XII

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La castaña despertó adolorida, con el dolor de los azotes aún presente en su espalda. No sabía cómo podría escapar esta vez, ni dónde estaban su familia o si estarían a salvo. Se recriminaba por su impulsividad y por haber caído en la trampa de los demonios. Cada intento de moverse le recordaba el sufrimiento. En su mente, los gritos de esa noche y las imágenes de sus seres queridos eran un tormento constante.

— ¡Oh, por Axolotl, qué bueno que despertaste! —dijo Pyronica con alivio—. Te preparé el baño. Mabel permanecía callada, claramente incómoda—. ¿Puedes levantarte? —preguntó la peli rosada con preocupación.

— Sí —respondió Mabel, su voz ronca debido a los gritos, mientras cerraba los ojos para disimular el dolor.

— ¿Necesitas que te ayude?

— No, Pyronica, puedo hacerlo sola —le sonrió débilmente antes de cerrar la puerta del baño.

El baño era más grande de lo que recordaba, con una bañera de mármol y una ducha de lluvia. Se quitó lo que quedaba de la ropa, sintiendo el frío de la habitación en su piel expuesta. Mientras se aseaba, el dolor en su espalda había desaparecido, pero al mirarse al espejo, vio con horror las cicatrices que adornaban su piel. El pensamiento de tener que soportar más días en ese lugar le resultaba abrumador. Kill había sido claro: no tenía voz en este lugar.

— ¿Mabel, estás bien? —preguntó Pyronica desde el otro lado de la puerta.

— Sí, ya estoy por salir —respondió, limpiando las lágrimas que había derramado sin darse cuenta. Se colocó la delicada bata y salió del baño, decidida a no permanecer callada. Debía ser fuerte y prudente; ya no era aquella niña asustada. Si quería sobrevivir, debía aprender a jugar el juego de los tres demonios.

— El señor Cipher dejó un regalo para ti, quiere que lo uses esta noche —dijo Pyronica, señalando una caja negra decorada con un lazo rojo sobre la cama—. Deberías abrirlo.

Mabel abrió la caja y encontró un vestido de satín azul marino con delgados tirantes y un escote pronunciado. Pequeños cristales en forma de estrellas decoraban la tela, dándole un toque etéreo.

— ¿Cómo se supone que lo voy a usar sin que se note el sujetador? —preguntó, confusa. Aunque ya había vivido experiencias extrañas, aún conservaba algo de inocencia. Pyronica rió con ternura al ver su expresión preocupada.

— Simple, no lo usas —respondió con una sonrisa.

— ¡Pero se puede ver algo! —exclamó consternada.

— Deja ver qué puedo hacer para que no te sientas incómoda usándolo —dijo Pyronica, dirigiéndose al gran tocador. Abrió un cajón que contenía hermosas joyas y sacó un collar de plata largo con pequeñas piedritas cristalinas.

— Esto servirá. Quítate la bata y date vuelta —ordenó. Mabel obedeció, sintiéndose expuesta y sonrojada. El frío de la cadena en su piel hizo que se estremeciera. Pyronica ató el collar alrededor del cuello de Mabel como una gargantilla, pasando los extremos por debajo de sus pechos y atándolos en la espalda.

— Ya puedes ponerte el vestido —dijo Pyronica, que terminó de arreglarla con una sonrisa. La sensación del vestido sobre su piel era incómoda, pero Mabel se obligó a mantener la compostura.

— Pyronica, ¿qué va a suceder esta noche? —preguntó Mabel.

— Al parecer, el amo Bill no te lo dijo —suspiró, negando con la cabeza—. Hoy es la fiesta de su compromiso.

Mabel frunció el ceño, su mente luchando por aceptar la realidad.

— Entonces se va a casar, pobre de la desdichada —comentó, aliviada, pensando que quizás ella era solo un puente para que Bill tuviera su forma física.

— Creo que no entendiste querida —dijo Bill entrando de forma abrupta, haciendo que Mabel diera un pequeño salto—. La desdichada eres tú —su sonrisa sádica hizo que Mabel se sintiera aún más atrapada.

— Pues, en lo que a mí respecta, no he dicho el sí —dijo con algo de temor.

— No te preocupes, esta noche lo harás. No es por presionarte, pero si no lo haces, tus amigos y familia lo lamentarán —advirtió Bill, con una sonrisa que mostraba sus intenciones. La piel de Mabel perdió color al escuchar la amenaza—. Cualquier falta que hagas, desearás estar con Kill en vez de conmigo. ¿Queda claro? —Mabel asintió con la cabeza, temblando—. Perfecto, Pyronica, sal —la mujer que hasta ese momento permanecía callada hizo una inclinación y se retiró.

— No te voy a molestar con mis preguntas, al fin y al cabo, siempre me dejas con más dudas que respuestas —dijo Mabel para romper la tensión.

— Te ves hermosa, Estrella Fugaz —dijo Bill, admirándola. Sus suaves curvas formaban un delicado reloj de arena, y el escote mostraba su piel suave. Bill deseaba morderla y saborear su piel, su mirada era una mezcla de deseo y crueldad.

— Mis ojos están aquí arriba —exclamó Mabel con molestia—. ¿Vamos a montar este teatro o no?

— Si así lo quieres llamar —dijo Bill, extendiéndole una pequeña caja de terciopelo—. Dime que no es un anillo.

Mabel tomó la caja con duda y la abrió para encontrar dos pendientes con forma de estrella.

— Gracias —dijo, mientras se colocaba los pendientes con una expresión de incomodidad.

— Póntelos —dijo Bill, ofreciéndole su brazo. Mabel, ignorándolo, salió de la habitación, haciendo que el rubio rodara los ojos con frustración

Rompiendo Una EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora