Una estatua perfecta.

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Al día siguiente, Lucinda despertó a solas en su cama. Thimothée ya se habría ido como hacia todas las mañanas. 

La joven se dio una ducha, siguiendo su rutina diaria y acudió a su antiguo dormitorio para seguir adquiriendo conocimientos sobre la escultura entre páginas amarillentas. Sentada en su cómodo sillón, una doncella llamó a la puerta. 

- Perdonad la interrupción, alteza - se disculpó la joven. 

- No es nada - la dijo levantándose y reuniéndose a su lado con mirada amigable. - ¿A que venías a informar? - la dijo. 

La joven asintió con la cabeza, como si acabara de recordarlo. 

- Vuestro esposo requiere su presencia en los jardines - la comunicó. 

Ella asintió y se cambió de ropa rápidamente. 

Tomo un bloc de dibujo y corrió con la melena al viento, como de costumbre; sola entre árboles altos de copas frondosas. 

La mayoría de las hojas ya se habían caído, pues el invierno comenzaba a hacerse presente. 

Algunas se balanceaban con el viento debatiéndose entre caerse o permanecer en las desnudas ramas. 

Lucinda recorrió el camino que había seguido con Thimothée anoche y no tardó en llegar a la pequeña plaza llena de estatuas. 

Estas parecían esperarla, con un rostro impasible y curioso. 

Lucinda miró a su alrededor pero no vio a Thimothée. La joven frunció el ceño y lo buscó con la mirada. 

- Bu - dijo él entonces a su espalda, con sus manos sobre sus caderas. 

Lucinda saltó en el sitio y le atizó con el cuaderno, en señal de protesta. Thimothée compuso una cara dolida que la sacó una sonrisa. 

El chico sonrió también y la preguntó por sus escasas horas despierta. 

Ella le contó su rutina mientras, juntos, se dirigían al banco el cual las estatuas miraban. 

Cuando la joven se sentó, sintió una decena de ojos clavada en ella. Tal vez las estatuas no tuvieran vida pero, ese era el trabajo de un artista: crear ilusiones. 

La joven no esperó para abrir su cuaderno y empezar a dibujar. 

Apenas unos minutos después la primera representación de una de las esculturas estaba terminada. 

Thimothée se balanceaba sobre las rocas que el riachuelo dejaban a la vista bajo la atenta mirada de su esposa. 

"Es igual que un niño pequeño". - pensó. 

Thimothée se agachó para acariciar el agua helada con los dedos. Su frescura le recorrió la palma entera en una gratificante sensación. Sabiendo que Lucinda le vigilaba con el rabillo del ojo, hizo que se caía. 

Esta se levantó de un salto mientras el chico reía por primera vez en mucho tiempo. Lucinda volvió a sentarse con una pequeña sonrisa avergonzada. 

Thimothée, que de repente se sintió mal, se sentó a su lado y posó un beso en su frente. 

El chico comprobó como ya había dibujado una de las estatuas más difíciles del jardín y observó como ella pintaba la segunda. 

No había dudas en el trazo, por lo que el papel quedaba limpio, a excepción de los bocetos.  

Cuando ella hubo terminado, quiso observar el dibujo más de cerca. 

- ¿Puedo? - preguntó extendiendo la mano. 

La chica asintió y le dio el cuaderno. 

Abandonó el material y se dirigió al pequeño riachuelo. 

Matrimonio Concertado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora