Presentaciones.

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Lucinda se enzarzó en una pelea con los sirvientes. 

El vestido era demasiado escotado. Además, llevaba uno de esos corsés que no te dejaban respirar y realzaban las curvas de la mujer. 

Nada de eso. 

- Me temo que tiene que ponérselo señora. - le dijo una mujer de unos cuarenta años. - El príncipe lo ha elegido para usted, confiando en que se viera lo más hermosa posible. 

Todo lo que sintió Lucinda en ese momento fue odio. Un odio intenso hacia la supuesta "etiqueta". 

El vestido era pesado a pesar de que parecía ligero. Era elegante, pero apenas la dejaba respirar. 

El escote no la convencía en absoluto pero lo dejó pasar, pues las francesas tenían fama de estar siempre resfriadas por esa clase de cosas. 

La recogieron el pelo y la ayudaron a alzarse en los zapatos de tacón. 

Al menos no la habían maquillado como una puerta. 

Fue escoltada hasta el salón por dos guardias que no paraban de mirarla. 

Lucinda les dedicó una mala mirada y no volvieron a hacerlo. 

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Thimothée esperaba a ver la figura de Lucinda apareciendo por las puertas de oro del salón, causando una oleada de exclamaciones por su belleza. 

Al príncipe le gustaba viajar por esa clase de cosas. Se encontraban joyas hermosas que nada tenían que ver con su territorio. 

Thimothée hablaba con su madre, ya que su padre nunca se presentaba a las cenas desde que él tenía uso de razón; cuando unas exclamaciones ahogadas al fondo de la estancia le hicieron elevar la cabeza. 

Ahí estaba ella. 

Thimothée apretó la madera de la mesa para recordarse que tenía que controlarse. No podía hacer ninguna estupidez ahora. 

Lucinda caminó, majestuosa hasta su lado, donde se sentó y recorrió la estancia con la mirada. 

Una de las manos del príncipe estaba atrapada con la de su madre, que absorta por podía apartar la mirada de la joven. 

Se obligó a soltar la otra mano de la mesa y se la tendió a la princesa. 

Esta no tuvo otra opción que cogérsela y aceptar el beso que el príncipe posó en sus nudillos. 

A Lucinda, le sorprendió el gesto, pues sus labios eran suaves y delicados. Su gesto pretendía ser apaciguador pero sus ojos brillaban de lujuría. El príncipe no iba a cambiar. 

Lucinda miró a la mujer que tenía delante y notó el sutil parecido entre Thimothée y ella. 

- Es un placer conocerla, Majestad - la dijo inclinando la cabeza suavemente. 

- Oh el placer es mío, querida. Mi hijo tiene buen gusto, desde luego. - la alagó. 

Lucinda compuso una sonrisa forzada y miró al príncipe que todavía sostenía su mano, esta vez con más fuerza. 

Thimothée la volvía a recorrer con la mirada, una vez más. A la princesa le incomodaba que la gente lo hiciera, pero con el príncipe era diferente. 

Sabía que había algo dentro de él que le atraía de una forma inexplicable. Quería saber lo que se escondía detrás de esa máscara. Aunque ello implicara hacerse daño. 

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La cena transcurrió entre halagos, bromas y preguntas hacia Lucinda que respondía con respuestas completas, sin dejar cabos sueltos. Lo hacía así para que no volvieran a preguntarla más sobre ese tema. La aburrían las conversaciones repetitivas. 

Thimothée no había prestado atención en toda la cena. Estaba ensimismado observando el rojo resaltar la palidez de su esposa. 

- ¿Verdad Thimothée? - le preguntó su madre. 

El chico, que andaba mirando a Lucinda, desvió la mirada y se disculpó al no haber escuchado la pregunta. 

Lucinda frunció el ceño al comprender la situación. Parecía más bien curiosa que sorprendida. 

Sus suposiciones resultaron correctas cuando su madre formuló de nuevo la pregunta. 

- Te preguntaba sobre tu antigua novia, Lady Evelyn - explicó. 

Lucinda había dejado caer ligeramente la cabeza a un lado. Se la veía realmente interesada. 

- Sabes que no he vuelto a verla desde que se casó con Nicolas. - explicó. Lucinda frunció más el ceño. - Es el Príncipe heredero a las tierras de Asia. - explicó. 

Lucinda asintió. 

- Oh si, el que tiene un hermano llamado Harold, ¿verdad? - se atrevió a preguntar la joven. 

La reina asintió con una sonrisa. 

- ¡Si, exacto! - dijo. 

Lucinda asintió con una media sonrisa mirando a Thimothée. 

- Antes de que mi hermana Amanda naciera, vi un par de veces a Harold y a Nicolas. Su hermano como bien sabéis, - dijo limpiando sus suaves labios con la servilleta. - estaba dispuesto a casarme conmigo. Por supuesto, no ha sido así, porque nació mi hermana y bueno... Thimothée insistió en casarse conmigo. - agregó lo último mientras se llevaba la copa de vino a su boca.

El líquido mojó sus labios, haciéndolos más rosados y deseables. La chica se los mojó, inocentemente para terminar de quitarse el vino. Thimothée sentía que iba a explotar. 

Necesitaba alguna distracción. 

- Mi hijo puede ser muy persuasivo en algunas ocasiones - comentó la reina palmeando la mano de su hijo. 

A Thimothée le costó un poco apartar la mirada de Lucinda y sonreír a su madre. 

La cena terminó poco después de esto, por petición de Thimothée. 

- Lucinda tiene que descansar. El viaje ha sido largo. - explicó el chico. 

 La joven lo miró confundida pero aún así, le siguió fuera del salón. 

Cuando la chica se disponía a tomar otra dirección para llegar a sus aposentos, Thimothée la tomó del brazo y la bloqueó contra la pared. 

Sus caderas estaban muy juntas. Sus respiraciones se mezclaban. El contacto de la piel hizo enfurecer a Thimothée aún más. 

- No vuelvas a hacer eso. - la amenazó. 

- ¡Suéltame! - le exigió golpeando su pecho. 

Thimothée, agarró sus muñecas, poniéndolas encima de su cabeza. 

Su mirada recorrió de nuevo su figura. Acortó la poca distancia que los separaba e hizo chocar sus caderas. 

Lucinda emitió un gritito de indignación y sorpresa. 

- Puedo sentir tu pulso acelerado en tu muñeca. Yo también se provocar. - amenazó. 

Lucinda no entendía nada. 

- Eres un demente, suéltame - exigió una vez más. 

Thimothée agarró su barbilla con la mano libre y la obligó a que su cabeza se echara para atrás. 

- No voy a repetirlo una vez más. No me provoques. - la dijo. 

Se quedaron así unos segundos hasta que Thimothée se separó de ella, súbitamente y echara a andar por el pasillo hasta su habitación. 

Cuando llegó, cerró de un portazo. 

Lucinda, aún demasiado confundida como para hacer nada, se colocó su vestido y empezó a andar hacia sus aposentos. 

Definitivamente iba a casarse con un loco. 

Matrimonio Concertado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora