Cerré la puerta del despacho de la directora y me encaminé sin pensarlo hacia el exterior. Seguí el pequeño camino de piedra que había y llegué casi al borde del recinto. En una esquina, estaba la caseta de mantenimiento junto a dos salas que servían de almacén. Me dirigí hacia la ventana de una de las salas y la abrí. Hace años descubrí que tenía el cerrojo estropeado así que aproveché eso a mi favor.
Entré de un salto en la sala y caí de culo al suelo. No me acordaba que había un par de muebles viejos junto a la ventana. Solté una maldición y me senté en una de las viejas sillas que había en un rincón. Puse mis codos en mis rodillas y tapé mi cara con las manos.
Estaba harta del mundo.
Estaba harta de estar encerrada en esta cárcel. Estaba harta de mi padre por obligarme a estar aquí y tratarme como una niña. Estaba harta de la directora y de su intento infructuoso de ligarse a mi padre en cada reunión que tienen.
Y sí. Lo sabía.
Y también estaba harta de Madeleine. No es capaz de meter su estúpida nariz enorme en su culo y dejarme en paz. Si no supiera que es heterosexual, pensaría que esta enamorada de mí. O que tiene un extraño crush en mí.
Un trueno sonó y levanté mi cabeza. No sabía cuanto rato llevaba ya pensativa porque había oscurecido. Me acerqué a la ventana y observé como pequeñas gotas caían al suelo. Olía a hierba mojada y... algo extraño.
Olisqué más el aire y intenté adivinar el olor extraño. Era como una especie de olor dulce pero muy fuerte. Saqué un poco la cabeza por la ventana pero el olor a hierba era cada vez más intenso.
Saqué la cabeza de la ventana y me acurruqué en el suelo. Tenía frío pero no quería volver al edificio principal y ser objeto de cuchicheos. Me abrace a mi misma mientras cada vez llovía con más fuerza. Y entonces me permití pensar en mi madre.
La mejor mujer del mundo. Amable, preciosa y valiente. Sabía luchar como un guardia de rango negro y siempre tenía una sonrisa en la cara. Hasta que un tumor se la llevó por delante. Fue como ver una película a cámara lenta. Ver como la luz de sus ojos se desvanecía y como cada vez estaba más y más ausente.
Hasta que al final se fue.
Una lágrima traicionera cayó por mi ojo y me la saqué. Suspiré y me levanté para encaminarme hacia dentro del edifico cuando paré de golpe.
Había una figura mirándome a través de la ventana. Una figura completamente negra.
Grité y retrocedí hasta que me di un fuerte golpe en la espalda. Mi corazón iba a mil y rápidamente busque alguna cosa para defenderme. Miré a mi lados y rompí la silla en la que estaba. Cogí una de las patas con fuerza a modo de espada.
—Vengo en son de paz—dijo la figura y le reconocí al instante.
—Vete a la mierda—le dije y Mason entró por la ventana.
Mason aterrizó con elegancia y examinó la sala con cuidado.
—¿Así que esta es tu guarida?—preguntó Mason—. ¿Dónde siempre te escondes cuando te sientes mal y eres tan estúpida de no correr hacia mis brazos?
Le miré mal y Mason me guiñó un ojo. Me apoyé contra la pared y me abracé a mi misma.
—Me has asustado—le dije—. Pensaba que eras esa chica que he visto hoy.
—¿El fantasma?—preguntó Mason y alcé la ceja—. ¿No lo sabes? Todo el mundo dice que ves fantasmas. Que nadie se cuela en este recinto sin que los guardias lo sepan y que solo tú vieras una figura negra no tiene sentido.
—¿Tengo pinta de haber entablado conversación con alguien?—pregunté molesta—. Además, si me escapé una vez, es que la seguridad es penosa.
Mason soltó una risita y se quitó la chaqueta de su uniforme. Le miré fijamente mientras sus anchos brazos se tensaban. A veces me preguntaba porque seguía soltero siendo tan guapo como es. Mason acabo de quitarse la chaqueta y me la puso por encima de mis hombros. Le sonreí y me tape con ella.
—Has llorado—dijo mientras me miraba en la penumbra—. No me hace falta verte para saberlo. No por nada soy tu mejor amigo—alzó la mano y me acarició la mejilla. Varias lágrimas cayeron por mis ojos mientras Mason las iba secando suavemente—. Te diría que las princesas no lloran pero seguro que me pegas así que te diré que aquí estoy siempre.
No dije nada. Me puse la chaqueta y le abracé fuertemente. Mason me correspondió el abrazo y me alzó. Siempre hacía eso cuando me sentía mal. Era una parte muy importante de mi vida.
—Quieren expulsarme—dije entre sollozos.
Mason no dijo nada. Se quedo quieto y entonces me bajó.
—¿Cómo quemamos el edificio entonces?—preguntó y me reí.
Mason me cogió la cara con las manos y junto nuestras frentes.
—Eres muy fea—dijo después de un silencio y le pegué fuertemente.
Mason se rio y decidimos encaminarnos hacia el edificio principal. Llovía a mares y corrimos como niños pequeños por todo el patio hasta que nos topamos con una figura negra que corría por todas partes.
—Ahí estás—dijo la voz inconfundible de Alexei—. Llevo horas buscándote.
Alexei corrió hacia mí pero paro de golpe. Nos inspeccionó de cabeza a pies a los dos y se cruzó de brazos. Su rostro se ensombreció y por un momento no lo reconocí.
—¿Dónde estabais?—preguntó secamente.
—Hola Alexei—dije y pase por su lado—. Adiós Alexei.
Alexei me retuvo de la muñeca fuertemente y solté un grito. Le miré con odio y le di una patada en la espinilla para que me soltara.
—Tío déjala—dijo Mason tirando de mí suavemente.
—Soy su guardaespaldas—dijo.
—Serías más que eso si no fueras un cobarde que no es capaz de darse cuenta de lo que de verdad importa y de lo que no—dijo Mason sonriendo—. Hasta entonces, acostúmbrate a estar en segundo plano.
Mason me cogió de la mano y juntos entramos en el edificio principal. Me quedé mirando fijamente a Mason pensando en sus palabras y una parte de mí me dijo que mirara a Alexei. Giré mi vista pero lo único que vi fue su espalda mojada.
No me percaté de sus puños apretados.
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The Royal Academy
Teen FictionLa Royal Academy o como Emily la llama: cárcel para herederos al trono, es el internado donde se forman a los diferentes herederos al trono de todos los reinos del mundo. Emily, harta de las reglas (y de la vida en general), se escapa de ahí para vi...