Capitulo 9

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Instintivamente, Roberta se puso en el extremo opuesto de la cama. La rabia iba transformándose en miedo. Hubiese querido gritarle que ella era una extraña para él cuando le había dicho que era su esposa, pero no se atrevió viendo el estado de ánimo de Diego.
Hubiese sido echar leña al fuego.
- Tal vez mañana cuando estés más razonable - le dijo ella.
- ¿Por qué lo crees? - preguntó Diego acercándose a ella reptando por la cama.
Roberta intentó alejarse, pero él le sujetó el brazo.
- ¿Qué estás haciendo? - preguntó ella, desconcertada y temerosa.
Él dijo algo en griego y la sujetó con el otro brazo.
Roberta estaba aterrada.
- ¿Cuántas veces te has visto con él?
- No sé. No... las... he contado.
- ¡Dios! ¡Lo mataré! Puede que esté vivo aún, pero lo mataré.
- ¡No digas cosas como ésa!
- ¿Y vos qué? ¿Qué hago con vos?
- ¿Conmigo? - Roberta estaba horrorizada.
- ¿Dónde lo has conocido?
- ¡No voy a decirte nada de él! - dijo ella acordándose de sus amenazas.
- Facundo Velasco. Tiene veintiseis años. Es vendedor a tiempo parcial, y medio artista. Es hijo único, morocho y ambicioso. No necesito que me cuentes nada de eso.
Roberta estaba aturdida.
- ¿Por qué te comportas de este modo? Yo no soy realmente tu esposa...
- ¿No? Llevas mi nombre. Usas mi anillo. Vives en mi casa. Te alimento, te visto, te mantengo...
- ¡Y yo te odio! - dijo dolorida Roberta.
- Si eso es cierto, vas a odiarme aún más en lo que te queda de vida a mi lado - dijo él severamente.
- ¡Déjame ir! - murmuró Roberta temblando.
- No lo volverás a ver - juró él, clavándole la mirada llena de odio -. Pero jamás te perdonaré esto - dijo finalmente, soltándola.
- De acuerdo. Yo tampoco te perdonaré jamás - atinó a decir entre la almohada, sollozante.
Fue un error, porque Diego se dio la vuelta y le dijo:
- Vas a decirme la verdad ahora.......
- ¿Qué verdad?
- Que ésta es una maniobra para que te preste atención. Has dejado pistas que hasta un ciego puede ver. Hasta has hablado con la puerta abierta.
- ¿Qué?
- Y lo has conseguido - dijo él con una sonrisa de hielo -. ¿Ni siquiera te has acostado con él, no? Perfecto. Has llegado al punto justo para sacarme de mis casillas, pero no te has atrevido a más.
Roberta estaba indignada por su vanidad. Entonces se le escapó una mentira:
- ¡Sí me he acostado con él! ¡Y me da igual que te enteres o no, porque no me importas en absoluto!
- ¡Si ha puesto un solo dedo sobre tu piel desnuda, es hombre muerto! ¿Lo comprendes? Esto no es un juego, muñeca. Te lo advierto. Si te has entregado a él, lo mato.
Roberta no podía moverse, ni respirar. No podía dar crédito a las palabras de Diego.
Había mentido. Y estaba de más decirle que se trataba de una relación seria. ¿Cómo se imaginaba que iba a tener un lío pasajero para darle celos? Estaba indignada, pero también aterrada de que Diego pudiera hacerle daño a Facundo.
- Pensalo seriamente. Casi pierdo la cabeza - le confesó Diego de pronto.
Y Roberta se dio cuenta de que repentinamente se le había pasado la rabia, como por arte de magia.
- De acuerdo - dijo ella suavemente, odiando a Diego con todas sus fuerzas -. No me he acostado con él, pero...
- ¿Y queres que te diga por qué? Un griego se divorciaría de una esposa infiel. Tú has llegado hasta donde has podido, no más allá. Lo único imprudente que has hecho en tu vida es haberte casado conmigo. ¡Qué idiota he sido! ¡Por un momento he pensado que te arriesgarías a perder tu status como esposa mía!
- ¡Eso es precisamente lo que quiero perder! ¡No te quiero! ¡Quiero mi libertad! - le grito desesperada.
- ¡No te creo! ¡No sobrevivirías ni un momento en el mundo real! ¡Te morirías como un bebé indefenso sin tus tarjetas de crédito!
- ¡Cómo te atreves!
Sólo te digo las cosas como son. Sos una creación de Martín, un adorno hermoso y frágil, la esposa perfecta para un hombre rico...
- ¡Sos un imbécil ! - dijo ella indignada.
- Eso no quiere decir que no seas buena en tu papel, excelente como anfitriona... Una verdadera dama. Pero si queres de verdad tu libertad....
- ¡Sí, la quiero! - gritó Roberta.
- ¿Si? Deberías preguntarte por qué me elegís y comprás las medias todavía - se rió Diego cínicamente, y salió de la habitación.
- ¿Qué tenían que ver sus medias en todo eso? No era más que una tarea trivial de la que se había ocupado desde los primeros tiempos de su matrimonio; y la seguía haciendo sin pensar demasiado en ello.
Mientras Roberta se ponía su camisa, pensaba que debía conseguir que Diego la escuchase y hacerlo comprender.
Diego estaba en la habitación principal. Roberta se detuvo ante el umbral de la puerta, porque Diego estaba a medio vestir, un hecho que la violentaba.
- ¿Y ahora qué? - preguntó con impaciencia.
- Quiero que me escuches - Roberta se cerró más el escote , y lo miró a los ojos-. Amo a Facundo. Quiero el divorcio.
Diego atravesó la alfombra de la habitación en dirección a Roberta.
- Sos mi esposa - dijo en tono suave -. ¿Y por qué sos mi esposa? Porque querías serlo a cualquier precio.
- ¿No has escuchado lo que he dicho? ¡Lo amo! - dijo ella con los dientes apretados por la rabia.
- ¿Le compras calcetines también? - preguntó él con sorna.
Roberta le dio un cachetazo sin pensarlo. Pero luego se sintió consternada ante lo que había hecho. No era habitual en ella una reacción semejante. Se apartó de él con temor, al verlo acercarse a ella, con furia en la mirada.
- ¡No! - atinó a gritar.
- Aunque un cachetazo no te vendría mal, puedo contenerme. Si fuera el tipo de marido que pega a su mujer, ¿no crees que te habrías enterado a estas alturas?
Diego tiró de ella con fuerza. Otro gesto amenazante de Diego, además de la mirada penetrante en el escote de Roberta, que en ese momento mostraba un hombro desnudo.
Mi idea del entretenimiento es muy distinta, es más íntima. La violencia no me gusta. Hay cosas más satisfactorias.
- ¡No te atrevas a tocarme!
- Una noche larga y tibia en mi cama es lo que te hace falta - le dijo Diego llevando su mano al hombro de Roberta.
- ¡No seas desagradable! - Roberta gritó desesperada.
- No rechaces lo que aún no has probado - Diego se rió mientras bajaba la cabeza y acercaba su cara a la de Roberta, tocándole el labio con la otra mano.
- ¡Basta!
- Me siento tan intimidado... - se burló él, apartándole un mechón de cabello de la mejilla en un gesto casi tierno.
Roberta se estremeció.
- Diego...

Matrimonio Diferente •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora