Capitulo 25

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Roberta estaba sentada en la playa, a orillas del mar, abrazada a sus piernas flexionadas, escuchando el susurro del viento. El ritmo de las olas tenía un efecto tranquilizante, y el calor que iba dorando poco a poco su piel, la dejaba en un estado de pereza y calma que casi la adormilaba. ¿Cuántos días habían pasado? ¿Diez, once? Había perdido la noción. Lo importante era que Diego estaba con ella. No estaba por llegar, ni por irse, ni la iba a dejar sola durante interminables semanas, y ese convencimiento le daba una creciente seguridad.
Se sentía feliz, tanto que por momentos le daba miedo.
Cuando hacía un balance de su vida anterior, no recordaba haberse sentido así nunca. Y le asombraba que un motivo tan práctico como el que había llevado a Diego a poner lo mejor en su matrimonio hubiese producido el cambio, y que la hubiera hecho feliz.
Pero ella amaba a Diego Bustamante. Era normal que se sintiera feliz por compartir interminables horas con él, porque él le hiciera el amor una y otra vez, haciéndola sentir la mujer más deseable del mundo. ¿Entonces de qué se quejaba?
Nada era perfecto. Y ella tenía lo que siempre había deseado. Tenía a Diego, Tenía de Diego más de lo que cualquiera de las mujeres lo habían tenido. Se comportaba como un marido. Empezaba a hablar de “nosotros”, “nuestros”, y parecía pensar en términos de una pareja. Y eso era un logro en él.
Aunque tuviese unos lazos familiares estrechos, era evidente que Diego era una persona individualista. Y si bien era aparentemente extrovertido, guardaba en su interior un aspecto muy reservado de su carácter, que contrastaba también con la arrogancia que a veces mostraba. En cuanto a las emociones le resultaba más fácil ser sarcástico que cándido.
Roberta jugaba con la arena y se preguntaba si realmente importaba que no la amase. Porque él la deseaba, la deseaba siempre, en todo momento. ¿Pero alcanzaría eso? ¿Adónde iría a parar ese sentimiento con el tiempo? ¿Se aburriría Diego? ¿Qué sería de ellos después de un año de relaciones? Ésa era una pregunta que nadie podía contestar.
Unos pasos interrumpieron los pensamientos de Roberta, Emilio, un empleado de la casa, se acercaba a ella, con un paquete que parecía ser el almuerzo preparado como para hacer un picnic. La saludó en un inglés pausado y cuidadoso, y después, con gran ceremonia, extendió el mantel sobre la arena. Puso en él dos botellas de vino y dos vasos de cristal.
- Diego llegará de un momento a otro – le informó Emilio.
- Gracias. Esto tiene muy buen aspecto – respondió ella.
Roberta espió en la caja sin desenvolver y se le hizo agua la boca.
Era el último día que pasarían en la isla, pensó Roberta con tristeza. Al día siguiente volarían a Atenas, y conocería al resto de la familia. Lupita se había ido hacía dos días, comprendiendo que tal vez era una molestia para dos enamorados.
Diego se aproximo a ella con una sonrisa ancha. Llevaba un par de jeans gastados y transformados en pantalones cortos, y el pecho desnudo. Su aspecto era irresistible, pero la sonrisa era lo que más seducía a Roberta.
Por un momento pareció tener un aire juvenil y vulnerable, pero luego dejó paso a una mirada más profunda, interrumpida por el pestañeo de color marrón, por el que cualquier mujer se hubiese rendido a sus pies.
- Te queda bien el blanco – le dijo mirando la ropa de Roberta y sentándose en la arena.
- Iba de blanco el día que nos conocimos – no supo por qué se lo dijo, en realidad se le había escapado.
- Sí – contestó Diego tenso, y levantó el sacacorchos.
No quería hablar del pasado. Era evidente. Pero ella, sin querer, ignoró su incomodidad.
- ¿Te has tomado una gran molestia viniendo hasta aquí para estar conmigo, no?
- ¿Sí? Pasame tu vaso.
Roberta alzó los dos vasos, y centró su atención en la boca sensual de Diego mientras éste servía el vino.
Tenía la sensación de que cuanto más cerca estaban, él más se alejaba de ella, poniendo una distancia casi invisible, como si no confiara en ella. ¿Y por qué iba a confiar en ella? Al fin y al cabo, él pensaba que ella aún suspiraba por Facundo.
¿Por qué no le había dicho la verdad aún? ¿Por orgullo? ¿Por ego? ¿O porque la existencia de Facundo lo había llevado a querer a demostrarle que era su verdadera esposa? Diego era muy competitivo, posesivo, defendía su territorio. La había mantenido atrapada como a una mariposa, a quien había impedido el vuelo durante cinco años, pero en el momento en que ella había podido escaparse y levantar sola el vuelo sin previo aviso, había querido establecer un desafío. No había podido soportarlo. Y si le contaba la verdad, ¿perdería Diego su interés en ella? De pronto Roberta se sintió incómoda ante esa realidad. No le parecía muy conveniente jugar con una persona como Diego.
- Esto es para vos – le dijo él extendiéndole una caja ante sus ojos.
Cuando Roberta abrió la caja le encandiló el brillo del zafiro y el diamante que formaban el hermoso anillo.
- Es exquisito – atinó a decir ella, con cierta timidez, y luego por fin, se atrevió a mirarlo.
- Es un anillo para la eternidad...
- Sí, lo sé – dijo ella haciendo esfuerzos por no llorar de emoción.
- ¿Por qué estás tan impresionada? Es un regalo simplemente. Bebe tu vino antes de que se caliente – la incitó Diego.
Él sabía perfectamente por qué ella estaba tan asombrada. Diego jamás le había comprado un regalo. Nunca le había dado más que dinero. Incluso en las Navidades y cumpleaños no le había regalado más que dinero. Había ingresado cuantiosas sumas en su cuenta, pero jamás le había dado nada para desenvolver. Y todas las joyas se las había comprado ella. Muchas veces en las cenas que preparaba, le preguntaban por alguna pieza especialmente bonita, y ella decía que Diego se la había regalado, pensando en que efectivamente el dinero era de Diego, pero sabiendo que no era del todo cierto lo que decía. Y el recuerdo amargo de otro tiempo en ese momento le dio ganas de llorar.
- No lo queres – afirmó él con sorpresa y desdén.
- ¡Por supuesto que sí! – dijo ella poniéndoselo junto al anillo de boda rápidamente, en la sospecha de que si no lo hacía en cualquier momento se lo quitaría y lo arrojaría al mar.
Diego aflojó la tensión del rostro. Ella entonces se dio cuenta de que a él también le inquietaba la situación, y de que se sentía culpable de esos terribles años de regalos impersonales.
- Mi padre solía regalarme dinero también. Y nunca esperé otra cosa de él. La única vez que me hizo un regalo...
- ¿Fui yo? Y yo no fui un regalo propiamente dicho, ¿no? – dijo él con una risa forzada y triste.
- Iba a decir que lo único que me regaló fue el escritorio de mi madre. Y ya sabes que no vale gran cosa. Es bonito, pero él no sentía nada especial por ese mueble. De hecho estaba en el ático, y lo tuvo que hacer restaurar, pero él dijo... ¿Sabes lo que dijo? – terminó ella con entusiasmo.
- ¡No me interesa en lo más mínimo! – dijo él con impaciencia, y una sombra que expresaba intensas emociones.
Diego se acercó a ella para que le prestara atención.
- Lo que quiero decirte es... - dudó Diego -. ¡Dios! ¡Desearía no haberme pasado cinco años siendo estúpido, y un arrogante, haciéndote pagar lo que Martín hizo conmigo! ¡Aunque ahora no veo las cosas de ese modo! – Diego daba golpecitos nerviosos en la muñeca de Roberta, expresando lo difícil que le resultaba admitir esos sentimientos y simplemente no podía pensar en el escritorio del que le hablaba ella.
- Ahora comprendo tu manera de comportarte en todo ese tiempo...
- Vos tenías diecisiete años y estabas encaprichada conmigo...
Ella bajó la vista y bebió el vino.
- Y creo que entonces también tuve la vaga idea de que eras inocente y de que no sabías nada del chantaje de tu padre. Podría haber sido más amable. Vos eras casi una nena. Eras más inocente de lo que es actualmente Lupita. Cuando las veo juntas ahora, veo cosas que no quise ver hace cinco años.
- Eso no importa ahora...
- Debo haberte hecho mucho daño- dijo Diego mirándola a los ojos
- Sí. Pero ya lo he superado – Roberta forzó una sonrisa inestable. Se sentó de rodillas y alargó la mano hasta la caja de la comida para desenvolverla -. ¿Qué querés comer?
- ¿La comida? – explotó Diego.
Se acercó a ella y, sujetándola fuertemente y tomándole la cara entre sus manos, le dijo:
- Olvídate de la comida – le dijo Diego empleando un tono de disculpa y deseo…….

Matrimonio Diferente •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora