giró sobre sí mismo a travez del cielo y trató de ganar tiempo marcando las distancias con su enemiga, quien inmediatamente se lanzó para perseguirlo.

Circe pasó a su lado como un relámpago, y un corte sangrante se abrió en su estómago, arrancándole un grito de dolor. La hechicera volvió a atacar, ahora en sentido opuesto, obligando al dios a apretar los dientes y tratar de escapar mientras era asediado desde cada ángulo posible.

Un rayo derribó a Apolo, y antes de que pudiese recomponerse, una llamarada plateada estalló en su cara, cegándolo el tiempo suficiente para que otro cuerpo de Circe alcanzase a cerrar distancias y se aferrase a él, desplomándose juntos hacia la tierra como un ardiente cometa dorado y plateado.

Luego una nueva explosión sacudió el cielo, y el dios del sol quedó rendido en un cráter a mitad del helado bosque del Monte Hood.


Un Día de Caza: PertemisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora