XXIX

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Bill observaba desde las sombras, siempre un paso por detrás, ocultando sus emociones tras la fachada de confianza que había perfeccionado durante eones. Desde su rincón oscuro, veía cómo las diablesas ajustaban el vestido de Mabel, y cada detalle le provocaba una sensación que no estaba acostumbrado a experimentar. Era como si llevara una carga en el estómago, una sensación de peso que no lograba entender del todo. ¿Arrepentimiento? ¿Duda? ¿Orgullo? No estaba seguro, pero sí sabía que algo en ella lo obsesionaba de maneras que nadie más lo había hecho.

El cabello de Mabel, semi recogido con pequeños broches en forma de estrellas, caía en suaves ondas, capturando la luz de la habitación. El vestido blanco que le habían colocado brillaba de una forma que, incluso él, un ser acostumbrado a lo brillante y caótico, encontraba hipnotizante. Las estrellas bordadas en la falda parecían ascender como si fueran parte de un cielo lejano, difuminándose entre capas de tul que flotaban con elegancia. Las piedritas que colgaban del corset se movían delicadamente, como si fueran la estela de una estrella fugaz. Y luego, el velo, largo y majestuoso, extendiéndose detrás de ella con más estrellas bordadas, parecía envolverla en una galaxia privada.

Bill se cruzó de brazos, con su rostro habitualmente sereno, pero por dentro algo revoloteaba. Se encontraba a sí mismo atrapado en la visión de Mabel, pero no podía permitirse bajar la guardia. No aquí. No ahora.

-¿Podrían dejarme sola un momento?-La voz de Mabel, más suave de lo habitual, lo sacó de su trance.

Cuando Mabel pidió que la dejaran sola, las acompañantes se retiraron en silencio, y Bill, invisible a ojos ajenos, dio un paso adelante desde las sombras. Sabía que no debía estar ahí, que lo correcto era darle el espacio que pedía, pero algo lo mantenía atado, inmóvil, como si estuviera contemplando no solo a Mabel, sino su propio destino.

¿Mabel me perdonara alguna vez?

La pregunta se formó en su mente antes de que pudiera detenerla. Había hecho tantas cosas, tantas jugadas que habían dejado cicatrices profundas en ella. Cada una de esas cicatrices representaba una barrera entre ambos. Bill nunca había buscado el perdón de nadie, ni lo había necesitado. Y sin embargo, allí estaba, preguntándose si Mabel alguna vez podría dejar atrás todo lo que había pasado.

El peso de esa posibilidad lo hacía sentir incómodo, una sensación que no le gustaba. Pero, ¿podía ella perdonarlo? Y si lo hacía, ¿qué quedaría de él? ¿Quién sería Bill sin esa oscuridad, sin esa chispa destructiva que lo definía? Mabel lo había cambiado de alguna manera, aunque no lo quisiera admitir, lo que más deseaba en eso momento era que su Estrella Fugaz lo aceptara con todo lo que significara eso, que ella se rindiera ante él, pero la valentía de ella, su terquedad y empatía harían que siempre estuvieran en guerra.

Y entonces, otra pregunta le golpeó de lleno:

¿Sere capaz de hacerla feliz?

Bill bajó la mirada, sus ojos dorados brillando con una mezcla de confusión y algo más, algo que no lograba descifrar. ¿Hacerla feliz? Esa era una cuestión que nunca se había planteado, porque hasta ahora, la felicidad de los demás nunca había sido su prioridad. Para él, el poder, el control y la conquista eran lo único que importaba. Pero Mabel... Mabel lo había retado a pensar de manera diferente. A ver el mundo a través de una lente que no estaba hecha solo de destrucción y caos.

¿Podía ser suficiente para ella? ¿Podía proporcionarle algo que fuera más que esa conexión retorcida que compartían?

Bill inhaló profundamente, el aire pesado con la incertidumbre de lo que venía. Quizás la respuesta a ambas preguntas era la misma: no lo sabía. Pero algo en él, esa extraña sensación en el estómago, le decía que intentarlo sería la batalla más difícil que había enfrentado.

Rompiendo Una EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora