Es viernes y el cuerpo lo sabe...

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- ¡Por favor! – Gritaban desgarradoramente desde el otro lado de la puerta. - ¡Juro que no era mi intención! – La solemnidad de sus palabras parecía inundada de honestidad, pero Hermione estaba molesta, así que no podía ser condescendiente.

- ¡Vete! – Gritó, con fastidio. Estaba firmando algunos documentos para enviar, además del titulo optativo como para tener que aguantar ese pequeño show.

- ¡No me voy a ir! – Gritó iracunda. - ¡Llevó dos días sin verte! – ¿Y ese era motivo suficiente para dejarla entrar? - ¡Ya he sufrido bastante! – Gritó de nuevo con más fuerza que antes.

- Vaya garganta. – Susurró Hermione rodando los ojos. Llevaba más de veinte minutos gritando sin control, nadie podía sacarla de su puerta. Claire había llamado a seguridad y una buena amenaza estilo Molly Weasley fue suficiente para que los guardias no hicieran nada, aduciendo que no era nada grave.

- ¡Hermione! – Gritó de nuevo. - ¡Por favor! – Pidió en un suplica. Se escuchaba como pataleaba contra la puerta, esperando de ese modo conseguir lo que necesitaba. La castaña estaba reclinada en su asiento, ni siquiera se daría el trabajo de firmar algo porque con ese escándalo sabía que no lograría concentrarse. Menos mal había terminado la mayor parte de sus quehaceres.

- ¡Vete, te he dicho! – Exclamó con fuerza.

- ¡Por favor! – No se cansaba. Es que nadie era más testaruda que esa mujer, definitivamente.

- ¿Qué quieres? – Preguntó. Abriendo la puerta y mostrando un temple peor que el de la profesora de transformaciones y actual directora del colegio. Con ambos brazos sobre sus caderas y el ceño más fruncido que Snape cuando veía a Ron Weasley.

La pelirroja no dijo nada, solamente clavó su mirada en ella y se lanzó a su cuello, abrazándola con fuerza. Todos los curiosos que estaban esperando ver el desenlace de aquella historia de amor lésbico estaban encantados por los sucesos que sucedían.

- Te he extrañado tanto, las noches han sido horribles sin ti. – Dijo la pelirroja. Echándole más leña al fuego. La castaña estaba roja de la ira y vergüenza al ver como todos emitían sonidos de sorpresa y exclamaban que seguro era por eso que había terminado con Ronald, porque la hermana menor había usurpado a la señorita perfecta, otros decían que por eso es que la castaña era tan cerrada con su vida privada y solo se le veía andar con la pelirroja que ahora colgaba de su cuello, lo peor fue cuando escuchó que había sido por culpa de ella que la pelirroja y el elegido se habían separado, siendo la responsable de inmiscuirse y formar un mal trío.

- ¿Qué haces, Ginny? – Preguntó con malhumor.

- Tú sabes que no puedo vivir sin ti. ¡Perdóname! – Gritó. Como le gustaba el drama y montar espectáculos a la pequeña diabla que tenía por amiga. Lo que no se esperó fue la acción que hizo, de un solo movimiento tomó sus mejillas y besó sus labios. Ginny acababa de besarle los labios. No cerró los ojos pues la sorpresa la tenía aún anonadada, así que pudo ver la cara de pasmo de la mayoría, el libido creciente en los hombres y la negación fastidiada de su secretaria que sabía lo escandalosa que era la pelirroja.

- ¿Qué diablos te ocurre? – Espetó con asombro.

- Perdóname. – Susurró con una sonrisa picarona, guiñándole el ojo a todos los espectadores y entrando sin permiso en la oficina de la castaña. Hermione negó con la cabeza y bufó hasta tranquilizarse, miró con suplica a Claire y eficaz como siempre asintió, sabedora de la petición de su jefa... no molestar.

- Ahora todos piensan que soy lesbiana. – Espetó. Entrando en su despacho, bufando de nuevo al ver como Ginny estaba sentada en su silla. – No te he perdonado, Ginevra. – Recriminó, con un mohín en su rostro. Pero la pelirroja estaba sonriente, había extrañado demasiado la calidez de su amiga y el rubor de sus mejillas.

MustelidaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora