Capítulo 13: Fresas y cerezas, vainilla y coco, suave y cálido

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HIJOS DE LA NOCHE

HIJO DE LA LUNA

CAPÍTULO 13: FRESAS Y CEREZAS, VAINILLA Y COCO, SUAVE Y CÁLIDO

Una noche en la que ambos estuvimos desocupados, Aylan me invitó a pasar el rato en su casa. Me prometió que haría pizza al horno, una receta que aprendió de Víctor semanas antes y que estuvo perfeccionando lo suficiente como para ser digna de una invitación a cenar.

El resto de los Ainsworth y Crystal salieron porque se les habían presentado un par de situaciones y si bien mi familia sí estuvo en casa esa noche, cada uno se ocupó en diferentes cosas, en las cuales yo no encajaba lo suficiente: Donovan le estaba enseñando a jugar un videojuego a mamá y papá estaba intentando ahuyentar a los tlacuaches que se metían a la casa.

Mi hermano se burló diciéndome que no era más que un pretexto para irme con Aylan y mamá rio porque, tal vez, tenía mucha razón.

El tiempo a su lado se me pasaba volando, aun cuando lograba hacerme sentir nervioso con sus acercamientos y coqueteos o si pareciera que los segundos pasaran más lentos cuando nuestras miradas chocaban de la nada.

Para ese punto, no recordaba cuándo fue la última vez que me sentí de esa manera por alguien.

—Todo esto es parte de un plan en el que te obligaré a ayudarme a ensayar una coreografía que tu mamá cambió de último minuto durante las clases —reí ante su recibimiento, pues aún no pasaba y ya me había dirigido esa expresión burlona y socarrona que solía hacer en algunas ocasiones—. ¿Cómo estuvo el camino?

—Oh. ¿Hablas de los cinco minutos caminando, más o menos? —En esa ocasión, fui yo el que se burló. Me dejó entrar y cerró la puerta tras haber espantado a una polilla que se quería meter a la casa—. Me persiguió un perro, pero todo bien. Donovan me dio de su reserva de chucherías unos dulces y algo de tomar, así que no tuve que cambiar de ruta para ir a la tienda.

Eran gomitas, paletas y un refresco sabor fresa. No quería ni imaginar el tamaño de su despensa azucarada cuando Ryuu y Dania le dieran su primera paga como secretario.

—¿Era el perro de los Martínez? —Asentí y rio.

Era un perro de raza cruzada, negro y de gran tamaño que solía vagar por esos rumbos algunas veces.

No le conté que también hui de una cucaracha.

—Víctor suele darle de comer por las noches, quizá pensó que tú también le darías algo.

—No sé por qué imaginé que no les gustaban mucho los animales —admití.

Soltó un ruidito dubitativo y me ayudó en sacar las cosas de la bolsa ecológica en la que eché todo lo que mi hermano me dio.

—Nosotros no tenemos porque no queremos descuidarlo con todo lo que hemos vivido estos años —nos limitábamos a cuidar perros y gatos callejeros de camino al hospital siempre—. ¡Aunque varias veces vi osos en la facultad de Donovan cuando iba a verlo! Como está cerca del cerro, los osos bajan y es muy normal hallarlos en el patio. Hasta teníamos un teléfono de emergencias. Yo nunca me lo aprendí.

Me sonrió, comprensivo. En muchas ocasiones tuvo que haberse perdido entre todos mis parloteos.

—Algún día debemos ir. Está a unas horas, según le entendí a Don en tu cumpleaños —supuse que hablaba de alguna conversación aleatoria que de seguro comenzó mi hermano—, ¿no? Escuché que hay un zoológico.

—¿Me estás diciendo que algún día debemos de ir al zoológico juntos?

—Eres muy inteligente, Hayden —alagó con sarcasmo mientras se iba a lavar las manos—. Sí tenemos mascotas, volviendo a lo de antes... Bueno, algo así. Es difícil de explicar.

Hijo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora