Capítulo 32: Cuando la primavera llegó

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HIJOS DE LA NOCHE

HIJO DE LA LUNA

CAPÍTULO 32: CUANDO LA PRIMAVERA LLEGÓ

Febrero y marzo fueron los meses más ajetreados que tuvimos desde diciembre.

El que mamá se volviera loca por los ensayos y revisar los detalles finales para el evento de primavera fue de gran ayuda para que los Ainsworth no pensaran demasiado en sus desgracias, si es que aún lo hacían en secreto.

La realidad era que Crystal les dejó un gran agujero en el pecho, hasta Donovan y yo nos sentíamos algo incompletos sin ella y sus miradas pesadas (deduje que eran parte de su carácter, sin más). Su cabello rizado habría sido la sensación en plena temporada preprimaveral.

Aylan a veces se escabullía a mi habitación durante las noches. Se metía quién sabe cómo por mi ventana y se hacía lugar entre las mantas y mis brazos. En algunas ocasiones hablaba conmigo, en otras no lo hacía o, por lo menos en la mayoría del tiempo, dormía a mi lado. Cuando yo despertaba ya no estaba, ya que se iba los minutos antes y nos encontrábamos en el trabajo por la tarde, después de mi aburrido horario con mi tía.

—¡Oh! Estás tan pálido, mijo —me dijo ella un día al verme entreabrir su puerta.

Yo había querido entrar a su oficina en búsqueda de lo fresco del aire acondicionado al haber pasado horas en el calor del taller y, de hecho, no supe en qué momento se me bajó tanto la presión, como para que, de un segundo a otro, la visión se me nublara y terminara por azotarme la cara contra el suelo al intentar dar un paso para pasar.

—¡Dante! —Mis oídos zumbaron ante el grito y me quejé con un gruñido. Ella se disculpó—, ¿puedes traer un pedazo de algodón con alcohol y un jugo del refrigerador?

Mi cuello comenzó a sudar y sentí cara tan caliente que el azulejo del piso me pareció un cubo de hielo.

—¿Quieres el árnica también?

Su voz se oyó lejos.

Me pregunté a qué se debió, si sabía que estaba a un par de metros porque segundos más tarde me ayudó a ponerme de pie para auxiliar a mi tía.

—Olvídalo. La llevaré de todos modos.

No supe para qué era el árnica hasta que sentí cómo sus dedos frotaron el ungüento sobre mi frente. Percibí una pequeña bolita bajo la presión y me volví a quejar, a lo cual bromeó que no exagerara tanto.

Por supuesto, él no sintió lo mismo que yo.

—Un golpe de calor y la exigencia entre ambos trabajos, sin duda —me diagnosticó mi tía con un tono de molestia y preocupación.

El frío se había ido y dejó un clima fresco que se alternaba con días calurosos y llenos de insectos asquerosos.

—Le diré a tu mamá que te ponga un ojo encima, en vez de dejarte vagar por ahí con quién sabe quién.

Con el tiempo, Aylan descubrió pequeños moretones en mi cuerpo que minimicé con aquel accidente; él, en cambio, no pareció tan contento. Me dijo que debía de revisarme porque podía ser anemia y que, en un historial como el mío, eso podía ser más riesgoso de lo esperado.

Fue imposible negarme a su ceño fruncido y sus mejillas rojas, por lo que le prometí que lo haría después del evento de primavera y que incluso lo mencionaría a mis padres.

—Cuando mamá Dianthus no te esté vigilando, lo haré yo —me advirtió una noche y besó el casi inexistente moretón que aún llevaba en la frente.

Hijo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora