Paseos.

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Lucinda despertó por el ruido que había fuera. Se incorporó y miró a su alrededor, todavía adormilada. Apenas lograba abrir los ojos para distinguir donde se encontraba. Con una mano en la frente, cubriéndose del sol, logró llegar hasta las gruesas cortinas. Las desplegó para encontrarse con otro par de cortinas menos opacas. Arrugó la nariz, molesta y las apartó de un manotazo. Tras abrirse paso entre cortinajes, descubrió a un grupo de niños de unos doce años jugando de aquí para allá y gritando. ¿Acaso Evelyn tenía hermanos? Una idea fugaz pasó por su cabeza. ¿Y si eran sus hijos? No, se dijo. Imposible. Evelyn aún era joven. Un escalofrío recorrió su espalda al comprender que ella también entraba dentro de esa juventud que atribuía a Evelyn. Eso es lo que se espera de nosotras, se dijo. Procrear

Se apartó de las cortinas y decidió arreglarse para bajar a desayunar. Su estomago dio un vuelco al darse cuenta de lo que eso significaba. Corrió al tocador y se apartó el pelo de sus hombros. En efecto los moratones aún seguían allí. Eran menos visibles que antes pero no dejaban de ser moratones. Lucinda maldijo a aquel viaje en todas las lenguas que había aprendido y decidió vestirse.

Su atuendo constaba de un vestido sencillo. Tal vez demasiado sencillo para ser de la realeza pero, la verdad es que no podía importarle menos. 

La joven observó el castillo mientras paseaba por los pasillos hasta el comedor. Si algo había aprendido es que todos los castillos que se encontraban en territorio Francés tenían la misma distribución. Por eso, una vez que conocías uno, el resto eran iguales. 

Lucinda pasó por el comedor con la cabeza gacha, evitando cruzar miradas con alguien. Había localizado a Thimothée al final de la enorme mesa por lo que no dudó en sentarse allí. Antes de hacerlo, el joven se levantó y la dio los buenos días. A continuación, la presentó ante los reyes. Evelyn, y su esposo, Nicolás. 

El rey era un joven mayor que Thimothée aunque por ello, no de mejor aspecto.  Su presencia hacia que todo el mundo fuera insignificante a su lado. Al menos era así hasta que Lucinda decidió contestarle de una forma fría. 

- ¿Hace cuánto os habéis casado? - preguntó el rey mientras mordisqueaba el bollo. 

- Hará una semana - respondió Thimothée - Tal vez menos. El matrimonio fue... concertado. - dijo él mirando a Lucinda de hito en hito. 

- Oh comprendo - dijo entonces Nicolas mirando a Lucinda de una forma repelente. 

La joven tragó lo que tenía en la boca y se aclaró la garganta. 

- Él y mi padre lo concertaron hace mucho tiempo, yo... 

Una sonora risotada por parte del rey la interrumpió. Lucinda sonrió de una forma afilada. Tal y como había aprendido de su padre. 

- Perdón majestad pero ¿qué os resulta tan gracioso? - preguntó ella. 

- Oh querida es evidente que tu... bueno... - la miró con descaro - Thimothée tiene valor para casarse con alguien como vos. - la dijo. 

Lucinda tenía una ligera idea de a dónde quería llegar. 

- Yo no soy... 

- Querida - volvió a interrumpirla - No hace falta que lo niegues. Es vergonzoso que todavía no conserves tu pureza pero... 

- No tengo por qué aguantar esto. - concluyó Lucinda por lo bajo haciendo callar al rey. Este puso cara de no entender nada y observó como Lucinda lanzaba la servilleta por los aires y abandonaba la estancia con elegancia. 

Thimothée hervía por dentro. A su lado, Evelyn tenía una pequeña sonrisa de insuficiencia. 

- ¿Permites esta clase de comportamiento? - le dijo el rey, esta vez dirigiéndose al joven rey. 

Matrimonio Concertado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora