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Me siento mal al ver la cara de Izan, está petrificado y en parte es culpa mía. No debería de haberle hecho caso, supongo que me he dejado llevar.

— ¿Quién es tu amiga...? —pregunta el tal tío de Izan.

— ¡Oh...! —Izan recupera la conciencia— es McKenzie, acaba de llegar.

— ¿Y se puede saber por qué está contigo?

Veo que Izan se queda paralizado, por lo que decido hablar yo.

— Sólo me lo encontré al entrar y me estaba enseñando el internado por fuera, nada más —miro una pequeña tarjeta agarrada al bolsillo de su camisa en la que pone su nombre—, Hugo Malone.

— Sr. Malone para los internos —me corrige y me invita a estrechar su mano, pero con la misma frialdad con la que me vio al entrar por la puerta.

— McKenzie —digo estrechándola.

— Qué hacéis ahí parados —dice soltando mi mano y añade—: iros al comedor, es tarde.

Estamos a punto de irnos pero el Sr. Malone agarra a su sobrino del brazo y le dice:

— Y contigo, jovencito, ya hablaré más tarde. No creas que te has librado de ésta.

Nos dirigimos a la cafetería. De camino, Izan no deja de mirar al frente y dice:

— Qué asco.

— ¿Qué asco qué? —musito confundida.

— Compartir apellido con él.

Llegamos al comedor y nos sentamos en una mesa en la que hay dos sitios libres.

— Hola chicos, ¿hay sitio para los dos?

— Claro.

Izan y yo nos sentamos.

— ¿Quién es la nueva? ¿Ya has ligado? —pregunta con picardía el mismo chico que había contestado antes.

— Es McKenzie —contesta Izan algo sonrojado—, estoy por enseñarle el internado, no pienses mal —a esto último le da un codazo a su amigo.

—Hola —digo con simpatía.

— Yo soy Jack —me devuelve una amplia sonrisa.

Después de estar un rato hablando comprendo que no soy la única en el mundo. Ellos son iguales que yo, con sus contradicciones como todo el mundo, pero iguales que yo.

La gente piensa que un interno es alguien despiadado y peligroso al que no le importa nada la vida de los demás y ni si quiera hace nada por mejorar la suya. Yo también llegué a pensarlo. Pero ahora me doy cuenta de que lo de fuera es solo un reflejo. Como Jack. Con su fachada de chico duro. Parece difícil de creer, pero es un tierno. Aunque ese pelo ceniza y esos ojos grisáceos no dicen mucho de él, la verdad.

Y pensar que he llegado a tragarme fachadas durante 17 años de vida... y ahora me doy cuenta de que lo importante no es lo que se refleja, sino lo que se esconde detrás del espejo.

Y ahora es el momento en el que me doy cuenta de que lo único que hago últimamente es sumergirme en mis pensamientos. Ya sabes, de esos que nunca terminan a no ser que te agiten como a un bellotero. Esa soy yo. Naufraga desorientada entre mis pensamientos.

— Hoy no tienes nada que hacer, mañana empezarán las clases para ti —me dice Izan—, te puedo enseñar el internado si te apetece.

Lo miro desconcertada. Me doy cuenta de que ya hemos terminado de comer y estamos en la habitación.

— ¿O prefieres deshacer la maleta? Si quieres ir viendo el internado tu sola, a tu ritmo, sin presiones... —Izan sigue hablando, parece que le han echado algún tipo de poción mágica en la comida que acelera el habla.

De repente deja de hablar y empieza a sonreír, por lo que le miro más desconcertada que antes.

— ¿Me estás escuchando? —dice pasando su mano varias veces por delante de mis ojos— Pareces una estatua.

— Perdona, es que esto es nuevo para mi, y yo... sólo...

— Entonces, ¿qué quieres hacer? —me interrumpe.

— Pues... voy a deshacer la maleta si no te importa.

— Claro, voy a por un refresco, ¿quieres otro? —dice mientras abre la puerta.

— Vale, tráeme otro.

Izan se va y empiezo a sacar cosas y a guardarlas en el armario que hay junto a mi cama. De repente entra una chica en mi habitación.

— Eh, ¿quién te ha dejado entrar? —le pregunto.

— Izan; me lo he encontrado por el pasillo. Soy amiga suya —dice cerrando la puerta —mi habitación es la número 3, está justo en frente... por si alguna vez, ya sabes.

— No, no sé —estoy demasiado perdida.

— No importa. Soy Emma —dice dándome dos besos.

— Yo McKenzie, supongo que ya lo sabrás.

— Si, no se si te acuerdas, pero hemos almorzado en la misma mesa antes.

— ¡Ah, si! —miento.

— ¿Quieres que te ayude? —se ofrece ella.

— ¡Oh, no te molestes! Seguro que tienes cosas mejores que hacer.

— Como quieras.

Se produce un silencio incómodo.

— Oye.

— ¿Sí? —digo dejando a un lado la ropa.

— Yo no se si ese es tu plan, pero que te quede claro que Izan no es para ti —no ha sido buena idea romper el silencio.

— ¿Perdona? —estoy desconcertada de nuevo.

— Como lo oyes.

— ¿Sois novios?

— No.

— Entonces... ¿por qué me dices eso?

En ese momento entra Izan por la puerta con los refrescos.

— Hola... Emma —dice sorprendido.

— Hola.

— Parece que ya os conocéis, ¿no?

— Se podría decir —contesto.

— Bueno, yo ya me iba. Te veo mañana en clases McKenzie.

— ¡Hasta mañana!

Emma se va, no sin antes traspasarme los ojos con una mirada asesina.

Mis pensamientos inocentes se esfuman. Esa imagen que tenía Emma de niña buena con su pelo dorado y su sonrisa perfecta también se va. No se a qué ha venido eso.

Una vez más, me perdí en palabras vacías.

ONLY WORDS (editing)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora