Confesión.

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Thimothée no había salido de su cuarto desde su boda. Los asuntos de gobierno que ahora caían en sus hombros le estaban quitando todo el tiempo para intentar arreglar las cosas con Lucinda. 

- Querido - le llamó su madre entrando en su estudio. Thimothée no levantó la mirada de los pergaminos que se desplegaban sobre su mesa. 

-Mhm- respondió con la mano sobre su barbilla. 

- Deberías salir a dar un paseo y despejarte. - le obligó. 

Thimothée sabía lo que eso significaba y no tenía intención de ver a Evelyn. 

- Si madre - le dijo. La mujer se dio la vuelta, dispuesta a irse cuando Thimothée la encargó algo. - Hazme un favor y avisa a Lucinda. Quiero dar un paseo con ella. - dijo con voz autoritaria. 

Su madre asintió y dejó la estancia. 

Una vez su madre se fue, Thimothée se levantó y corrió a la ventana que daba al jardín. Lucinda estaba sentada en la hierba, con su hermana. Un sirviente la ayudó a levantarse para que se preparara debidamente para recibirle. 

Thimothée se sumergió en su vestidor y buscó algo sencillo. 

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Lucinda se vistió como sus doncellas la aconsejaron y la llevaron al jardín, donde Thimothée la esperaba con expresión malhumorada. El enfado al parecer no iba dirigido a ella, sino a la muchacha que se encontraba a su lado. 

Era una joven alta, esbelta de pelos rubios y tez rosada. Llevaba ropas caras y a la moda. El corsé acentuaba su excelente figura. El vestido la resaltaba su pálida piel y sus dientes, perfectamente alineados, creaban un efecto hipnótico. 

Lucinda se acercó hasta ellos. 

Thimothée la tomó de la mano y la pegó a su cuerpo. Aquello incomodó a Lucinda, pues nunca lo había hecho y aunque estaban casados, la muchacha no estaba acostumbrada a ese tipo de trato. Aún así, sonrió e hizo como que estaba acostumbrada a ello. 

Thimothée torció un momento la cabeza, dejando la conversación para mirarla. 

- Siento no haber podido veros ayer - susurró en su oído. 

Lucinda negó con la cabeza. Realmente no tenía importancia. Thimothée estaría ocupado. 

- Querida, - la llamó la madre del chico. Lucinda apartó la mirada de los obres verdosos de su esposo. - esta es Lady Evelyn. - la presentó. 

Así que aquella era la famosa Evelyn... 

- Es un placer - dijo la nombrada haciendo una reverencia. Ella cabeceó, mostrando algo de indiferencia. 

- He oído hablar de ti. El placer es mío. - la dijo todavía agarrada del brazo de su esposo. 

- Bueno, - dijo la madre de Thimothée - demos un paseo. - los invitó. 

La mujer tomó del brazo a la sonriente Evelyn y empezó a caminar. 

Thimothée esperó a que Lucinda quisiera emprender la marcha tras dedicar una asesina mirada a Evelyn. 

- La idea no ha sido mía - confesó Thimothée viendo a la pareja observar una estatua. 

- ¿Qué pasó entre vosotros? Si es que no es una pregunta incómoda - preguntó la joven. 

Thimothée elevó la mirada y miró a la joven, que le devolvió el gesto con una leve sonrisa. 

- Ella me engañó con Nicolas. El tipo con el que está casada. Éramos críos de la nobleza aburridos. Todo el mundo comenzaba a tener pareja y fuimos los únicos que no habían encontrado a alguien. Así que un día la dije que por qué no intentarlo, pues nos llevábamos bien. Ella accedió y me enamoré. Después ella confesó que se había enamorado también. Los años pasaron y con ellos llegaron nuevos miembros a nuestro círculo. Entre ellos, Nicolas. Ella justificó su desliz con nuestro pequeño romance secreto. Por supuesto, como nadie lo sabía, pues era solo una prueba, ella no tuvo ningún problema en casarse con Nicolas. - explicó. 

Lucinda bajó la cabeza, apenada. 

- Lo siento. Debió de ser duro. Nunca he estado enamorada y no se como será una ruptura pero dicen que es realmente... 

- Devastadora. - completó él. Después bajo la cabeza y asintió. 

- Se rumorea que Nicolas dejó de quererla hace mucho tiempo. Ahora tiene nuevas consortes y las malas lenguas insisten en hijos bastardos. Sinceramente, no creo que sean solo cotilleos. - la confesó. 

Lucinda puso una mueca. 

- Eso es realmente... Él es un... - en la mente de Lucinda lo único que había eran malas palabras. 

- Si. Yo pienso lo mismo. - la ayudó él. 

Lucinda sonrió mientras una estatua, les observaba. 

- ¿Te gusta la escultura? - preguntó Thimothée tras observar como los ojos de Lucinda se iluminaban. 

- En realidad el arte en general me apasiona. La escultura es una de mis disciplinas favoritas. - confesó con cierta verguenza. 

- No tienes por qué avergonzarte de ello.- la dijo- A mi me gusta la poesía. 

Lucinda abrió los ojos, sorprendida. 

- No esperaba que te gustase la lírica. - confesó. 

Thimothée sonrió, mientras miraba el estrecho camino. 

- Mi primo me enseñó a amar las cosas insignificantes. - comentó orgulloso. - Soy alguien que se enamora fácilmente de una caricia o de un hábito tan simple como el de observar los atardeceres. 

- A mi no me parecen cosas insignificantes. - le contradijo. 

Thimothée sonrió con la boca cerrada. 

- Eso es lo mismo que él decía. 

Lucinda le devolvió la sonrisa. Las palabras de la otra noche acudieron otra vez a su cabeza y su expresión cambió. Thimothée, que lo notó, temió haber dicho algo equivocado. 

Lucinda bajó la cabeza y paró la caminata. 

- La otra noche... - empezó mientras sus dedos jugaban con el lazo de su falda - lo que dijiste... - se aventuró ahora mirándole a los ojos - ¿iba en serio?  

Thimothée maldijo en su mente su torpeza. 

- No lo se. Tal vez - la confesó mirado aquellos profundos ojos que hacían que su piel se erizase. 

- Yo... - dijo atónita. - Pareció muy honesto por tu parte y... quisiera saber si en verdad me amas. - preguntó como una estúpida. 

Thimothée se atrevió a posar sus dedos sobre la mejilla de ella. 

- Ni siquiera te acordarás de la primera vez que nos conocimos pero desde que tu mirada se cruzó con la mía, quise compartir el resto de mi vida contigo. - la confesó en voz baja. Sus rostros estaban peligrosamente uno cerca del otro. Thimothée solo quería estrecharla entre sus brazos como aquel día. - Si me hubieras preguntado sobre cualquier otra cosa, hubiera dudado. Sin embargo, mi amor por ti nunca ha dejado de ser el mismo que siempre ha sido. Puro y sincero. Lucinda - completó- no quiero a otra mujer que no seas tu. 

Lucinda se estremeció entre sus brazos. De un momento a otro, sus manos se enredaban en su cabello y sus bocas se buscaban la una a la otra. 

Thimothée, bajó sus manos hasta su cintura y la sujetó firmemente. Una de sus manos se posó sobre su nuca, asegurándose de que ella no se separaría. 

Las manos de Lucinda, estaban en su cuello. Sus piernas apenas podían sostenerse. Estaba completamente segura de que se hubiera caído si no hubiera sido porque él la estaba sujetando.  

Thimothée ansiaba su contacto y el besó subió el ritmo. Uno al que Lucinda la costó adaptarse. El chico pareció notarlo y se separó, dejándola respirar. 

Thimothée apoyó su frente sobre la de su esposa y sonrió con los ojos cerrados. 

- Te amo - volvió a susurrar como lo había hecho la primera vez. 

Un par de lágrimas se escaparon del rostro de Lucinda. Su corazón se estremecía ante aquellas palabras plagadas de sentimiento. Intentó pronunciar las mismas palabras, pero una vez más lo único que consiguió hacer fue posar un corto beso sobre sus labios. 

Thimothée, buscó otra vez su boca pero Lucinda interpuso su mano entre ellos dos. 

El chico la dejo espacio, pues no quería abusar y comprendió que tendría que ir poco a poco. 

Matrimonio Concertado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora