XI

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Los planes del demonio se ejecutaron con precisión cruel. Nadie habría imaginado que el caos se centraría en una simple estatua, esperando ser liberado y regresar al Raromagedon. Esa noche, Gravity Falls se sumió en el infierno y parecía que no había nadie que pudiera detenerlo.

Gritos desesperados y sollozos inundaron el bosque. Las personas corrían en todas direcciones, tropezando y cayendo mientras intentaban escapar, solo para ser atrapadas por una barrera invisible que parecía reírse de su desesperación. La barrera aumentó el terror y la confusión, como una pesadilla de la que no podían despertar.

—¡Humanos, el Raromagedon ha regresado! —rugió Feramid con una voz que retumbaba en el aire, derribando árboles con su imponente figura—. Pero no estoy solo esta vez. Les presento a mis hermanos Kill y Will Cipher. ¡Diviértanse, chicos!

Entre la multitud en pánico, un castaño observaba con una mezcla de asombro y desesperación. Su mente estaba llena de estrategias y planes, mientras se preguntaba cómo podría enfrentarse a este nuevo y terrible desafío.

—Tenías razón, Bill. Es realmente divertido verlos intentar escapar de nuestra presencia —sonrió Kill con malicia, sus ojos brillando con una diversión siniestra.

—El castaño que nos mira con tanta ira, ¿es Pino? Lo imaginaba más alto —comentó Will, con un tono de burla.

—Hagan lo que quieran con los demás, pero quiero a los del zodiaco. Si fallan como la última vez, serán sus cabezas las que ocupen su lugar —ordenó Bill con una frialdad calculadora—. Tengo una boda que organizar.

Los hermanos se retiraron, dejando a los humanos a merced de las criaturas de la dimensión de las pesadillas, que comenzaron a sembrar el caos con renovado fervor.

—¡Mabel! —gritaba Dipper, buscando a su hermana entre la multitud aterrorizada.

—Dipper, mira —dijo Pacifica, señalando hacia el cielo donde se mostraba el demonio—. ¿Y si Bill la tiene?

El corazón de Dipper se hundió con el pensamiento, y corrió hacia el lugar donde creía que su hermana podría estar.

—No, no, no —murmuraba, con la desesperación creciendo—. Ella no...

—¡Dipper! —Ford apareció, bloqueando el camino de su sobrino cerca del pueblo—. ¿A dónde crees que vas?

—Bill tiene a mi hermana —dijo Dipper con desesperación en sus ojos—. Debemos salvarla, Tío Ford.

Ford, con el rostro contorsionado por la ira y el dolor, respondió:

—¡No lo entiendes, Dipper! ¡Ella nos traicionó! ¡No puedo permitir que nos arriesguemos por ella! Ojalá pague su traición allá. Nosotros debemos irnos; el pueblo ya está condenado.

—¡No! ¡Es mi hermana! No puedo abandonarla, no otra vez —gritó Dipper, luchando por liberarse y correr hacia el peligro. Ford, con el corazón endurecido y la mente llena de dudas, lo golpeó con la esperanza de protegerlo, dejándolo inconsciente.

—Es lo mejor —murmuró Ford mientras cargaba a su sobrino y se dirigía hacia las afueras del pueblo, con el peso de la culpa y el dolor en sus hombros—. Ya cumplí el trato con Cipher —susurró antes de atravesar la barrera.

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Mientras tanto, en Feramid, Mabel despertó en una habitación que le resultaba extrañamente familiar. El vestido de gala que había llevado había desaparecido, reemplazado por un camisón de seda color rosa palo que apenas cubría lo necesario. La habitación, opulenta y sombría, parecía una prisión dorada.

Rompiendo Una EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora