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— Perdona chica, ¿me puedo sentar a su lado? —me pregunta una mujer de rostro arrugado.

— Por favor —le respondo con amabilidad.

La mujer se sienta junto a mi y se abrocha el cinturón de seguridad.

— Estaba en el sitio de allí delante pero mi nieto no se encontraba bien y a vomitado... —me explica— y están limpiando los asientos.

No había pedido detalles, pero me limito a asentir.

— ¿Viaja sola? —pregunta.

— Sí.

— ¿Y a dónde se dirige?

— Pues... realmente no tengo un sitio fijo.

— ¿Y eso...?

— Mis padres me han enviado al Internado Western. Soy un estorbo para ellos.

— ¡Oh, no digas eso! —se molesta ella—seguro que te quieren mucho.

— Sí, me quieren lejos... —murmuro con un hilo de voz aprovechando que la mujer de rostro arrugado es algo sorda y no se entera de mis palabras.

Tras un agradable silencio, la mujer vuelve a hablar.

— ¿De dónde eres, chica?

— De Sidney, ¿y usted?

— También, solamente me dirijo a la zona oeste para visitar al resto de mi familia. Mi marido y mi hijo son de aquí pero tuvieron que irse por trabajo y yo no quise irme, amo demasiado este lugar. Entonces quedamos en el acuerdo de visitarnos cada vez que... ¡Oye, chica, que no me he presentado! Que mala educación tengo, perdóname, no sé ni dónde he dejado mi móvil...

— Tranquila —digo entre risas —ah, y el móvil lo tiene en su mano —me río un más.

— Soy Emilia —dice ella en el momento en el que me da la mano y la agita.

— Yo soy Sarah McKenzie, pero llámame McKenzie, no me gusta mi nombre...

— ¿No? Pues me parece muy bonito, no sé por qué no te gusta.

— Verás, no es que no me guste es que... Da igual, no es importante.

— No, no, cuenta, soy una gran oyente.

— Es una larga historia...

— ¡No importa! Nos queda una hora más de trayecto —insiste ella.

— Pues —intento explicarle de algún modo en el que no se me inunden los ojos—, tuve una prima. Ella y yo éramos uña y carne. Ella vivía lejos de Sidney, en otra ciudad, y sólo la veía de vez en cuando: en vacaciones y en algún que otro fin de semana. Un día la invité a mi décimo cumpleaños y ella venía hacía mi casa en coche. Pero aquel día no se presentó. La llamé y la llamé pero no contestó, ni ella ni sus padres. Todos estábamos preocupadísimos. Pero ellos seguían sin llegar —noto cómo mis ojos empiezan a inundarse, pero trago saliva y sigo con la anécdota—. Al día siguiente vimos en la televisión el accidente de coche que habían tenido.

— Debió de ser terrible... —dice Emilia apenada.

— Pues sí...

— Pero... ¿Qué tiene eso que ver con que no te guste tu nombre?

— Ella también se llamaba Sarah.

— Oh, entiendo... Lo siento mucho.

— No importa, eso ya fue hace mucho.

— ¡Claro que importa! —dice Emilia indignada— el pasado es algo que está escrito y es imborrable, pero no tenemos por qué olvidarlo ni menospreciarlo. Simplemente tenemos que alegrarnos de que lo que pasó fue porque el destino quiso y, créeme, el destino siempre quiere lo mejor para nosotros.

ONLY WORDS (editing)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora