La verdad es una joya de múltiples facetas.

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Lucinda despertó en una cama de sábanas suaves, rojas como la sangre. Se incorporó, asustada al ver que no estaba en su cama. Miró a su alrededor con una mueca de horror al recordar todo lo que había pasado. Aún la dolía la cabeza. 

Se deslizó fuera de la cama y se vio reflejada en un elegante armario con espejos a modo de puerta. Vio su cara manchada de barro y su atuendo hecho jirones. Era su vestido favorito... 

- Buenos días princesa - dijo una voz a su espalda. Ella no se volvió. En vez de eso se fue directa al armario, rebuscó hasta encontrar lo que quería y se dirigió al vestidor. 

No quería hablar con Dorian. Ni ahora ni nunca. 

Se vistió rápidamente con los pantalones y la camisa que había encontrado y se sorprendió al ver que eran de su talla. Se puso también las botas y se aseguró de atar bien los pequeños cordones de cuero. 

Dio un par de vueltas sobre si misma para asegurarse de que no había ninguna sorpresa indeseada y salió, dispuesta a empezar a entrenar con su arco otra vez. 

Comprobó por el rabillo del ojo como Dorian seguía allí. Le hizo caso omiso y siguió a lo suyo. Tomó una capa y rebuscó en el baúl un zurrón. No pensaba comer allí hoy. 

- ¿A dónde vas? - la preguntó con un falso interés. 

Lucinda rodó los ojos. 

- A dónde pueda perderte de vista. 

Y dicho eso cerró la puerta y echó a correr por los pasillos en parte porque quería alejarse de allí y en parte porque temía que Dorian saliera detrás de ella. 

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Thimothée había pasado la noche en el castillo de Lucinda. El cuál siempre había sido de Dorian, en realidad. 

Amanda no le dejó protestar cuando le condujo hasta la habitación de Lucinda y le dijo que podría dormir allí, pues la de visitas estaba polvorienta y llena de lonas. Esto había provocado que el sueño de Thimothée se hubiera esfumado. Toda la tensión que había estado acumulando había desaparecido cuando la había tenido entre sus brazos y su cuerpo se había enredado en el suyo. 

Todo parecía estar bien... Todo parecía haberse solucionado y ahora aparecía Dorian para romperlo todo. Como siempre hacía. Si había algo fuerte y puro entre dos personas, lo rompía. Si alguien por fin había conseguido alcanzar la paz, algo difícil en aquellos tiempos, lo rompía. 

La rabia y frustración lo habían llevado a levantarse de la cama en la que el olor de Lucinda se mezclaba con el suyo e ir a dar un paseo por los jardines. 

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Lucinda sacudía las riendas de su caballo mientras sentía como las fuertes patas del corcel se movían esquivando las piedras del camino. 

No podía volver a casa porque Dorian sabría donde estaba. Tampoco podía huir ahora a las tierras de Thimothée, pues estaban demasiado lejos y se daría cuenta de que había desaparecido. No podía vivir en los bosques porque tarde o temprano la encontrarían... 

Solo podía intentar ganarse su confianza. Tenía que aguantar hasta que pudiera huir a su reino. 

Tiró de las riendas y obligó a su montura a frenar. El caballo, obediente, paró en el pequeño claro. 

Lucinda bajó y cogió una piedra cualquiera para empezar a dibujar la diana. Se acercó a un árbol y comenzó a escarbar en la corteza. No pensaba quedarse de brazos cruzados durante mucho tiempo. 

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Thimothée regresaba a su habitación cuando oyó los gritos de Amanda en una de las habitaciones. 

Matrimonio Concertado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora