Capitulo 6

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El chofer abrió la puerta y ella casi se cae del asiento. Miró la calle del barrio residencial casi con pánico. Hubiese querido correr. Ella sabía dónde estaba. Era el apartamento de Diego en París donde ella había pasado una noche de bodas inolvidable, sola.
- Inténtalo - dijo Diego con tranquilidad -. Corre y verás qué pasa. No llegarías ni a la esquina.
Aterrada, Roberta entró en el edificio frente a ellos, y se metió en el ascensor.
- Recuerdos... - dijo Diego, como si pudiera ver lo que ella estaba pensando.
Roberta sabía que aún no había salido del estado de shock. No decía nada, sabía que no estaba en condiciones de desafiarlo.
Diego estaba preparado. Había estado esperando el momento de la venganza. Del mismo modo que habría esperado la muerte de su
padre para liberarse de ella.
- Hay muchas cosas que puedo hacer por orden de otra persona, pero compartir la cama con vos no es una de ellas. Tu padre podía obligarme a casarme con vos pero no podía seguirme al dormitorio y forzarme a...
- ¡Cállate! - le gritó ella histérica.
- ¿Por qué no le contaste nunca la verdad de nuestro matrimonio?
Roberta se tapó la cara en un intento de no oír más.
- Por favor, más no... - murmuró, y no le importó rogarlo.
Pero él la sujetó por los hombros con firmeza y le dijo:
- ¿Por qué aceptaste la triste realidad de tu cama matrimonial vacía durante todos estos años y no dijiste nada? ¿Por qué?
En un acto de arrojo, Roberta salió corriendo y atravesó el hall del inmenso apartamento y alcanzó el dormitorio al otro extremo del corredor. Se metió en él y echó el cerrojo. Tenía el estómago revuelto, y tuvo que quedarse quieta un momento hasta que por fin pudo quitarse la ropa, y meterse en la ducha.
"Mi padre, lo extorsionaba", repetía sus palabras. Se sentía tan sucia. Era la primera vez en su vida que se sentía verdaderamente sucia. Y no sabía que podía hacer para sentirse limpia nuevamente.
Su madre. Que había muerto cuando Roberta tenía cuatro años, era un recuerdo difuso. Era la hija de un pequeño aristócrata, que se había apartado de su familia por casarse con Martín. Pero Martín no le había dicho a su hija por qué. Nunca se lo había explicado.
La infancia de Roberta había sido una sucesión de niñeras e internados desde una edad muy temprana. Martín viajaba incesantemente, y siempre que le había pedido ir a vivir con él. Había llorado mucho antes de que se diera cuenta de que para su padre ella era exceso de equipaje, y que un hombre frío y distante. De todos modos reconocía que su padre se había preocupado por ella más que por ninguna otra persona.
Había estado siempre orgulloso de su belleza, de su educación, y su don para la música. Ahora se daba cuenta de que ésas habían sido unas ventajas de gran valor social para su padre. Martín había sido ambicioso con relación a su hija. Había querido
que se casara con un hombre rico y poderoso. Él mismo había vivido en contacto con la alta sociedad, y quería que su hija fuera miembro de todo derecho de esa misma clase social. Pero Roberta había carecido de un verdadero calor de hogar. Y esa
carencia afectiva la había llevado a hacer todo lo posible por ganarse la aprobación y el amor de su padre.
¿Cómo iba a imaginarse que Martín no era un hombre de negocios legal? ¿Cómo podía imaginarse que su privilegiada vida había sido financiada con algo tan ruin como el contenido de la caja fuerte? Y menos aún, ¿Cómo podría haber sospechado que había extorsionado a Diego para que se casara con ella?. Finalmente comprendía la farsa de su matrimonio, demasiado tarde.
Los cinco años habían pasado, no podían recuperarlos ni ella ni Diego. No le extrañaba que la despreciara. Y que estuviera seguro de que ella conocía el secreto que no debía conocerse, "para proteger a mi familia", había dicho Diego.
