Capítulo veintidós:

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—Felicidades Percy, estás muerto.

Nico di Angelo me miraba con aire de reproche, cruzado de brazos con aire sombrío.

—Feliz Navidad a ti también, Nico—bufé.

Bajé la mirada y observé mi propio cuerpo, me sentía extrañamente ligero, poco denso y esencialmente incompleto. Era como si la mitad de mi corazón hubiese desaparecido, sólo pudiese ver con un único ojo y tuviera tapada una fosa nasal.

Incluso mi cerebro se sentía en cierto modo vacío, tratando de formar pensamientos, pero quedándose a mitad del camino.

¿Así se sentía la muerte?

Realmente no me gustaba. ¿Dónde podía darle una reseña negativa al servicio de Thanatos?

—¿Exactamente qué te sucedió?—pidió saber el hijo de Hades—. Sólo te descuido un momento y BAM, te mueres.

—Créeme, Nico, tampoco estaba en mis planes—murmuré—. Mira, había un gigante, y luego estaba el Oreo...

—¿Te mató una galleta gigante?

—¡No! O... eso creo, los detalles son confusos...—fruncí el ceño—. Ahora que lo mencionas... apenas y lo recuerdo...

Nico suspiró.

—Sí... eso es perfectamente normal—murmuró—. Moriste en circunstancias muy raras. En caso de que no te hayas dado cuenta, solamente la mitad de tu alma está por aquí. La mitad humana.

Parpadeé dos veces.

—¿Qué?

—No vale la pena molestarse por ello—decidió—. Ven, hice un par de llamadas en cuanto me enteré de que nos... visitabas. Así que siéntete afortunado, te saltarás toda la burocracia. Bienvenido a los Eliseos Percy, te lo mereces.

Señaló en dirección al luminoso valle que se extendía a sus espaldas. El sonido de risas y cantos resonó a travez de los prados verdes y las enormes mansiones.

Nunca había visto los elíseos desde tan cerca. Era tan maravilloso que casi podía ignorar los gritos de agonía infinita procedentes de los campos de castigo.

—¿Qué pasa?—preguntó Nico—. Te están esperando.

Traté de enfocar la mirada, pero nuevamente no podía quitarme de encima la sensación de sentirme incompleto, como si sólo pudiese procesar la mitad de cosas que veía, que de por sí ya eran sólo la mitad de las que debería de poder ver en primer lugar.

Entonces comencé lentamente a distinguir rostros. Primero dos figuras, un chico y una chica, que me hacían señas desde lejos: Charles Beckendorf y Silena Beauregard.

Después, un joven rubio que me saludaba con un gesto de cabeza, como si me estuviese preguntando por qué había tardado tanto en llegar: Jason Grace.

Vi un gran número de legionarios romanos, liderados por el centurión Dakota, hijo de Baco. También reconocí a varios otros de mis viejos compañeros del Campamento Mestizo, como Michael Yew.

—¿E-está...?

—Ve—insistió Nico—. Vamos.

Comencé a caminar, sintiéndome lento y torpe. La cabeza me daba vueltas. Dédalo me saludó con una mano, pero apenas y le presté atención.

Di un traspié y tropecé. Hubiese caído al suelo directamente de cara si no me hubiesen atrapado.

—Con cuidado, Sesos de Alga—rió aquella voz—. No quieres dar una mala primera impresión entre los muertos, ¿o sí?

Un Día de Caza: PertemisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora