XVI

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A la mañana siguiente, Mabel se encontraba mirando el cielo, o eso creía, ya que siempre se mantenía rojo, un recordatorio constante de la tortura diaria. Se encontraba desayunando pan francés con fresas, gracias a Pyronica, pero el sabor no lograba aliviar el nudo en su estómago.

—Luna nueva, ¿cómo rayos voy a saber cuándo será luna nueva? —murmuró, mirando el horizonte con frustración.

—Bueno, no se quedará así mucho tiempo —dijo una voz a sus espaldas, haciéndola saltar del susto. Will apareció, y Mabel lo miró con sorpresa.

—¡Will! Qué sorpresa —dijo, intentando ocultar su ansiedad mientras se levantaba para saludarlo.

—Buenos días, Mabel. Por favor, toma asiento. Solo quería hablar contigo —dijo Will, mientras se sentaba frente a ella.

Mabel obedeció, y mientras servía una taza de té, el peso de sus recientes tragedias la envolvía. El trauma del enfrentamiento con Bill y la pérdida de su gente eran abrumadores. Se sentía culpable por no haber podido evitar el sufrimiento y el caos que Bill había causado. Las caras de los inocentes que habían sufrido bajo el dominio de Bill se le aparecían constantemente en sus pensamientos. Cada error, cada momento de indecisión se sentía como una traición a ellos.

—Me enteré del incidente de ayer y quería saber si te encuentras bien —dijo Will con un tono que denotaba una comprensión genuina.

—Sinceramente, no —Mabel se retorcía las manos en un gesto nervioso—. Conozco a toda la gente del pueblo, son buenas personas que no merecen lo que les están haciendo.

—Aunque no me creas, te entiendo —dijo Will con una mirada sombría—. La maldad se presenta con muchas caras. Nosotros no somos los peores. Pero creo que es mejor dejar ese tema. ¿Qué tal los libros que encontraste?

Hablar sobre libros era un respiro bienvenido. Will le recomendó algunos títulos nuevos, y aunque Mabel apreciaba la distracción, la culpa seguía pesando sobre ella. Sentía que no había hecho suficiente, que sus decisiones habían llevado a sus seres queridos y al pueblo a una peor situación. El dolor era un recordatorio constante de su fracaso.

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Más tarde, cuando el cielo se tornó de un rojo profundo, Pyronica entró apresurada al armario, buscando entre los vestidos con evidente preocupación.

—¡La cena! Se me había olvidado por completo —murmuró la súcubo mientras empujaba a Mabel hacia el baño—. Mabel, ve a ducharte. El tiempo se nos viene encima.

Mabel se duchó rápidamente y salió vestida con un elegante vestido lila de seda, adornado con flores de perlas. Su cabello fue recogido, y un pequeño collar plateado con un dije de estrella decoraba su cuello. A pesar de la belleza del atuendo, se sentía incómoda y ansiosa.

—Anda, te llevaré al jardín —dijo Pyronica, tomando a Mabel de la mano y llevándola con prisa.

—¿El jardín? —preguntó Mabel, confusa—. Pero estamos a 200 metros sobre el suelo y todo Feramid está cerrado.

—No todo es lo que parece —respondió Pyronica mientras abría una puerta.

El jardín que Mabel vio al atravesar la puerta era un paraíso en contraste con el caos que la rodeaba. Rosales de un rojo profundo y blancos puros se extendían por donde mirara, fuentes de mármol negro y árboles daban un aire de bosque encantado. Se adentró lentamente, cautivada por la belleza del lugar, sin escuchar el risita de Pyronica al cerrar la puerta.

En el centro del jardín, un pabellón de hierro negro con rosas rosadas pálidas la esperaba. En medio del pabellón, una mesa rodeada de cojines y mantas, decorada con velas, se veía acogedora. Mabel se acercó al pabellón, tocando las rosas que la rodeaban.

Rompiendo Una EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora