Capítulo 12: Microcosmos

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HIJOS DE LA NOCHE

HIJO DE LA LUNA

CAPÍTULO 12: MICROCOSMOS

Ese mismo mes, se hizo la gran apertura de la clínica de Ryuu y su socia, Dania Montoya. Ambas habían terminado la carrera de psicología, aunque en diferentes universidades; mientras que la Ainsworth acabó la carrera en la ciudad donde vivían antes, la otra pasó todos sus años universitarios en la de donde estaba inscrito Víctor. Yo no la había reconocido hasta el día en que nos invitaron a ver al bonito negocio y celebrar el suceso, cuando la tuve frente a frente.

Su cabello rizado y oscuro, sus pómulos alzados y la increíble tez morena eran las principales características de la familia que llevaba el mismo apellido y a la cual pertenecía mi antiguo mejor amigo, aquel que se mudó a Estados Unidos años atrás.

—¡Hace siglos que no te veo, Hayhay!

Era escandalosa cuando estaba en confianza. Reía, dejaba caer su cuerpo hacia delante e incluso golpeaba su pierna o a una superficie cercana mientras las carcajadas se le escapaban.

A pesar de ella haber crecido uno o dos centímetros en los últimos años, no era suficiente para alcanzarme.

—Evan y tú parece que desaparecieron del mapa apenas se mudaron, ¡y eso que él es mi hermano! El desgraciado se olvidó de su familia apenas cruzó el charco —dramatizó, sin saber de mi pasado. Llevaba un bonito vestido largo para celebrar la apertura y que se alzaba con las fuertes ráfagas de viento caliente de la tarde—. Supe que te graduaste de arquitectura, por otro lado. Donovan lo presumió en Facebook e Instagram hace... Mm... ¿Cuánto habrá sido ya? Más de un año, sí, sí... ¿Casi dos? Joder. Qué rápido pasa el tiempo.

Apenas me vio bajar del auto, me bombardeó de preguntas y temas que no alcancé a responder porque seguía hablando por la emoción. Ni siquiera me había dado tiempo de ingresar a la sala de espera del consultorio, donde el resto de las familias Ainsworth y Montoya nos esperaban junto a la mía.

No me molestaba el habérmela topado porque, antes de mudarnos, Evan y yo éramos como uña y mugre, los mejores amigos de toda la vida que se conocían hasta los lunares, así que era como una prima menor con la cual había perdido contacto por mucho tiempo; por eso mismo y por los años que pasamos separados, no tenía la menor idea de si seguíamos siendo compatibles, como para que nos habláramos con la confianza de antes.

Esa tarde había vuelto el insoportable calor acompañado de una espantosa humedad que se provocó desde la noche anterior por haber llovido. Había charcos, el clima se sentía bochornoso y mi cabello era un completo desastre porque no supe cómo acomodármelo, sin mencionar que me estaba quemando las manos con una gran olla en donde llevaba lo que preparó papá para el festejo (y la razón por la cual tuve que llegar hasta el final): carne a la cacerola.

—Dania —hablé, casi rogando. Mis manos ardían—, no hallé ningún guante de cocina y esto está muy caliente. Me estoy quemando. ¿Podrías...? Sí, gracias —lo dije con tanta prisa que no supe cómo logró entenderme.

Abrió la puerta y me dejó pasar. Atravesé todo el interior del local hasta una puerta corrediza que daba a un pequeño patio, lugar donde todos dejaron sus platillos sobre una mesa de jardín; ni siquiera me detuve a saludar o a contemplar el interior y seguí el camino que Aylan me había mostrado en un vídeo días atrás.

Suspiré y sacudí mis manos apenas las desocupé, esperando a que el tono rosado de las mismas disminuyera pronto. Aproveché para ver ese lugar porque no lo había hecho muy bien en el vídeo de Lars.

Hijo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora