Capítulo 11: Como un fantasma

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HIJOS DE LA NOCHE

HIJO DE LA LUNA

CAPÍTULO 11: COMO UN FANTASMA

—¿Por qué no pasas?

Era el primer viernes de octubre y Aylan había decidido que ese día sería el ideal para reunirnos a hornear algo para mis compañeros de trabajo, así que lo tuve desde muy temprano en la puerta de nuestra casa, cargando un montón de ingredientes y con un conjunto de ropa cómoda para cocinar.

Por esas horas, mis padres todavía no se habían despertado, aunque Donovan y Alex habían salido a correr desde antes porque era el último día en el que estarían juntos, por lo que querían pasar todo el tiempo posible a un lado del otro.

—Necesito que me invites a pasar. Es una tradición europea.

Le miré unos segundos, dudando. ¿En verdad eran tan estrictos con los modales en ese continente? Yo no tenía ni idea, así que le di la razón porque, al menos en las películas y series que había visto hasta el momento, parecía ser que sí.

—Adelante —sus piernas se movieron en automático, dando grandes zancadas para cruzar el umbral de la puerta y entregándome un par de bolsas cargadas de ingredientes para que le ayudara—. ¿Qué tanto has traído? Te he dicho que mamá tiene de todo aquí.

—Traje las cosas necesarias para hacer quequitos de zanahoria y los mochis que te mencioné hace unos días —me respondió a la par que seguía mis pasos hacia la cocina.

Agradecí haber limpiado la noche anterior porque Donovan había hecho un desastre por intentar enseñarle a Alex hacer un plato de barro.

—Mi tío me dio la receta familiar —prosiguió con entusiasmo—. Es la misma que usó para el pastel que mi tía le dio a tu mamá.

—¿Será tu primera vez horneando? —Pregunté, tendiéndole el mandil que yo solía usar para cocinar; yo, en cambio, usé el de mi hermano—. No es tan difícil como parece. He visto a mamá hacerlo miles de veces...

—¿Es lo único que sabe hacer? —Me reí cuando atinó a lo que diría a continuación.

Se lo había dicho en el pasado, mamá era excelente repostera y también hacía dulces exquisitos; aun así, cocinar platillos fuertes o entradas no era lo suyo (para eso se apoyaba con papá).

—Cuando aprenda a cocinar mejor, le enseñaré algo, como lo hiciste tú conmigo.

—Oh. ¿Ahora serás el chef Ainsworth?

A pesar de no verlo a la cara mientras se lavaba las manos, sabía que estaba sonriendo. Lo imaginaba con sus tiernos ojos en forma de medialunas de nuevo, sus mejillas rosadas y sus labios rechonchos y rojizos curveados. Suspiré.

—Sácate el anillo.

No supe por qué mi mente acabó malpensando sus palabras. Mi rostro pasó de ensoñador a uno de confusión e incredulidad. Aylan se me quedó viendo, burlón, tras haberse recogido el cabello.

No tuve cabeza para pensar en lo adorable que se veía después de haber interpretado mal sus palabras.

—No seas sucio, por favor. Estamos preparándonos para cocinar —me dio una palmada en la espalda baja y me tendió una liguita.

—Tú eres el que dice cosas con doble sentido —me defendí.

—Y tú eres quien las entiende mal.

Justifiqué mi pensamiento con que, por lo menos en mi antiguo círculo social, los albures eran muy comunes. Yo no solía captarlos la mayoría del tiempo, al menos no al instante; a comparación de Aylan, ese "poco" que entendía era "mucho", dejándome como un pervertido.

Hijo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora