¿Odio los lunes?

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La castaña era una persona sumamente responsable, no por eso odiaba menos los lunes. Era horrible despedirse del domingo para darle la bienvenida o aceptar resignada ese día que comenzaba siempre mal y terminaba peor porque solo le daba la bienvenida al martes. La alarma sonó como una advertencia de guerra, 7:00 am.

No es que ella fuera una mujer de fiestas, pero le encantaba estar acurrucada en su cama, tomándose un chocolate caliente o hasta una copa con vino mientras leía un buen libro, viendo un buen documental o una película interesante. No le gustaba tener que vestirse con faldas de tubo, camisas incomodas llenas de botones, blazer que le daban calor y zapatos de tacón.

Trabajar en el ministerio como asistente del ministro era un honor, pero era aburridísimo hacer cosas que a veces no le veía sentido.

Pararse de esa cama fue lo más difícil que había hecho durante años.

El almuerzo dominguero en casa de los Weasley fue un desastre, Lav-Lav, maldita zorra, pensó con restricción de ella. Había hecho una escena de celos porque ella tuvo el tupe de ir a esa casa.

Fue Molly quien de muy mal humor le dijo de buenas, pero con la amenaza latente que ella era como su hija y era más bienvenida que ciertas nueras. Obviamente la indirecta no fue sutil y la antigua compañera de habitación de la castaña se fue hecha un trol de montaña de la madriguera, perseguida por un Ro-Ro cansado de aquellos desplantes. El resto del domingo fue genial, relajado y en familia. Lleno de risas y recuerdos nostálgicos que hicieron correr más de una lágrima a los presentes, pero como siempre buscaron la alegría en las tristezas, en pérdidas que carcomían el corazón. Los Weasley eran así. Alegres, optimistas y geniales.

- Párate – se animó la castaña. El baño con agua fría la hizo despertarse de tirón. Un hechizo a su melena intranquila y unos bucles definidos adornaron su ahora controlado cabello. Bastante le había costado crear ese hechizo, mantenía a raya el friz y cualquier despeine.

Se colocó una lencería negra de encaje, una camisa georgette color negro con botones sencilla y una falda de tubo negra. Buscó en el armario algún blazer que hiciera contraste a la seriedad de su ropa y consiguió uno verde esmeralda que le había regalado su madre hace años, pero que nunca había usado.

Caminó descalza hasta la cocina, se preparó unas tostadas con mantequilla de maní y dulce de leche, un té de manzanilla con leche y leyó el periódico estadal muggle. No había ninguna noticia relevante. Leería el profeta en su oficina.

No le gustaba usar medias pantis le parecían incomodas y horrendas, sobre todo cuando se rasgaban. Buscó unos zapatos de tacón grueso, pero elegantes. Ya estaba acostumbrada a caminar así, se hecho una mirada en el espejo, se colocó máscara para pestañas y un bálsamo en sus labios. Tomó su cartera infinita color negra y se adentró en la chimenea.

- Ministerio de magia – recitó de memoria. Llegaría temprano como siempre y se iría tarde como de costumbre.

Hoy tenía algunas reuniones antes de verse con el ministro.

Kingsley aseguraba que sería la próxima en ocupar su puesto, por ende, era de vital importancia que sus acciones fueran de tal relevancia como las de él mismo. Así que no dudo en darle cabida libre a la castaña para que aceptará o negara documentos.

oOo

10:45 am. Advirtió el rubio en su reloj de bolsillo antes de salir de su nueva mansión al norte de Londres, por la chimenea, llegando justo a tiempo a la reunión que tenía con el ministro de magia de Inglaterra.

- Ministerio de magia – dijo lanzando unos polvos al piso y sintiendo como unas llamas verdosas lo devoraban sin consumirlo.

- Vengo a verme con el señor Kingsley – dijo Draco a una joven morena con cabello negro por las orejas.

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