Capitulo 17

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Él decía odiarla. No podía ser de otro modo. Y ahora se estaba vengando.
Roberta hundió su cara en la almohada, con la sensación de ser la más desgraciada y estar más sola que nunca. Del mismo modo que Martín Reverte había manipulado la vida de Diego forzándolo a una vida que él no había elegido, cinco años atrás, ahora Diego quería que ella sufriera el mismo destino presionándola para permanecer a su lado?.- Roberta no podía dejar de pensar...
Diego se había sentido atraído por su esposa el día que está le había dicho que estaba enamorada de otro hombre?.
Hasta entonces había creído que ella aún lo amaba, y la había estado castigando con su indiferencia para que pagase los pecados de su padre.
Aun no sabía que Facundo había desaparecido de su vida, pero estaba dispuesto a conseguir que así fuera. Tal vez por lo de "ojo por ojo, diente por diente". Él había sido privado de Lola, quizás ahora quisiera que Roberta también perdiese a su amor. Su padre siempre había sido inalcanzable a causa de su chantaje, pero ella era un objeto fácil para la venganza. Y Diego era un sádico. Incluso había representado el papel de hombre apasionado con ella, cuando ahora quedaba claro que había sido todo planeado para desquitarse. En su momento ella había pensado que él le había querido demostrar que podían tener un
matrimonio de verdad, y que quería hacerla tambalear en su convencimiento de que amaba a Facundo.
Pero ahora veía que el motivo por el que había hecho el amor con ella era aún más humillante.
Ella había caído en las redes de su maestría sexual. La había seducido para dejarla más confusa aún. Roberta se sentía degradada por su propia vulnerabilidad.
El cansancio la había llevado a un sueño intranquilo pero largo. Se despertó pasada la medianoche, y se dio cuenta de que llevaba durmiendo doce horas. Era evidente que físicamente le había hecho bien, si bien se sentía muy hambrienta.
Se puso la bata y fue a buscar comida. Su mente vagaba por pensamientos oscuros y angustiosos cuando de pronto se encontró a Diego, silencioso, a su paso hacia la suite. Se llevó el susto de su vida.
- ¿Buscas un teléfono, muñeca?
En la penumbra, los rasgos de Diego parecían los de una escultura.
- ¿Un... teléfono?
- Por la duración de tus llamadas a Velasco, pareciera que encuentras en ellas un buen sustituto del sexo - murmuró con insolencia -. Y llevas como cuarenta y ocho horas sin tu ración. De todos modos, si eso es lo que queres, podría aceptar el
desafío y llamarte desde un teléfono interno. Estoy dispuesto a demostrarte que también eso lo hago mejor que él.
- ¡Sos perverso!
- Me está empezando a dar pena, tu pobre Adonis. ¿Cuánto lleván juntos? ¿Dos meses y medio de manitas, suspiros, y dulces conversaciones?
- ¡Es cosa mía! - gritó ella apretando los dientes de rabia.
- Pero ya ves, me muero por conocer todos los detalles...
- Tengo hambre - dijo con debilidad.
- No creo que estuvieses hambrienta de él. Tal vez sí de un romance y de que te prestasen atención. Lo comprendo.
- Sos tan primitivo. ¡Deberías estar en una jaula! - Roberta perdió el control ante la arrogancia de Diego.
- ¡Por lo menos me intereso de los motivos que te llevaron a sentirte atraída por un tipo de tercera clase como Velasco - le soltó él lleno de rabia.
- Tengo mal gusto, Diego ¿No lo sabías? Después de todo una vez fui capaz de fijarme en vos y elegirte.
Roberta se estaba poniendo cada vez más furiosa. Según ella Diego no estaba celoso de Facundo, sino que se sentía herido en su orgullo de macho. No podía soportar que su esposa prefiriera a otro. Y no era momento para admitir que Facundo era tan de
tercera como Diego había dicho.
- Necesitas... - empezó Diego
- Bueno, ...no necesito que me quites la ropa como la última vez.
Hubo un silencio impenetrable. Diego se quedó mirándola, y de pronto soltó una risotada. Roberta estaba roja de rabia y desconcertada. Cuando hizo además de seguir su camino, él la retuvo y la devolvió a la habitación que acababa de salir.
- ¿Has dicho que tenías hambre, no? Pediré que te traigan comida - dijo abruptamente.
Diego la sentó en un sofá. Ella entrelazó sus manos en un gesto de ansiedad que pretendía sofocar la revolución interna que le producía sentirse bajo la influencia y el poder de Diego. Era imprevisible. Alguna vez eso le había atraído enormemente.
Era tan distinto a ella. Pero ahora se daba cuenta del carisma que tenía. Lo había notado cuando se había reído.
¿Qué le extrañaba de la situación, entonces? Sí, era extremadamente atractivo, devastadoramente sexy, muy sexy realmente. No podía evitarlo. Él era así, simplemente. Lo había observado en fiestas, en cenas, cómo llamaba la atención de todas las
mujeres. Y era algo que él sabía perfectamente. Probablemente su madre y sus hermanas lo adoraban. Así que natural que ella también se viera atraída por ese magnetismo. Y que una sola sonrisa suya la dejara indefensa. Era natural su reacción hacia él. No había nada más. Sólo que era una mujer, y que era humana.
- Me alegro de que te sientas mejor. Pero se te ve muy seria.
Roberta respiró hondo, y descubrió en el rostro de Diego las huellas del estallido de humor que había expresado anteriormente.
- Tenemos que hablar.
- Es un poco tarde ya.
Allí estaba el engreído de su marido. Nunca la había tomado en serio. Quizás no tomaba en serio a ninguna de sus mujeres. O tal vez fuera porque ella era su esposa, y una vez había estado loca por él.
Pero hacía cinco años él había alzado una pared de hielo entre ellos, y la había dejado en un mundo irreal que no era ni el de una mujer casada ni el de una soltera. Y ahora no se le ocurría que sus sentimientos pudieran haber cambiado, y ya no
estuviera interesada por él. Ni lo mucho que había podido sufrir.
Diego había dado por hecho que ella no iba a sacrificar un mundo de privilegios para ganar su libertad. Pero ésas eran las barreas que Roberta tendría que romper.
- Diego, tenemos que hablar. Y si es posible, quisiera que no te pusieras furioso, ni que me amenazaras o fueras sarcástico.
Diego estaba apoyado en un escritorio, y la miraba con indulgencia, como quien mira a un niño que quiere demostrar su
madurez a pesar de la obviedad de sus pocos años.
- Diego...
- Tu comida - Diego atravesó la habitación y fue a recibir la bandeja que le traía un sirviente.
- Comé - le puso la bandeja en el regazo
.
- Sé lo tuyo con Dolores.....

Matrimonio Diferente •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora