Capítulo 7: El cuervo, el león y la serpiente

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HIJOS DE LA NOCHE

HIJO DE LA LUNA

CAPÍTULO 7: EL CUERVO, EL LEÓN Y LA SERPIENTE

Cuando el viernes llegó, mi familia y yo teníamos todo preparado para mi cumpleaños. Habíamos comenzado desde la noche anterior guardando nuestros cambios de ropa y pertenencias en nuestros bolsos; por la mañana, hicimos sándwiches y sazonamos la carne que papá asaría, echamos bebidas en una hielera y mamá mandó a Donovan al supermercado para comprar algunas botanas y más bloqueador solar.

—¿Deberíamos de cantarte "Las mañanitas" de una vez? —Preguntó papá, poniendo las manos sobre su cintura cuando acabamos de guardar todo en el auto de mi madre.

—No —respondió al instante ella, quien cerró la puerta principal y traía consigo el pastel que encargó para la ocasión. Yo le dije que no lo pidiera porque, por el calor, terminaría derritiéndose el betún y ella, más terca que una mula, se negó, alegando que sería lo primero que comeríamos apenas llegaran todos para evitarlo—. ¿Cómo quieres hacerlo, sin tener las velitas prendidas y los regalos a su alrededor? Es una tradición en todos los cumpleaños.

—Seguro que la mayoría de los muchachos de nuestra edad no tienen ni siquiera una fiesta con sus padres —Donovan rio, siendo el primero en meterse al auto, seguido por mí—. La única razón por la cual no me quejo es por los regalos y la comida —para su fortuna, ninguno de los mayores lo oyó, pues fueron los últimos en subirse.

Estaba entusiasmado.

Había pasado mis últimos cumpleaños con una mala cara porque sabía que mamá lloraba en el hombro de papá a escondidas de mí por no saber si sería el último cumpleaños que pasaría con ellos, tampoco me gustaba que mi hermano gastara tanto dinero en regalos costosos, un gran pastel o en las mejores locaciones de la ciudad; sin embargo, en esa ocasión ya no teníamos ese peso encima porque comenzábamos desde cero. Hablé con ellos acerca de lo que quería y lo que no (entre esa lista, los llantos), me comprendieron y dejaron de pensar demasiado para comenzar a disfrutar más.

Sin mencionar que era la primera vez, desde mi sexto semestre de universidad, que invitaba a gente que no fuese mi familia más próxima. A los veintiún años estuve hospitalizado, por lo que recibí la visita de algunos pacientes y a una o dos enfermeras, nada más; cuando cumplí los veintidós, estaba en el periodo de "cuidado al paciente" y aún no recuperaba del todo el gusto hacia la comida, no percibía más que cosas picantes y ácidas; al tener veintitrés fue cuando supe que, a pesar de haber vencido al cáncer, tenía que cargar con mi expediente médico y, con ello, jamás dejar atrás esa etapa de mi vida.

Ese día en el que estaba cumpliendo veinticuatro, en cambio, estaba más relajado.

Vería a los Ainsworth y a los amigos de Don, Javier y Uriel, recibiría flores por parte de Aylan e Iris me preguntó por mensaje si me gustaba la joyería, por lo que supuse que podría recibir alguna cosa relacionada.

—¡El lado positivo es que tendrás muchos obsequios!

Pese a que mi hermano era muy materialista en algunas ocasiones, habría sido una vil mentira decir que no estuve emocionado desde la noche anterior. Ni en la preparatoria, cuando era un "joven normal", me sentí así; tal vez porque aún no comprendía el sentido de vivir día a día, ni disfrutaba las cosas como si fueran la última vez que las haría.

Llegamos al cabo de diez o quince minutos al parque y tuvimos que bajar todas las cosas muy rápido porque era casi mediodía y el Sol llegaría a su punto más alto dentro de poco (eso no minimizaba el hecho que el calor era insoportable desde temprano). Para nuestra fortuna, encontramos un lugar amplio que pudimos ganarle a otra familia que iba hacia la misma dirección, por lo que obtuvimos una buena mesa larga bajo la sombra de un techado y varios camastros lejos de los botes de basura llenos de moscas (para fortuna mía y, luego, de Aylan).

Hijo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora