Capitulo 7

1K 41 3
                                    

El dedo pulgar de Diego recorrió el labio inferior de Roberta, haciéndola temblar. Ella intentó moverse, pero la otra mano de él la sostenía con firmeza apoyada en su espalda.
Diego la miró intensamente, y con el pulgar separó sus labios y se internó en la boca de ella, mientras la palma le acariciaba la mejilla. Era un gesto más erótico que jamás había experimentado, y lo peor era que le estaba desencadenando una serie de reacciones físicas que reconocía como una traición de su cuerpo a sí misma.
Era evidente que él se divertía con sus reacciones, pero su mirada expresaba además una gran satisfacción. Roberta lo notaba en la expresión de sus ojos.
Diego era un maestro en las técnicas y el arte de seducir, un arte que redundaba en su propio beneficio, aumentando su propio placer. Y estaba acostumbrado a buscar ese placer siempre que afloraba el deseo.
- Quiero... - Roberta no podía decir más de una palabra.
- ¿Más? - Diego la soltó de pronto, y le sonrió -. La próxima vez que te pida que tires la toalla, hacelo, muñeca - le aconsejó suavemente.
Roberta sintió que esa insinuación podía ser más dolorosa que una piña. Cuando la puerta se cerró tras él, Roberta se desmoronó. Lo había desafiado, lo había irritado. Estaba confusa. Todos esos años, nada, y ahora...
¿Por qué ahora? Recordaba lo que le había dicho momentos antes: que su padre no había podido obligarlo a compartir la cama con ella. Y, sin embargo, cuando afloraban sus instintos, parecía que cualquier mujer le venía bien.
Lo que estaba claro era que Diego tenía que demostrar que era un macho. Plantearle el divorcio en esas circunstancias hubiese sido contraproducente, porque lo hubiese llevado aún más lejos en sus intentos de intimar con ella.
No era el mejor momento de hablar de Facundo.
Roberta recogió sus prendas nuevamente.
La cuestión era que su marido se había dado cuenta de que existía, aunque sólo fuera de la forma que para él contaba una mujer: sexualmente.
Pero estaba indignada. No entendía cómo se había atrevido a tocarla. No tenía derecho. Y además, seguramente, le era infiel a alguna mujer. Y por descontado se hubiera aprovechado de su deseo, en caso de que hubiese existido. Él era así. Estaba acostumbrado a tomar, no a dar.
Diego había trabajado duramente para levantar las empresas familiares que había heredado, la herencia de los Bustamante. Nadie le había regalado nada, ni le había hecho favores. Y él no hacía tampoco. Pero seguía a sus enemigos hasta la muerte, y cuando tenía a su presa, regresaba victorioso. Luchaba constantemente por su supremacía.
Ése había sido el aspecto del carácter de Diego que Martín había valorado más. Y finalmente le había servido a Diego en bandeja de plata, tratando de convencerla de que aunque él no hubiese hablado de amor, sería un perfecto marido.
¿De qué marido hablaba su padre? Ella jamás había tenido un marido. Pero cinco años atrás ella no había podido adivinar el futuro.
Lo curioso era que sus recuerdos de los primeros encuentros no coincidían en absoluto con lo de él. Había terminado la escuela secundaria, y había perfeccionado la técnica en arreglos florales, ¡qué tontería! Deberían haberle enseñado mejor, un curso sobre hombres, se acordó de ese día...
Diego había aparecido en la entrada de la sala de música, sin que nadie lo hubiese invitado o llamado. Lo habían hecho esperar a HUGO en la sala de espera y él debía haberla visto por la ventana, porque para llegar a la sala de música tenía que salir de la sala de espera, atravesar el hall, pasar por la otra habitación y entrar a la sala de música a través de un ventanal. Así que, ¿Cómo podía tener el descaro de decirle que ella había preparado el encuentro?
Lo había visto de pronto en la entrada y, si, se había enamorado de él a primera vista. Su presencia la había impactado. Era como un dios griego que se le había aparecido en todo su esplendor.
Sos una bocanada de aire de primavera en este triste paisaje de invierno - le había dicho Diego.
Y probablemente lo había copiado de alguien, pero él había pronunciado esas palabras.
A ella no se le había ocurrido que él estuviese interesado en ella, sino en las plantas. Porque había surgido una conversación entre ellos. No había demostrado su falta de interés e ignorancia hacia el mundo vegetal, y ella se había dejado engañar.
Incluso le había dicho que sus ojos eran mas hermosos que las violetas, y ese cumplido le había salido tan torpe como el primero, lo que le dio la impresión a Roberta de ser un hombre tímido, a pesar de disimularlo con cierta sofisticación.
- ¿Tímido Diego?
Él no le había dicho nada sobre su cita con su padre. Parecía haberlo olvidado más bien, hasta que la empleada había ido a decirle que su padre le llamaba y entonces se había quedado desconcertada al encontrarla con Diego.
Le diré que lo está esperando - le había dicho Roberta a Diego, y había subido rápidamente hasta la biblioteca de su padre.
- ¿Quién es él? - le había preguntado a su padre con interés y ensoñación.
- Diego Bustamante - su padre la había mirado achicando los ojos.
- Lleva aquí un montón de tiempo. ¿No crees que debiéramos invitarlo a cenar?
- Parece que ha tenido éxito...
- ¿Está casado?
Y lo habían invitado a cenar. Había sido culpa suya, enteramente culpa suya. Su padre había pedido disculpas a Diego y luego los había dejado solos, y en ese rato Diego le había hecho un montón de preguntas personales a Roberta. No se había molestado en averiguar si tenía la edad apropiada. Sabía perfectamente la edad que ella tenía.
Al día siguiente la había llevado a dar una vuelta en coche, pero su padre dudó en darle su consentimiento. Este hecho la había puesto en evidencia delante de Diego, quien no habría tenido la menor duda acerca de la sobreprotección de su padre.
Tengo la sospecha de que tu padre te va a mirar de arriba abajo a ver si tienes huellas dactilares en algún sitio cuando vuelvas, así que no te besaré. No sé qué estoy haciendo aquí con vos. Sos demasiado joven para mí.
Y ella había sufrido mucho en la semana siguiente a su encuentro con él, porque él no la llamaba ni daba señales de vida. A Diego la historia le hacía poca gracia, y le había aconsejado que era mejor que no entregara su corazón.
Bustamante puede tener a la mujer que quiera. Pero no quiero que te ronde, a menos que tenga en la cabeza la idea de casarse con vos.-le dijo Martín
¿Y se lo has dicho? - le preguntó alarmada Roberta a su padre
- Puede que vos no te valores. Pero yo sí. Te he enviado a los mejores colegios para asegurarme que tuvieses un lugar digno con quien estuvieras. Quiero que te cases bien. Un escarceo amoroso con Bustamante es algo que no está en tu agenda. Y puedes estar segura de que no ofrecerá ninguna otra cosa, a no ser que le resulte rentable.
Diego había aparecido la segunda semana inesperadamente, con una actitud agresiva con ella. Se volvió a quedar a cenar. Diego se encontraba de un buen humor increíble. Pero estaba muy tranquilo, y los observaba todo el tiempo, agregando poco a la conversación.
Dos días más tarde, su padre la había hecho ir a su biblioteca y le había informado de que él era el dueño de innumerables acciones en una compañía naviera llamada Petrakis International, acciones en las que Diego tenía un interés extremo.
- Así que se las he ofrecido a él gratis como regalo de bodas - concluyó Martín
Roberta se había quedado consternada. Sí, ella estaba loca por Diego. Pero que su padre le hubiese ofrecido un capital por casarse con ella le parecía humillante.
- Diego es griego. Comprende este tipo de trato - le había asegurado -. Y espero que tú también comprendas que un hombre tan duro como Diego jamás hubiese pensado en el matrimonio a no ser que fuese una ventaja económica para él. Esas acciones serán tu dote. La elección es tuya. ¿Lo queres o no?.....

Matrimonio Diferente •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora