La petite mort

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Parecía que el polvazo en la oficina no había sido suficiente porque los besos incesantes tenían a la castaña otra vez al borde del incendio. Sentía golpear contra su muslo el miembro masculino del rubio como una roca milenaria.

Estaban recostados sobre su cama, ella apoyaba su espalda al colchón y el platino estaba sobre ella, subiéndole la falda por las piernas, arrodillado en la cama; ya no tenía el saco puesto ni los zapatos. Sus manos acariciaban las piernas erizadas de la castaña que lo miraba expectante, verlo así con esa mirada tan profunda y brillante la hacía retorcerse del placer, respirar erróneamente y mover sus caderas hacía él, quería sentirlo.

- Draco – exhaló. La mano del rubio la acariciaba lentamente, demasiado lento para la necesidad que tenía de sentirlo en su interior. La miró con arrogancia, ladeando una sonrisa perversa.

- Quiero deleitarme con calma – dijo ronco. Excitado, pero necesitando grabarse el cuerpo de esa condenada bruja. Automática asintió, dejando a su cuerpo ser libre para sentir las manos  suaves de ese hombre que comenzaba a acariciar la zona interna de sus muslos. Draco subió sus manos a la cintura de la castaña y las metió por su espalda – vamos a deshacernos de esta falda hermosa e innecesaria – zanjó con necesidad. A veces bajaba discretamente la mirada a su abultado pantalón, pero la subía rápidamente a su mirada grisácea – Te voy a penetrar salvajemente, después de disfrutar cada gemido de tus labios – comenzó diciendo, inclinándose hacia el oído de la castaña; lamiendo levemente el lóbulo de su oreja, se removió bajo su cuerpo. ¿Qué rayos le estaba haciendo ese hombre? Estaba al borde del colapso con tan solo escuchar una amenaza jodidamente ardiente – después de besar cada lunar de tu piel – siguió. Cumpliendo su promesa, besó un lunar que estaba cerca de la sien de la castaña – después de hacerte gritar mi nombre sin tapujes – la ronquedad de sus palabras la hizo apretar sus brazos. Lo quería adentro ¡YA!

- Pero... - comenzó a protestar, pero la besó, adentrando su lengua, obligándola a callar y responder el beso con vehemencia.

- No hagas que te amordace – amenazó con un brillo, un brillo que indicaba que era completamente capaz de hacer eso.

- No me amenaces – replicó retadora. El rubio tomó la falda de un movimiento, sacándola por sus piernas, la tomó de las caderas y la hizo chocar contra su pene guardado en el pantalón. Ella jadeó de sorpresa.

- Dices otra cosa y te voy a amordazar – repitió. Colocando su mano encima del cuello de la castaña. Ella tragó grueso y asintió. ¡Por Merlín! Que erótico era todo. Estaba teniendo sexo rudo con ese rubio dominante y lo más increíble del asunto es que le gustaba, bueno, iba a tener sexo rudo, pero se sentía tan excitada que parecía que lo estuvieran haciendo ya.

Ella, que siempre había sido una pasiva o mejor definido, una complaciente. Se había acostado reiteradas veces con el pelirrojo, pero jamás había sentido tanto, tanto fuego por él. Nunca la incitó a practicarle sexo oral, jamás le entraron ganas de hacer alguna desfachatez, y ahora con este megalómano, excéntrico, estrafalario, quería hacer todo, dejarse hacer lo que quisiera. No le importaba lo que era, no le interesaba lo que Draco quisiera hacerle porque también lo ansiaba. Por ese motivo, abrió la boca.

- Atrévete – respondió, orgullosa. Tembló un segundo al ver el brillo de su mirada y la sonrisa que dejaba al descubierto unos cuantos dientes. Con calma se quitó la corbata del cuello, Hermione lo miró enarcando la ceja, ansiosa por ver que haría.

- No sabes lo que has despertado, Hermione – la castaña sintió como más líquido de su interior salía en ese momento. Había escuchado su nombre de sus labios, arrastrando cada silaba con sexualidad impresa.

Draco sacó su varita del pantalón y antes que ella reaccionara hizo que las manos de la castaña se ubicaran por encima de su cabeza.

- Incarceroconjuró, una cuerdas salieron disparadas de su varita y ataron las manos de la castaña al copete de la cama. Ella lo miró impresionada.

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