Lo gracioso del caso era que ella no tenía la más mínima curiosidad por conocerlo. Diego podía seguir guardándolo toda la vida. En todo caso la familia de Diego eran extraños para ella. No conocía a su madre, ni a sus tres hermanas. Muchas veces
se había preguntado qué les diría a ellas acerca de su matrimonio. ¿Pero se habría molestado en explicarles algo? Como Martín, Diego era enemigo de dar explicaciones.
¿Cómo podía pensar que ella lo amaba? Era humillante. No sólo se trataba de un marido al que habían obligado a casar a punta de pistola, sino que además creía que su mujer, después de cinco años de desprecios e infidelidades, aún lo amaba.
El agua de la ducha seguía cayendo, y de pronto Roberta sintió que una extraña fuerza se apoderaba de ella. Incluso empezó a sentir pena por Diego. Creía que ella podía usar el chantaje más allá de la muerte de su padre. La noticia de que ella
estaba enamorada de otro hombre seguramente sería un alivio para Diego.
Roberta había perdido cinco años de su vida, pero ni un día más. Su padre había ejercido plena autoridad sobre ella. Luego Diego había tomado el relevo, y ella lo había aceptado sin más.
Y había sentido miedo durante tanto tiempo... Miedo por el mundo que había fuera de su irreal mundo de privilegios. Temor por el desprecio de su padre. Temor de que la verdad sobre el matrimonio terminara con la débil salud de su padre si se enteraba.
Pero no más miedos, se dijo.
Si Diego había sido una víctima, ella también lo había sido. Y sin embargo no armaba tanto escándalo como él. La vanidad de Diego la indignaba.
Un golpe fuerte sonó en la puerta.
- ¡Abrí! - exigió Diego.
Roberta hizo un esfuerzo por no oír. Ya tenía bastante con lo que había ocurrido anteriormente. No quería saber nada de él.
Diego no tenía una sola virtud que pudiera conmoverla. Cinco años atrás sin embargo había sentido una gran atracción por él.
Había elegido entonces con el corazón, no con la cabeza.
- ¡Roberta! - volvió a golpear Diego con impaciencia.
No era un hombre que respetase a las mujeres. Iba detrás de todas ellas, rubias morochas, daba igual. Eso sí, todas tenían piernas largas, pechos imponentes. Roberta no tenía ninguno de esos atributos, y alguna vez había sido un tormento para ella,
ya que la imagen que tenía de sí misma, débil e insegura, no se había visto beneficiada con esta carencia.
Pero tenía muchas otras virtudes. Y debía agradecerle a Facundo el haberlo descubierto. Facundo le había enseñado a valorarse, poniéndola en primerísimo lugar. Él la había ayudado a aceptarse a sí misma. En cambio Diego siempre la había humillado y despreciado. ¿Y ahora por qué tenía que sentirse culpable? ¿Acaso no había pagado ya los pecados de su padre?
Cuando estaba cerrando la ducha y alargando la mano para alcanzar la toalla, un golpe enérgico tiró la puerta abajo. Ésta quedó pendiendo de la bisagra, y dejó la figura de Diego al descubierto. Su cuerpo vigoroso ocupando la puerta de la habitación.
- ¿Por qué te has encerrado aquí? - preguntó furioso.
- ¿Te has vuelto loco? - Roberta se sentía intimidada por la presencia de él, pero también estaba furiosa.
- ¡Me hicieron responsable de tu bienestar!
¿Se refería a su bienestar o a su propia seguridad?. ¿Era por ello que había tirado la puerta como un hombre de las cavernas?
¿Tenía miedo de que se hubiese tirado por la ventana o de que fuera a hacerlo? Evidentemente esto último lo hubiese puesto en un aprieto.
Roberta, lo miró con incredulidad, comenzó a recoger su ropa.
- Tu piel tiene el color de las camelias - dijo él.
Diego estaba mirando descaradamente, algo que la turbaba terriblemente.
- Sacáte la toalla ...
Roberta no podía creer lo que oía. Pero Diego esperaba que su orden fuese cumplida. Lo demostraba en su gesto expectante.
Roberta sintió que se le secaban los labios, que sus pulmones se quedaban sin aire, que un calor asfixiante se apoderaba de su cuerpo entero. Sus pechos de pronto se volvieron pesados, sus pezones se irguieron volviéndose más sensibles.
- Sos tan hermosa - musitó él en el denso silencio.
Roberta no podía creer lo que oía de la boca de Diego. Éste era un Diego que ella jamás había conocido, pero que de algún modo siempre había sospechado que podía existir. Era un hombre que despedía una vigorosa sexualidad. Había algo peligrosamente fascinante en la corriente sexual que emanaba de él, algo atávico y elemental. Daba la sensación de ser depredador como él
mismo se había nombrado alguna vez con candor. Y lo era, ahora ella lo podía comprobar.
- ¿Me disculpas? Voy a vestirme, si no te importa - murmuró ella inexpresiva.
- ¿No hablarás en serio, verdad? - dijo él como si ella fuera la que se estaba comportando de modo extraño.
Roberta estaba indignada. Diego podía dejar de lado el odio y el resentimiento que había entre ellos y pensar en sexo. ¿Por qué? ¿Por qué estaba medio desnuda solamente?. Parecía que la lívido de Diego despertase con poca cosa.
- Quiero vestirme - insistió.
- Sos tímida. Pero me has estado esperando durante mucho tiempo - dijo él con satisfacción.
- Roberta rió. No pudo evitarlo. Era una risa histérica que rompía el silencio como un cristal que se rompe.
- Basta...
- Se le cayó la ropa de las manos al darse la vuelta y taparse la cara con las manos temblorosas. Era un gesto histérico, descontrolado, que la asaltaba sin aviso. Estaba furiosa por su propia reacción, pero su furia aumentó aún más cuando sintió
los brazos de Diego alrededor de ella, asaltándola por la espalda. Se quedó paralizada.
Él la había empujado contra un cuerpo tibio y vigoroso, amenazándola con un contacto físico tan turbador como desconocido. No
podía creer que él la estuviera tocando. Parecía algo irreal. Durante cinco años se había comportado como un leproso que se aparta. Y ahora, de repente, quería tocarla, como si estuviera en su derecho. Pero no tenía ningún derecho, y no deseaba sus
manos sobre su cuerpo.
- Tal vez no sepas dónde está ese certificado. Tal vez lo haya destruido Martín. Pero quizás lo tenga alguien en sus manos esperando para activarlo como una bomba...
Las palabras que usó la hicieron temblar.
Diego lentamente la iba dando vuelta. Roberta no se había dado cuenta de lo fuerte que podía ser un hombre comparado con una mujer, hasta que Diego la levantó del suelo como si fuese una muñeca y la apretó contra él.
Descalza le llegaba al hombro, y antes de que él se inclinara hacia ella, las mejillas de Roberta rozaron el pecho que asomaba por la camisa de seda, cuando se abrió inesperadamente su chaqueta. Roberta apenas podía respirar ante la esencia de su
masculinidad.
- Mírame - le dijo cortante.
- Por favor, déjame ir - atinó a decir ella.
Diego le tomó la cara y se quedó mirándola, como si no la hubiese oído.
Roberta sabía de los hechos acontecidos esa tarde y el ataque de furia de Diego, habían sido apartados de su mente, y que otras necesidades le urgían en es momento.
Roberta sintió un torbellino de sensaciones que jamás había sentido. Su cuerpo estaba tenso, y parecía recoger todos los estímulos provenientes de aquella atmósfera.
- Diego.... - se oyó decir, mientras sentía que sus pies se apoyaban en la alfombra.
- Hace tanto que no te oigo pronunciar mi nombre - dijo él en un tono profundo.
- No... - dijo ella.
El dedo pulgar de Diego recorrió el labio inferior de Roberta, haciéndola temblar. Ella intentó moverse, pero .......

Matrimonio Diferente •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora