XXII

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Mabel se detuvo frente a la cabaña, su corazón latiendo con fuerza mientras la nostalgia la envolvía como una manta pesada. Cada rincón de la cabaña parecía susurrar los recuerdos de las aventuras que había compartido con su hermano. Era como si las paredes estuvieran imbuidas con las risas y secretos de su niñez, guardando celosamente cada momento en el que había creído que el mundo era un lugar mágico y seguro. Sin dudarlo, empujó la puerta y entró, ignorando si Kill la seguía o no. Este lugar era suyo, un santuario que le pertenecía, donde cada tablón de madera crujía bajo sus pies como un eco del pasado.

Mientras recorría los pasillos, dejó que sus dedos rozaran la madera. Era como si el tiempo se hubiera detenido, esperando, igual que ella, que sus habitantes volvieran a llenarlo de vida. Subió al desván, donde todo estaba tal como lo había dejado: su ropa desordenada, sus peluches apilados sobre la cama, todo envuelto en una fina capa de polvo que brillaba en la luz que entraba por la ventana. Era un refugio congelado en el tiempo, y en su corazón se mezclaba la tristeza por lo perdido con la ira por lo que había sido arrebatado.

Afuera, Kill esperaba impacientemente, cruzado de brazos y mirando con disgusto la cabaña. Aunque Bill le había dicho que le diera a Mabel un momento a solas, no podía evitar refunfuñar.

—No entiendo por qué quería volver a esta pocilga —murmuró con desdén—. Definitivamente, mi hermano la tiene muy consentida. Pero cuando yo esté con mi pareja, ella sabrá quién manda.

A pesar de su disgusto por la tarea, debía admitir que Mabel le resultaba entretenida. Era una humana peculiar, con una mezcla de valentía y fragilidad que él encontraba intrigante. Pero al final del día, no dejaba de ser una simple humana.

Mientras tanto, Mabel había comenzado a empacar algunas cosas en su maleta: unos cuantos suéteres y fotos con su tío Stan y Dipper, recuerdos de cuando eran solo niños de 12 años, antes de que Ford irrumpiera en sus vidas. Al tomar una fotografía donde Ford los abrazaba a ambos, sintió una oleada de resentimiento y preguntas sin respuesta.

¿Por qué Ford la había alejado de su hermano? ¿Por qué había abandonado a su propio hermano, a ella? Las respuestas que alguna vez buscó ahora estaban envueltas en un odio ardiente. Odiaba a Ford por tratar de convertirla en una marioneta sin emociones, por llevarse a Dipper sin intentar salvarlos a todos, y más aún, lo odiaba porque sabía que tenía razón: la única forma de detener a Bill era sacrificando todo lo que ella era.

Mabel descendió las escaleras con cuidado, procurando que Kill no la escuchara. El demonio estaba demasiado absorto en examinar lo que parecía ser un bate de béisbol de su tío Stan. Aprovechando la distracción, Mabel se deslizó hacia el laboratorio de Ford. El lugar estaba en caos: papeles, documentos antiguos y las ruinas del portal que una vez había contenido tanto poder. La visión del portal trajo a su mente el recuerdo del día en que decidió confiar en Stan sobre Dipper, una decisión que ahora pesaba más que nunca.

Sacudió la cabeza con fuerza, intentando deshacerse de esos pensamientos. Se obligó a concentrarse en su misión: encontrar el collar. El hechizo estaba en su habitación, pero primero necesitaba asegurarse de que el collar estuviera a salvo. "No tengo que decidir nada," se dijo a sí misma en un susurro—. "Se lo debo a mis amigos."

Finalmente, encontró el collar en una pequeña caja de madera. Al abrirla, su corazón se encogió. A pesar de todo, su tío Ford la conocía bien; el collar era perfecto para ella: una fina cadena de oro viejo con un colgante en forma de flor de cerezo de cristal. Era pequeño, pero irradiaba una poderosa magia. Con manos temblorosas, lo escondió entre la ropa de su maleta, rezando para que Bill no lo encontrara.

Cuando salió del laboratorio, sus pasos eran decididos, pero su corazón latía con fuerza. Afuera, Kill la esperaba, molesto y cubierto de picaduras de mosquito.

Rompiendo Una EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora