Capítulo 8: Atrapado en el recuerdo

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 HIJOS DE LA NOCHE

HIJO DE LA LUNA

CAPÍTULO 8: ATRAPADO EN EL RECUERDO

Amanecer con fiebre alta y mareos no es el plan de nadie para su cumpleaños.

Esa fue mi realidad para cuando cumplí veintiún años. Tuve que ser hospitalizado para estar bajo observación y descartar cualquier tipo de riesgo mayor y, a pesar de no haber sufrido de nada grave, me desanimó el tener que pasarlo en aquel edificio.

Odiaba el color celeste de sus paredes, ver las caras tristes de algunos pacientes y familiares y tener que esforzarme en tener una buena actitud frente a los enfermeros; sin olvidar que la comida no tenía sabor, no había más que televisión abierta y me revolvía el estómago el aroma "a hospital".

Faltaban tres semestres para que acabara la universidad y, a decir verdad, no supe cómo es que pude seguirle el paso al resto de mis compañeros. Tenía algunas malas notas porque, a veces, no lograba concentrarme del todo (resultado de mis quimioterapias) y debía mejorarlas a la segunda o tercera oportunidad; mamá me consolaba diciendo que, para alguien en mi situación, era algo bueno. Si no podía ir a la facultad, algunos compañeros de confianza me decían las tareas por mensaje y yo se las mandaba para que se las entregaran a los profesores. Lo difícil, en algunas ocasiones, eran los proyectos (las maquetas, en especial), mi hermano era quien me echaba una mano.

En ese entonces, pese a tener pocos meses de haber sido diagnosticado, me di cuenta de que era mucho mejor pasar el tiempo alejado del ambiente estudiantil de la universidad. Evité toparme con gente que me viera con lástima después de saber la razón por la cual había cortado mi cabello de la nada, que no me regalaran cosas innecesarias para "hacerme sentir mejor" y que tampoco estuvieran al pendiente de cada movimiento que hiciera, esperando a acudir corriendo hacia mí para "ayudarme".

Hablaba con pocos y me limité a estar con mi familia, exceptuando las veces en las que Donovan llevaba a sus amigos (que luego se volvieron un poco especiales para mí).

Toda mi vida tuve muchos amigos, incluso al más antiguo lo conocía desde el jardín de niños (y del cual, cuando se mudó a Estados Unidos, me terminé alejando); no obstante, no supe en qué momento me hice algo solitario, estando presente y, a la vez, ausente. Cuando el cáncer llegó, fue como si un nuevo yo hubiera surgido.

Donovan se volvió de las pocas personas con las que hablaba al comienzo (sin contar a mamá y papá), después sus amigos y algunos pacientes con los que charlé de vez en cuando; sin embargo, seguía sin sentirme yo mismo. No me había dado cuenta de la vida tan activa que tenía hasta en esos meses.

Ya no bailaba, ya no pintaba, ya no dibujaba, ya no salía a tomar fotografías, ya no...

¿Por qué dejé que esa enfermedad me llevara consigo, perdiendo el interés en todo?

—¿Por qué no grabamos algo? —El día después de mi cumpleaños, Alex, el mejor amigo de mi hermano, preguntó desde el pequeño sillón que estaba del otro extremo de mi habitación. Era guapo, alto, moreno, divertido y comprensivo; si no hubiera estado pasando por esos malos momentos, me habría atraído—. Creo que esto pasa más en las películas y series porque justo lo vi en una de ellas, ¡pero podría ser una buena idea!

—¿Grabar qué? —Quise saber. Donovan estaba en la cafetería, tratando de buscar un panqué de plátano que sí "supiera a plátano", y el resto de la familia estaba trabajando—. ¿Un en vivo de Facebook o algo así?

—Ay, no —rechazó al instante, arrugando su nariz respingona—. Entre tú de antipático y yo con mis pocos amigos agregados, de seguro dos o tres personas se conectan a vernos —un sonido parecido a una risa se me escapó—. ¡Y no le menciones nada de eso a tu hermano porque se creerá un influencer y me dará mucha pena!

Hijo de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora