Capitulo 20

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Sugestionada por su mirada, Roberta obedeció instintivamente. Con un gemido de satisfacción, él llevó entonces sus manos al cuerpo de ella, sobre las caderas y la espalda, mientras su boca hambrienta buscaba la de ella con intensidad.
La punta de la lengua de Diego se abrió paso entre los labios abiertos de ella, y luego probó el interior de su suave cavidad, algo que a ella le hizo estremecer.
Con manos insistentes, le bajó los tirantes del camisón, dejando al descubierto la punta erguida de sus pechos. Los acarició con suavidad. Acomodó la cadera a la de él, mientras sus muslos temblaban en respuesta al torbellino de sensaciones que experimentaba. Las manos de Roberta, entonces, se adentraron en la cabellera de él.
Cuando él dejó de besarla, el corazón de ella bombeaba rápidamente. Diego jugó con los pechos de Roberta, deslizo su lengua por el valle que se extendía entre ellos mientras sus manos jugueteaban con los picos que había formado anteriormente. El calor surgió en el interior de Roberta como un oleaje violento que respondía a las caricias íntimas de Diego, Roberta gimió, gobernada por las exquisitas sensaciones que la atormentaban.
Se había transformado en una esclava de la pasión. Con un gemido suave que anticipaba otro beso apasionado, Diego la apretó contra él, llevando sus manos a la juntura de sus piernas. Buscó la suavidad que se abría más adentro, y con suave maestría la invadió como para que en cada nuevo movimiento la respuesta de ella fuera cada vez más intensa.
Era una dulce agonía de deleite que la dejaba sin aliento. Las caderas de ella se movían, contoneaban y alzaban como por propia iniciativa, a medida que el deseo iba aumentando hasta un grado casi insoportable. Entonces Diego la levantó levemente y se internó entre sus muslos para que el cuerpo de ella se encontrara en el punto exacto con el de él. Diego gimió de placer, y se internó en las profundidades de Roberta.
Roberta pareció ceder y adaptar su cuerpo a la invasión de él, a pesar de que la sensación, que era aún nueva, la sorprendió. Diego se movía dentro de ella, creando en Roberta una necesidad insaciable que ardía en su interior. Involuntariamente los dedos de Roberta buscaron la espalda de Diego y la recorrieron. Entonces, Diego dio paso al éxtasis en el momento en que la poseyó tan plenamente que ella creyó volverse loca de placer. Y cuando ella se liberó de aquella tensión de placer, pareció consumirse durante un tiempo largo, interminable, que la dejó en una sofocada quietud.
- Se dice que los que saben esperar alcanzan el cielo... - dijo Diego suavemente, abrazando el cuerpo de Roberta contra el calor del suyo -. Pero la paciencia nunca ha sido una de mis virtudes.
Roberta estaba totalmente exhausta, y no podía pensar. Y cuando su mente se disponía a ordenarse después del caos de sensaciones vividas, se durmió. Cuando se despertó nuevamente las cortinas estaban abiertas, el sol brillaba en el cielo, y había una bandeja con el desayuno a un costado de la cama. Buscó a Diego y descubrió que se había ido, lo que la hizo sentir infinitamente sola.
Era el mediodía, pero ella no hacía más que pensar en lo que había pasado al amanecer. Su camisón estaba tirado en la alfombra como prueba acusadora de ello. Suspiró de pena ante la evidencia del horror.
Él la había despertado en medio de la noche, para que no supiese lo que estaba haciendo. Se duchó con fricción, pero no pudo borrar las huellas del íntimo contacto del él.
¿Por qué le echaba las culpas? Se preguntaba. ¿Por qué se engañaba pensando que él era el único responsable de lo que pasaba cada vez que la tocaba? La verdad era que cuando Diego la tocaba ella se derretía, perdía el control, algo obvio para Roberta, y que seguramente no se le escaparía a él. Sin ningún esfuerzo, él le había enseñado a necesitarlo, sin saber bien de qué manera lo necesitaba.
Cinco años atrás el instintivo deseo de ella la había incomodado en presencia de él. No había estado preparada para semejante intensidad. Y cuando Diego había decidido que durmieran separados, había sido un alivio olvidarse de esas sensaciones que la habían afligido en presencia de él. Pero cuando Diego había decidido romper esa pared que los separaba, la pasión había emergido en toda su magnitud.
Pero ahora se daba cuenta de que no lo había dejado de desear, igual que no había dejado de comprar sus medias favoritas. Era tan penoso aceptarlo... No le extrañaba que se hubiera reído de ella.
Y los arreglos florales que colocaba en el ala de la casa que ocupaba él, tal vez querían recordarle que ella existía... Se había aferrado a ello como a la compra de sus medias.
Tampoco se había transformado de sencilla adolescente a una de las mujeres más elegantes de Londres por casualidad. Probablemente lo había hecho para él. Era patético amar a un hombre tan ciegamente...
Porque ella lo amaba. Había querido derrotar a ese amor con el arma de la relación con Facundo y negarle su existencia luchando inconscientemente por conseguir la libertad que su dignidad le pedía. Pero nada había cambiado. Diego no la amaba, ni la amaría jamás. Sólo se veía unido a ella sin remedio. Por otra parte, para él el sexo era algo fisiológico casi. Se despertaba junto a un cuerpo de mujer y ya se sabía qué iba a pasar, lo único predecible en Diego. Así que no debía creerse que de pronto se había convertido en una tentación para Diego. Él era un hombre muy viril y sólo buscaba la satisfacción de sus instintos.
Pero no la dejaría marchar hasta que ese certificado no apareciera. De pronto sintió deseos de saber más. ¿Era un certificado de matrimonio? ¿Un certificado de nacimiento? ¿Un certificado de propiedad de acciones? Siguió enumerando posibilidades. Las dos primeras le parecieron poco posibles. Diego había dicho que estaba protegiendo a su familia. Nunca había hablado de él directamente. ¿Habría cometido algún tipo de delito su familia? ¿Desfalco? ¿Malversación de fondos?
Se puso un vestido azul y fue hacia la terraza que dejaba ver a lo lejos el mar y los acantilados. En otras circunstancias hubiera querido sacar la foto de la vista espectacular desde allí, explorar la casa, pero sólo ansiaba encontrar a Diego. Él estaba en la terraza, y cuando la oyó llegar se dio la vuelta.
Ella dudó ante sus ojos marrones que parecían penetrarla, y se sintió tan desorientada que no sabía si acercarse a él o no.
No podía desviar la vista de sus facciones doradas e inmediatamente recordó cómo se había sentido horas antes.
Diego le dedicó una sonrisa y fue a su encuentro.
- ¿Cómo te sentís?
- Bien...
- ¿Sólo bien? Se te ve estupenda - él la miró recorriendo su cuerpo con una mirada posesiva. Se demoró en el cabello liso, en la delicada perfección de su cara. La recorrió de arriba abajo, con descaro -. Estupenda... - agregó tomándole las manos.
Las palabras de Diego pusieron en alerta a su corazón.
- Diego.....
- Y mía - él completó la frase con satisfacción.
Las palabras de él parecían frenar lo que estaba a punto de decir......

Matrimonio Diferente •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora