Capitulo 10

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La boca de él fue a la búsqueda de la de ella, y le separó los labios. Ella se quedó sin aliento. La estrechó aún más,haciéndole sentir todos los músculos de su cuerpo viril. Ella se arqueó involuntariamente, aumentando ese contacto. La lengua
de Diego exploró el interior de la boca de Roberta. Un fuego salvaje se alzó en todo su cuerpo femenino. Roberta se estremeció, se apretó contra él, y rodeó el cuello de Diego con sus brazos. Cerró los ojos, y sintió un calor intenso recorriéndola.
Después Diego liberó su boca y la miró con impasividad.
- ¿Cuál es su nombre? - preguntó de pronto.
- Su... ¡Oh! ¡Dios mío! - dijo Roberta llevándose un dedo a su boca roja e irritada. Se le aflojaban las piernas.
- Te has equivocado en tus prioridades. Yo soy tu esposo.
Roberta pensaba en alguna respuesta, algo en su propia defensa. Pero era incapaz. Sentía un torbellino de emociones violentas.
Diego se quitó la camisa, dejando al descubierto unos músculos. Roberta no quería mirar, pero se le iba la vista sin quererlo.
Diego abrió la puerta y, bruscamente, sacó a Roberta al corredor.
- Hablaremos más tarde, a la hora del desayuno.
La puerta se cerró en su cara. ¿Se estaba volviendo loca? ¿Era una pesadilla las últimas veinticuatro horas que había vivido?
Roberta se metió en la cama, adoptando la posición fetal. Diego era un extraño. No lo reconocía. Y tampoco se reconocía a sí misma.
Desde que habían estado en el banco se había comportado de manera extraña. Primero con furia. Luego con una actitud más sarcástica que furiosa al creerse que ella había intentado atraer su atención.
Roberta no comprendía por qué Diego quería seguir unido a su esposa con la que se había casado por chantaje. ¿Por qué aceptaba
esa farsa? ¿Y por qué la seducía sexualmente, así, de pronto, después de cinco años de ignorarla?
Y lo peor, ¿Por qué ella se había quedado ahí, sin hacer nada, y le había permitido incluso besarla? Era cierto que Diego era un hombre muy experimentado. Tal vez cualquier hombre con esa maestría pudiera arrancarle a una mujer inexperta como ella las sensaciones que acababa de experimentar con Diego. Pero le asombraba que Facundo no lo hubiese logrado.
Se avergonzaba de sí misma. El sexo, se decía, no era tan importante en una relación. Ella amaba a Facundo. Lo amaba realmente?
Pero lo que realmente le preocupaba y la sorprendía, era que Diego todavía pudiera ejercer esa atracción sobre ella, cuando creía que ya era un asunto más que pasado. Y Diego le había demostrado que no era así, y se había reído de ello. ¡Qué golpe
para su orgullo!
A la mañana siguiente se encontró con la ropa limpia en la habitación. "Muy considerado de su parte", pensó con ironía. Se puso el traje azul de Versace, y trató de reparar los daños sufridos a su aspecto después de una noche sin dormir.
En la sala se encontró con Diego con un diario en la mano. Al verla lo dejó a un lado y alzó la taza de café.
Deberías volver a la cama. Pareces la víctima de un vampiro que espera que le den el tercer bocado- dijo Diego
- Muy gracioso.
- Sos afortunada de encontrarte entera, después de lo que he descubierto anoche. Creo que he sido extremadamente tolerante y
comprensivo, pero no abuses.
Roberta tomó un capuccino consciente de la mirada de él en todos sus movimientos. Diego vestía un traje azul, camisa blanca,
corbata roja de seda. Estaba impecable, sin apenas signos de una mala noche. Y parecía haber recuperado totalmente el control.
Roberta sintió odio hacia él. Sus manos temblaron al cortar el pan.
- Quiero ver a un abogado esta mañana. Quiero el divorcio- dijo tranquila
- Estás soñando, me parece.
- Yo...
- ¡Basta! - le ordenó él.
- No podes impedírmelo.
- Simplemente hago como que no te he oído.
- ¡No pienso seguir sentada aquí para que me insultes!
- ¡Sentate! - la voz de él sonó muy fuerte, Roberta se sintió tan intimidada que se volvió a sentar -. Quiero que me escuches.
Roberta se puso azúcar en el café sin mirarlo. Pensó que lo dejaría hablar. Pero no le impediría el divorcio.
- Hace cinco años yo tenía veintitres años y vos diecisiete. Eras una niña con un cuerpo de mujer. ¡Y no me excita la idea de acostarme con una adolescente, aunque sea mi mujer! Eso me parecía algo perverso. A algunos hombres les gustan las mujeres muy jóvenes, a mí no.
Roberta seguía con el café en la mano. Jamás había pensado que Diego pudiera sentirse de ese modo frente a su joven esposa. Y se sintió culpable y molesta por no haberlo pensado.
- De todos modos, me odiabas - dijo ella pálida.
- Estaba resentido con vos. No creo que haya llegado a odiarte. Simplemente te descarté de mi vida. Estábamos obligados a estar juntos, y yo resolví esa situación a mi manera.
- Disculpame, si te repugno - dijo Roberta nerviosa, e inmediatamente se dio cuenta de lo infantil que había sido su comentario sarcástico. No quería revolver el pasado doloroso.
- Comencé a trabajar a los catorce años en uno de los barcos de mi padre. Él era un hombre anticuado. Quería que yo empezara desde abajo y fuera ascendiendo, porque él lo había hecho así. Yo sabía que necesitaba una educación. Los siguientes ochos años fueron años de dieciocho horas de trabajo. Mi vida consistía en matarme trabajando y estudiar para mantenerme al día; y
a la vez hacía negocios y transacciones en la bolsa. No tuve una verdadera juventud. No tenía tiempo para nada - se quejó Diego con amargura.
Nunca le había hablado así. La turbaban sus palabras. Alzó la taza de café, buscando su calor para sentirse menos indefensa.
Había tenido una vaga idea de lo que habían sido sus primeros años de trabajo, pero no hasta qué punto su juventud había carecido de alegría y placer.
- No entiendo para qué me cuentas todo eso.
- Quiero que comprendas lo terrible que era para mí verme obligado a casarme cuando no estaba preparado para ello.
- Lo comprendo - dijo Roberta.
- Finalmente alcancé la cima. Por fin era libre como para disfrutar de lo que no había podido disfrutar cuando era más joven.
- Eras libre para acostarte por ahí con quien quisieras. Y entonces te pusieron un traje y te ataron a mí, ¿no?
- Dios...... Sí, si queres ponerlo en esos términos. Pero no anduve acostándome por ahí. Vos sos una mujer. No puedes comprenderlo. Es una etapa que debemos pasar los hombres. Y yo la viví más tarde que la mayoría.
"Sexista", pensó ella. Y además dudaba que hubiese dejado una sola mujer sin explorar, a excepción de su esposa, claro. En cambio ella no tenía derecho a lo mismo. La había dejado en un estante, olvidada. La invadió una amargura infinita.
- Me hago a la idea. Una excusa perfecta y original para el adulterio. ¡Es brillante realmente!
- No me estoy disculpando. Me casé con vos bajo amenazas. No lo hubiera hecho de otro modo. No estaba preparado para comprometerme de ese modo con ninguna mujer. Era mejor dejarte sola que compartir la cama contigo y andar por ahí con otras, como probablemente hubiese hecho.
- No lo dudo - dijo Roberta con una mezcla de emociones, que iban desde el odio, la rabia, la humillación, y el resentimiento hasta la pena por los años pasados.
- Yo también tenía la idea de que era cumplir las órdenes de Martín
Roberta se puso colorada, sintió vergüenza. Sus palabras eran peor que una bofetada.
- En los últimos años me he visto tentado por la idea de llevarte a mi cama. Pero sentía que era venderme al enemigo. Y dudo que hubieras podido disfrutar de una relación conmigo en ese plan.
- Realmente no quiero oír más - admitió ella.
Pero Diego la ignoró.
- Pero ahora Martín ha muerto. Quizás no consiga el certificado ése, pero no creo que vos lo tengas tampoco, ni siquiera que sepas de qué se trata.
- No sabes lo aliviada que me siento. Decime, ¿hay necesidad de que sigamos con esta conversación sobre el pasado? - dijo Roberta tensa.
Diego se rió débilmente.
- Ahora estoy preparado para el matrimonio.
Roberta respiró hondo. Pestañeó. Se le hizo un nudo en la garganta, mientras sus ojos incrédulos no podían dejar de mirar a Diego.

Matrimonio Diferente •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora