Capitulo 3

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- Tenés corrido el labial – y los dedos de él volaron hacia su boca. Luego frunció el ceño y le dijo - No tenemos mucho tiempo, así que voy a ser muy breve y directo. Nos vamos a París.
- ¿A París? – preguntó Roberta como un eco, más que sorprendida.
Pero Diego ya había abierto la puerta, y le decía impaciente:
- Vamos.
- ¿Querés que vaya con vos a París? ¿Yo? ¿Ahora mismo?
- Sí.
- ¿Pero por qué?
- Un asunto relacionado con la herencia de tu padre.
Roberta estaba más que sorprendida, ya que no se imaginaba que pudiera haber algo pendiente con relación a la herencia de su padre.
A pesar de que Diego no se había molestado en ir al funeral de su padre, había asumido con arrogancia la responsabilidad de dar instrucciones a sus abogados para liquidar sus propiedades. Mientras Roberta lloraba la muerte de su padre, sumida en la gran pérdida que significaba para ella, e incapaz de ocuparse en ese momento de cuestiones materiales, Diego había vendido todos los bienes que tenía su padre, absolutamente todos.
Su hermosa casa, sus inversiones, sus exquisitos muebles y efectos personales habían sido convertidos en dinero en efectivo siguiendo las instrucciones de Diego. No le había dejado a Roberta ni un solo recuerdo. Su padre. podría no haber existido, si sus bienes hubieran tenido que testificar sus cuarenta y tantos años de vida en la tierra.
Roberta había quedado impresionada por la falta de sensibilidad de Diego, pero cuando se había dado cuenta de ello ya era tarde para intervenir. Como siempre, sus obedientes empleados habían cumplido sus órdenes eficientemente.
- ¿Algo que has pasado por alto?- le dijo Roberta
- No. Algo que andaba buscando, finalmente lo he localizado – dijo con gravedad en el gesto -. Por lo menos es lo que creo. Y por tu propio bien, ruega que no me haya equivocado.
- ¿Por mi propio bien? No entiendo de qué me estabas hablando – dijo ella aterrada.
- Espero que no – dijo él dándose la vuelta.
Roberta fue hacia la escalera. Una mano fuerte la frenó.
- ¿Adónde crees que vas?- la detuvo Diego
- A cambiarme– contestó ella mirando la mano que la sujetaba, algo que le extrañaba, ya que Diego no la tocaba nunca.
- No hay tiempo para eso. El jet esta listo para despegar.
- ¿Regresaremos esta noche? No llevo nada de equipaje – exclamó ella mientras él la llevaba hacia fuera.
- Te arreglaras sin él.
Luego, ya en la limosina, preguntó Roberta :
- ¿Qué ocurre?
Diego no le hizo caso y se dispuso a hablar por teléfono durante un buen rato en griego.
Ella no entendía una palabra. A su mente acudió el recuerdo del día de la boda, cuando ella le había dicho que intentaría aprender su lengua, y él le había dicho:
- No pierdas el tiempo.
Ésa había sido la primera grieta que se había abierto en su mundo de fantasía. Antes de que se hubiera terminado el día, la grieta se había hecho más profunda, pero le había llevado algún tiempo de realidad el desvanecer por completo aquel mundo de fantasía que ella tanto ansiaba.
La situación con Diego la había desquiciado, pero sin embargo guardaba la compostura. Había aprendido a disimular sus emociones delante de él, y ahora estaba sentada tranquilamente en el coche, con las manos quietas, como si en su interior no sintiera un temporal.
- ¿De qué se trata todo esto? – preguntó Roberta por segunda vez.
- Hubo un silencio sepulcral.
Creí que los asuntos de la herencia de mi padre ya estaban todos resueltos – insistió Roberta
- ¿Estás segura? – respondió Diego con calma.
Algo en el tono de su voz le inquietó. Se volvió hacia él, y se encontró con una mirada de hielo. Tenía la sensación de que se avecinaba un desastre, y el terror a enfrentarlo le provocaba un cierto mareo.
- Si al menos me explicaras. ¿Qué...? – comenzó a decir Roberta.
- ¿Por qué tengo que darte yo explicaciones?
El desprecio de su contestación la silenció y recordó que una vez:
- Sos tan joven...Debes ser la secreta fantasía de todo hombre – le había dicho Diego una vez.
¿Quién iba a pensar que esas seductoras palabras habían sido pronunciadas por el esposo que la había ignorado durante los últimos cinco años? Sin embargo, Diego había dicho eso la primera vez que se habían visto. ¿Por qué había mentido? ¿Por qué? ¿Acaso había sido por sus tremendas ganas de conseguir las acciones? Seguramente sí. Porque estaba claro que ella no había sido nunca la secreta fantasía de Diego Bustamante. Él la había usado, igual que su padre, que se había dejado llevar por la fortuna y el status de Diego.
Apenada por sus pensamientos, Roberta miraba por la ventanilla. Extrañaba a Facundo, quien no había sabido siquiera quién era ella la primera vez que se le había acercado. Facundo, el primer hombre que la había tratado como un ser humano con sentimientos y necesidades, y con opiniones propias. Facundo sólo la quería a ella. No trataba de usarla.
En París le diría a Diego que quería divorciarse. No quería arriesgarse a perder a Facundo. Y estaba deseosa de vivir su propia vida, hambrienta de la libertad que se dibujaba en el horizonte. Diego le había robado su libertad, los años de adolescencia, cuando ella tendría que haber estado saliendo con chicos, divirtiéndose y enamorándose. ¿Por qué no iba a tener derecho a añorar lo que nunca había tenido?
Sentada en el jet privado ojeó unas revistas, pero no dejó de notar que la azafata se apoyaba en el hombro de Diego. La atractiva mujer trataba de seducirlo. Reconocía todos los síntomas. ¿Quién mejor que ella para reconocerlos? Al fin y al cabo ella también había sido una víctima de Diego. Pero ahora estaba lejos de él, y se sentía orgullosa de la distancia que había podido poner.
Diego Bustamante, era un hombre con un temperamento acorde con su origen griego, con un aspecto de estrella de cine, no se le movía un pelo, ni física ni emocionalmente. Era además un hombre despiadado, caprichoso, arrogante y perverso con sus enemigos o con aquellos que se le oponían. Si ella hubiese sido su mujer real, no se hubiera arriesgado a andar con otro hombre.
Una limusina los recogió en el aeropuerto de Charles de Gaulle, y los condujo por una ciudad atestada de coches. Se bajó del vehículo. El orgullo le impedía preguntar nuevamente adónde iban, simplemente observaba. Él se bajó también, y se dirigió al edificio más cercano. En la mano llevaba un maletín de ejecutivo. Y el edificio, por su apariencia, debía ser un banco.
Tres hombres los esperaban dentro……

Matrimonio Diferente •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora