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— McKenzie, sube al coche, ¡el avión sale en una hora! —grita mi padre que está al volante.

Vuelvo a mirar a Peter.

— Tranquila Mc, yo siempre estaré a tu lado... —me repite una y otra vez.

Le dedico una sonrisa sincera. Él me agarra de la cintura y se acerca poco a poco. Cuando está lo suficientemente cerca, apoya su frente suavemente en la mía y sonríe. Puedo sentir su cálido aliento sobre mi rostro mientras repite la misma frase:

— Yo siempre estaré a tu lado...

Peter empieza a acercar sus labios con los míos. Los roza...

— ¡Levanta Mc! ¡Son las cinco!

Escucho los gritos de mi madre que interrumpen mi precioso sueño. Espera, espera, espera, ¿por qué he dicho precioso? Sale Peter en él, no puede ser precioso.

— ¡El desayuno se enfría! —insiste mi madre.

¿Por qué desayunar a las cinco...? ¡Ah, sí! Tengo que coger un avión de dos horas para instalarme en un precioso y acogedor internado. Genial.

— ¡¡Señorita McKenzie, no me hagas subir a tu habitación!!

— ¡Ya voy! —digo gruñendo a la vez que aplasto mi cara contra la almohada.

Me miro al espejo y lo primero que veo son unas profundas ojeras. No he dormido nada pensando en el internado, aparte de que me quedé hasta las dos de la madrugada haciendo la maleta.

Bajo las escaleras y entro en la cocina. Me tomo unas tostadas con mantequilla mientras mi madre me prepara un café. Me tomo el café a largos buches a pesar de que estaba demasiado caliente, pero necesito ir rápido. Sin duda mi madre acertó con el café, me ha despertado bastante a pesar de ser las cinco y algo de la mañana.

Cuando termino, subo las escaleras y entro en mi habitación. Me pongo la ropa que ya había preparado el día anterior. Empiezo por unos vaqueros claros, sigo con una camiseta blanca de tirantas y encima de esta una camisa de cuadros abierta; y termino con unas zapatillas converse. No tengo muchas ganas de esforzarme en la ropa, la verdad, hoy no estoy especialmente felíz.

En el pelo opto por cepillármelo como todos los días, dejando caer mis mechones cobrizos sobre mis hombros.

— ¿Estás preparada? —dice mi padre entrando en mi habitación.

—Sí —me limito a decir, aunque sea mentira.

— Muy bien. Coge tu equipaje de mano, yo me llevo esto —mi padre coge la maleta grande—. En cinco minutos nos vamos, date prisa.

Asiento con la cabeza y mi padre abandona mi habitación.

Me quedan los últimos detalles: los complementos. Siempre le he dado más importancia a los complementos, antes que a la ropa, creo que esta que no es tan importante.

Me pongo todas mis pulseras, cinco en total. También el anillo que me regaló Peter... Peter. No sé por qué, pero lo echo algo de menos; a pesar de que ha hecho una enorme estupidez, sé que no lo ha hecho con mala intención.

¡Mc, nos vamos! —grita mi padre, al que veo desde mi ventana metiendo las maletas en el coche.

¡Ya voy! —le respondo.

Bajo las escaleras rápidamente, haciendo que tropiece y milagrosamente no caiga al suelo. Se lo debo todo a la barandilla.

Salgo a la calle, donde está aparcado el coche. Abro la puerta de los asientos traseros y tiro mi mochila. Me doy la vuelta y aparece Peter, ocupando la mayor parte de mi campo de visión.

ONLY WORDS (editing)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora