XV

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—No, no, no, no— repetía Mabel con lágrimas en los ojos. Era una carnicería ahí abajo, el olor a cobre y a muerte era insoportable.

—Esta vez no habrá errores— dijo Kill, sujetando con fuerza el brazo de la castaña, dejando marcas rojas en su piel.

—Están muertos— fue lo único que logró decir Mabel antes de que alguien la apartara de Kill.

—¡Kill!— gritó Bill, enfurecido—. ¡Te dije que no la trajeras!— Sus palabras estaban llenas de una calma asesina.

—Los mataste— Mabel se apartó de él, abrumada—. Los mataste a todos.

—Solo a la mayoría, y disfruté cada momento— Kill dijo con frialdad.

—Sal de aquí, Mabel, ahora— ordenó el demonio, sacándola bruscamente de la habitación. Mabel hizo caso omiso a la orden. —¡Pyronica!— la súcubo apareció de inmediato. Al ver la situación, se acercó a Mabel y la transportó a su celda de oro y seda.

Mabel se derrumbó en el piso al llegar a su habitación, el vestido rosa la estaba ahogando. Se levantó temblorosa solo para caer de nuevo y vomitar lo poco que tenía en el estómago. Cada vez que intentaba respirar, el olor a muerte y el horror de lo que había visto se mezclaban con una culpa abrumadora que parecía devorarla desde dentro.

—Mierda, ven aquí, niña, vamos a cambiarte— dijo Pyronica con preocupación, apresurándose a ayudar a Mabel, que estaba pálida y con los ojos llorosos.

Pyronica preparó la bañera con agua caliente y algunas sales que esperaba ayudaran a calmar a Mabel, quien no había pronunciado palabra alguna y estaba con la mirada perdida. Después de ayudarla a entrar en la bañera, Pyronica la dejó sola.

Mabel se hundió en la bañera, sintiendo el calor del agua contrastar con el frío en su interior. Su mente estaba un torbellino de pensamientos y sentimientos contradictorios. ¿Quién seguía vivo? ¿Realmente su hermano la había abandonado? ¿Qué quería Bill en realidad? La culpa la aplastaba como una piedra pesada. Sentía que no solo había fallado a su familia y amigos, sino que, de alguna manera, había contribuido a la muerte de esas personas. La sensación de culpa se arrastraba por cada rincón de su mente, un recordatorio constante de sus errores y decisiones.

Una punzada de dolor la sorprendió, acompañada de una imagen perturbadora: el baño lleno de sangre, una niña desconocida derrumbada en la bañera. No, no era una desconocida, era ella. La culpa la golpeó como una ola fría, dejándola sin aliento. Se sintió atrapada en una pesadilla que no podía controlar.

—¿Qué rayos?— se quejó cuando el dolor se intensificó.

Alguien entró corriendo y gritando.

—¡Estrella Fugaz!— ¿Bill? Oh no, no, no, pequeña, no puedes hacerme esto.

El demonio comenzó a susurrar, y Mabel comprendió que era el maldito hechizo que la atrapaba en una realidad distorsionada. Todo lo que había experimentado parecía una cruel repetición de sus peores temores.

La marca se formó y las heridas se cerraron, y ella siguió inconsciente. En su estado vulnerable, el sentimiento de culpa se intensificó. Mabel sentía que todo lo que había hecho hasta ese momento había sido en vano, que cada acción, cada decisión, había llevado a este momento de dolor y desesperación.

—No te dejaré morir, niña tonta— dijo Bill, cargándola hasta la cama donde la dejó—. ¿De verdad es tan malo estar aquí conmigo?— susurró, pareciendo... ¿afligido? Definitivamente esto era una alucinación, ese demonio no podía tener sentimientos tan humanos.

—No puedo dejar que tengas este momento en tus recuerdos— Bill puso su mano en la frente de Mabel, y un pequeño resplandor azul apareció—. Prefiero que me odies a que vivas con esto.

Rompiendo Una EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora