La primera noche.

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Lucinda no acostumbraba a cabalgar tanto tiempo, por lo que cuando decidieron parar, ya bien entrada la noche ella, prácticamente se tiró al suelo y corrió al río para saciar su sed y refrescarse la cara. 

Su caballo color azabache se agachó a su lado y bebió salpicándola alguna vez. 

La muchacha sonrió y todavía sentada en la hierba, acarició al animal. Él también debía de estar cansado. 

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Thimothée siempre había sabido que la quería a ella como esposa. Tal vez podría llevarse a muchas mujeres a su cama y darlas su calor pero; desde que la vio la primera vez, a lo lejos con el cabello al viento galopando a lomos de su montura, riendo con sus cuatro hermanas supo que la quería a ella. 

Sus hermanas se habían casado a temprana edad y se habían ido al otro extremo del mundo. Apenas visitaban a las dos hermanas pequeñas por lo que con el paso del tiempo, la relación se había deteriorado. 

Thimothée apenas era un crío cuando cruzaron una mirada y preguntó sobre ella a su padre. Jamás hubiera imaginado que se casaría con ella en un futuro. 

Ahora la veía sonriendo al lado de su caballo y se repetía una y otra vez así mismo: "Dentro de unos días llevará tu apellido"

El mero hecho de pensarlo le causaba dolor de cabeza. Sin duda Lucinda tal vez no fuera ni la más hermosa ni la más amable pero, la había elegido él y le pertenecía. 

La primera vez que había hablado con ella había sido ayer, cuando la vio practicar con la espada. No se la daba mal. Solo necesitaba práctica.

La había estado observando aproximadamente durante media hora cuando decidió hablarla. 

Esta se había asustado y había posado su espada en su cuello y aquello no le pudo parecer más atractivo. Sus ojos se posaron en los de él como si fuera una niña enfadada. 

-"Es mía" - se dijo una vez más

La muchacha elevó su mirada al sentir los ojos de Thimothée sobre ella y lo único que alcanzó a ver fue una expresión neutral. 

Ella se encogió sobre si misma, detrás del caballo y esperó a que alguien la ordenara ir a cenar, pues no sabía como era vivir en un campamento. 

Estuvo con su montura durante horas hasta que un guardia le propuso instalarse en la tienda. 

- Yo me ocuparé del caballo, Majestad - había dicho. 

Lucinda se caló su capa y se dirigió hacia la tiendecita. 

Thimothée estaba desnudo de torso para arriba, cambiándose de ropa. Lucinda abrió los ojos y emitió una exclamación. Nunca había visto a ningún chico semidesnudo. 

El Príncipe pareció divertirse porque cuando pasó por su lado tenía una sonrisilla. 

Cuando llegó hasta el candelabro que iluminaba la habitación lo apagó. 

- La luz juega con las sombras. - le dijo antes de salir y encontrarse con toda una tropa de soldados en torno al fuego. 

Lucinda no se dio cuenta de porque la había dejado sin luz hasta que el sueño empezó a cerrar sus párpados y quiso irse a la cama. 

Se cambió de ropa, dejando una leve prenda transparentosa sobre su cuerpo y se metió entre las mantas de piel. 

De alguna forma, a pesar del frío que hacía fuera, en la pequeña choza había una sensación cálida que hizo que la princesa se durmiera enseguida. 

Matrimonio Concertado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora