Capítulo 3: La melodía del bosque

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HIJOS DE LA NOCHE

HIJO DE LA LUNA

CAPÍTULO 3: LA MELODÍA EN EL BOSQUE

Los ojos de Aylan eran de color avellana.

Lo descubrí en medio de un curioso sueño durante mi primera noche en la vieja casa.

No solía soñar y, cuando lo hacía, eran escenas insignificantes con mi familia o con los pocos amigos que hice en el hospital durante mi periodo de tratamiento y observación; sin embargo, pese a no recordar del todo lo que ocurrió en él, esa mañana había despertado con las mejillas rojizas y con la boca más reseca de lo normal. Por un momento, consideré que era culpa mía por haber apagado el aire acondicionado de mi habitación durante la noche, quedando vulnerable al repentino calor mañanero, pero, apenas puse un pie fuera de la cama, una borrosa visión apareció en mi cabeza, alterándome.

En ella yacían los Ainsworth en el mismo escenario donde nos despedimos antes de regresar a casa, en compañía de una mujer pelirroja no más alta que Iris, a la cual no le pude ver el rostro. Ella no estuvo durante la presentación, por lo que culpé a mi cerebro por darle una imagen distorsionada a la posible amiga de la señora Ainsworth, aquella que fue vagamente mencionada durante la plática entre ella y mamá.

No recordé si había intercambiado palabras con alguno de ellos, mi cabeza solo era capaz de procesar la imagen de todos parados frente a mí, unos sonriendo y otros con una expresión relajada; Aylan era el más cercano en ese entonces. Su rostro serio me permitió contemplar aquel detalle en sus ojos, luego pasó a la misma sonrisa adorable en la que los mismos se cerraban.

Con recordarlo, mi interior se calentó.

Cuando un escalofrío recorrió mi espalda me sentí algo incómodo y un poco culpable por soñar con esa familia. ¿Era normal tener esa clase de películas mentales con desconocidos? Debía de ser inquietante que alguien como yo, a quien acababan de conocer, los tuviera presente incluso durmiendo.

Con ese pequeño remordimiento en mi pecho, me dirigí a hacer mi rutina mañanera para comenzar bien el día.

Pasaban de las nueve y ya escuchaba a papá sacando y moviendo cosas de las pocas cajas que habíamos transportado el día anterior, las últimas pertenencias que faltaban para amueblar por completo nuestra nueva (antigua) residencia y algo de ropa; supuse que mamá estaba bailando a través de su pequeño estudio mientras acomodaba cosas para pintar un nuevo cuadro y que Donovan habría salido a correr y desayunar desde temprano con sus compañeros de "los Cuervos".

Tras haberme duchado y arreglado con mi clásica ropa para andar en casa, tal y como la había descrito mi hermano el día anterior, bajé para recalentar lo que papá hizo esa mañana: avena con trozos de manzana y un poco de canela. Su aroma llegaba hasta las escaleras rechinantes de la casa.

Solía ser muy fiel a mi estilo holgado y descuidado todo el tiempo, a excepción de cuando salía a sitios que consideraba importantes, ya que siempre pensé que beneficiaba a los tatuajes de mi brazo izquierdo. Me gustaba estar cómodo y, justo en ese mes de agosto, necesitaba estar fresco durante las horas en las que había Sol o moriría por insolación. Si pudiera hacer que todo el año fuera otoño o primavera lo haría sin dudarlo, sin olas de frío o calor extremistas y con temporadas de lluvia.

Desayuné sin compañía, oyendo la música que reproducía la bocina de mi madre en su estudio y escuchando a lo lejos las quejas de papá por no saber en dónde poner algún objeto. El ambiente era tan tranquilo que sin problemas hubiera vuelto a dormir; no obstante, tenía cosas que hacer, como ayudar a tender las sábanas que mi hermano se encargó de lavar antes de irse y visitar a mi tía abuela en su negocio para saber cuándo podría comenzar a ayudarle.

Hijo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora