XXIV

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Bill, observando la escena con una expresión de puro deleite, la interrumpió.

—El tiempo se acaba, Estrella Fugaz. Tienes que decidir.

Con el corazón apesadumbrado y una sensación de inevitable desesperación, Mabel cerró los ojos y susurró:

—Salva a mi tío... salva a Stan.

Las palabras salieron de sus labios como un cuchillo que cortaba su alma. Al pronunciar esa elección, sentía que se había convertido en lo que más temía: una asesina, una traidora. Abrió los ojos justo a tiempo para ver la expresión de alivio en el rostro de Stan, pero ese alivio pronto fue reemplazado por la desesperación cuando comprendió lo que significaba para los demás.

—Mabel, no... —Stan intentó protestar, pero Bill ya había dado su veredicto.

Con un chasquido de dedos, las bocas de todos fueron desatadas, pero las sombras que ataban sus cuerpos se apretaron con fuerza brutal, comprimiéndolos, quitándoles el aliento, rompiendo sus huesos. Grenda y Gideon gritaron, los sonidos de huesos quebrándose y los gritos de dolor inundaron la sala. Wendy resistía, su mirada afilada se dirigió a Mabel, y con palabras llenas de odio, solo pudo susurrar tres palabras:

—Maldita perra egoísta.

Mabel miró impotente cómo la vida se desvanecía de los ojos de su amiga, y los cuerpos de todos caían inertes al suelo.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Mabel cayó de rodillas, sus sollozos desgarradores llenando el vacío. Había salvado a su tío, pero a qué costo.

El sacrificio de su decisión había sido su esencia, la última chispa de inocencia que le quedaba. Pero ¿alguna vez fue inocente? Ella había dado la fisura, había vuelto a liberar a Bill, se había dejado enredar por el demonio de los sueños, había aceptado todo lo que él le había dado. Por una sola vez en tantos años, había dejado de sentirse juzgada. Él le había prometido el universo, y ella dudó, pensando que estaba haciendo lo correcto, traicionándolo, y desencadenando este caos.

Stan, liberado de las sombras, corrió hacia Mabel, abrazándola con fuerza, tratando de consolarla mientras las lágrimas rodaban por sus propias mejillas.

—Lo siento, Mabel... lo siento tanto... —murmuró Stan, pero sus palabras eran inútiles ante la abrumadora culpa y dolor que Mabel sentía.

Bill, satisfecho con el caos y la devastación que había sembrado, se inclinó hacia ellos.

—Las traiciones se pagan con sangre, Mabel —dijo, su tono frío y cruel. Y ahora lo había aprendido de la manera más dolorosa.

Mabel, con el rostro enterrado en el pecho de su tío, sintió que su odio hacia Bill y hacia ella misma crecía, pero también una extraña y dolorosa resignación. ¿Qué más podía sacrificar? ¿Qué más estaba dispuesta a perder? ¿Y para qué? Las dudas comenzaron a enraizarse en su corazón mientras la oscuridad se cerraba alrededor de su alma

.

La unión se veía cercana. El cielo sobre Feramid se había vuelto de un tono rojo ominoso, casi imposible de distinguir del crepúsculo. Las noches y los días se fundían en una misma oscuridad, mientras Will y Kill observaban el cielo, conscientes de que el tiempo se agotaba. Bill, abatido, se encontraba recostado en un sofá, tapando su rostro con las manos, sumido en sus pensamientos. Mabel se había encerrado en su habitación desde aquella noche, y ni siquiera sus intentos de llamarla con promesas de consuelo habían servido de algo.

No hubo más cenas, ni paseos por los jardines, ni tardes de té con Will. Mabel apenas dejaba que Pyronica entrara en su habitación para llevarle algo de comida, y eso solo porque la demonio la había amenazado con derribar la puerta si no comía. Todo parecía estar cayéndose a pedazos.

—Por el maldito ajolote multiversal... ¡Se lo merecía! Iba a destruir todo lo que hemos hecho por su estúpida lealtad y ese sentimentalismo hacia esas criaturas insignificantes —Bill se levantó del sofá con furia contenida, su tono goteando veneno. Se dirigió hacia la barra, buscando algo que aplacara el tumulto en su mente.

Will, que había estado observando en silencio, se acercó a él, quitándole la botella de la mano antes de que pudiera siquiera abrirla.

—Te lo advertí, Bill —dijo Will, su tono era suave, pero no ocultaba su desaprobación—. Presionarla así solo iba a romperla.

—Por una vez, estoy de acuerdo con Will —agregó Kill, cruzado de brazos, su expresión reflejaba una mezcla de exasperación e ironía—. Podías esperar a que la unión se completara y luego hacer lo que quisieras. Ahora solo has empeorado las cosas.

Bill giró bruscamente hacia Kill, la furia destellando en sus ojos dorados.

—¡Kill, esos azotes no te enseñaron a cerrar la boca! —Bill dejó escapar un resoplido frustrado, lanzando la botella contra la pared donde se hizo añicos—. ¿No sentiste la energía en la maldita maleta? Te envié a ti porque deberías ser capaz de captar esas señales. Pero claro, estabas demasiado ocupado lidiando con mosquitos.

Kill lo miró con desdén, pero no se echó atrás.

—Estaba cuidando a tu mocosa malcriada, tú decidiste que dejarla ir sería lo mejor, yo solo cumplí tus ordenes, Bill. Y tú, por lo visto, no puedes lidiar con una niña sin desmoronarte. —Kill sonrió con una malicia velada—. A fin de cuentas, parece que todos tenemos nuestras debilidades.

Bill, cansado de la discusión, se dejó caer en una silla, su energía casi agotada por la frustración. Su tono se tornó más desesperado cuando se dirigió a Will.

—¿Qué hago, Will? La ira me cegó al ver ese maldito collar en ella. ¿Acaso no estaba haciendo las cosas bien? ¿Por qué decidió traicionarme?

Will lo miró con una mezcla de compasión y firmeza, acercándose para sentarse frente a él.

—Bill, ella necesita tiempo. Tiempo para procesar lo que ha sucedido, para lamentar lo que ha perdido. Le arrancaste algo importante y ahora, está sumida en el dolor.

Bill negó con la cabeza, golpeando la mesa con fuerza.

—Pero tiempo es lo que no tenemos, ¡mira el maldito cielo! Esta dimensión se está desmoronando y todo lo que hemos construido se irá al infierno si ella no acepta su lugar.

Will mantuvo su mirada fija en Bill, sus palabras fueron tan cortantes como un cuchillo.

—No puedes forzarla a que lo haga. Si la sigues presionando, no solo perderás a la dimensión, la perderás a ella para siempre. Y si eso sucede, todo habrá sido en vano.

Bill se quedó en silencio, sus ojos reflejaban una lucha interna. Sabía que su hermano tenía razón, pero la paciencia no era su fuerte. Mabel tenía que aceptar su lugar junto a él, y tenía que hacerlo pronto.

El tiempo se agotaba, y con él, las posibilidades de éxito. La presión sobre Bill era tan palpable como la oscuridad que se cernía sobre Feramid, y en el fondo, sabía que esta era su última oportunidad para que todo saliera bien.

Rompiendo Una EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora