Capítulo 2

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Tras nuestro bonito reencuentro, Alexei me llevó hacia uno de los coches de la guardia real. Me retorcí durante todo el camino pero era bastante inútil: Alexei era muy bueno. Me había atado las manos de tal forma que no podía separarlas. 

Alexei me subió con él en la parte trasera del coche  y le indicó a los dos guardias de delante que arrancaran. Bufé e insulté a Alexei cuando me abrochó el cinturón y él se puso el suyo. Ignoró mis constantes insultos y cerró los ojos. 

Yo me retorcía sin parar en mi asiento. No quería volver. No quería volver a esa vida llena de lujos pero depresiva. No podía salir de fiesta sin un ejercito de guardias detrás. Tenía miles de clases diarias y en el internado todas las profesoras eran unas brujas que les importaba más que se me viera la tira del sujetador a que estuviera prestando atención en clase.

—Si te quedas quieta, te desataré las manos—dijo Alexei a mi lado y le miré fijamente.

Durante esos cuatro meses que había estado ausente había cambiado bastante. Su pelo había crecido un poco pero se había vuelto muy rebelde. Debajo de sus ojos azules, se encontraban varias ojeras. Su rostro, siempre serio, se notaba muy cansado. Parecía que no había dormido durante días. Alexei notó mi mirada y me miró fijamente a los ojos.

—Has envejecido—le dije de mala gana y él se rio. Su risa era algo que escuchaba únicamente cuando estaba a solas con él y se burlaba de mi. 

—Tengo 24 años—me dijo y yo levanté una ceja. Ya sabía la edad que tenía. Al fin y al cabo, había crecido junto a mí.

—Ya lo se—le dije—. Eres un vejestorio.

Bufé y Alexei se inclinó sobre mi. Le miré a los ojos cuando se quedó a centímetros de mi cara y estudié la opción de escupirle en la cara. Sería un desperdicio... pero gracioso. Sin embargo, antes de que pudiera hacer nada, sacó un cuchillo de su pantalón y me cortó la liga con la que me había atado.

Por fin libre, pensé cuando pude separar mis brazos. Me acaricié las muñecas y vi dos grandes marcas en ellas.

—Perdona—dijo Alexei—. No quería hacerte daño.

Me reí en su cara. Esa misma frase me la había repetido durante años cuando entrenábamos. Me derribaba y acto seguido se disculpaba. La primera vez, le creí. Era una niña de cinco años y era ingenua. La séptimo-cuarta vez, entendí que únicamente se burlaba de mí y empecé a enviarle a la mierda.

—Dejé de creer en tus disculpas hace años—le dije mirándolo con odio.

—Tu padre lo hace—replicó mientras se cruzaba de brazos y sus músculos se marcaban—. Al fin y al cabo, soy uno más de la familia.

Eso era cierto. Alexei era huérfano. Mi padre lo encontró mientras robaba un poco de pan de un hombre. Cuando mi padre le descubrió, huyó corriendo tan rápido que ningún miembro de la guardia real pudo alcanzarle. Al día siguiente, se lo volvió a encontrar y le ofreció entrenamiento, comida y techo. 

Al principio, Alexei iba a quedarse en los alojamientos de los novicios. Sin embargo, mi madre no pudo dejarle. Pensaba que era muy pequeño y que necesitaba un sitio mejor para vivir que en una residencia con varios chicos que le doblaban la edad. Decidió que se quedaría viviendo con nosotros. Yo no me quejé, tenía un añito.

Cuando mi madre murió, yo tenía cinco años. Mi padre, destrozado, nombró a Alexei como mi guardaespaldas y le mandó entrenarme. Desde entonces, casi todos los días de la semana me las pasaba con Alexei, ya fuera entrenando o estudiando con él vigilándome.

La cosa cambió un poco cuando mi padre me mandó a la "Royal Academy". Mis clases de autodefensa con Alexei habían desaparecido. Sin embargo, no podía librarme de él. Vivía en el internado a pocas habitaciones de mí y era como mi sombra. A pesar de mis insultos diarios, él nunca se separó de mí.

Hasta el día en que escapé de ese infierno.

—Llegaremos en poco—dijo Alexei y miré al frente. El coche conducía por un pequeño camino de piedra rodeado de árboles. Las flores decoraban todo el pasto y más allá, a lo lejos, se alzaba un antiguo castillo. Era de piedra y más grande de lo que uno se pueda imaginar. El coche entró en los terrenos del internado y rodeó la estatua enorme que había en la entrada para frenar el coche enfrente de dos puertas de roble enormes que se abrieron poco después.

Alexei bajó del coche y lo rodeó para abrirme la puerta. Suspiré y salí del coche para enfrentarme a cuatro furiosos ojos: los de la directora y los de mi padre.




The Royal AcademyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora