Capítulo 19

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JULIO

Caminaba por el bosque lentamente sin hacer ruido. Había aprendido que caminando lentamente, se soportaba mejor el calor incipiente de Julio. Las hojas de los altos árboles creaban una especie de paraguas de sombra que mejoraban el ritmo de mi camino.

Si no estaba equivocada, no debía estar muy lejos de la frontera aunque era difícil saberlo porque me guiaba por un mapa medio roto. Era todo lo que tenía. 

Eso y una mochila con varias prendas de ropa que había "sustraído temporalmente". 

Mi estómago empezó a gruñir y me senté en el suelo a descansar. No estaba cansada pero la sensación de tener el estómago vacío era horrible. ¿Cómo podía soportarlo la gente que tenía recursos? ¿Cómo podía quejarme yo de tener demasiada comida?

Recosté mi cabeza contra el tronco del árbol y cerré los ojos respirando profundamente. Tenía que salir de ahí. No quería enfrentarme a la furia de mi padre si me atrapaban. No quería enfrentarme de nuevo a la Royal Academy. Y por último, no quería ponerme al frente de un reino.

No estoy lista ni lo estaré.

Soy un desastre. Apenas se cuidarme a  mí misma. ¿Cómo voy a cuidar un reino entero? ¿Cómo puedo seguir mirando a la gente a los ojos si resulto ser un fracaso? ¿Cómo puedo seguir adelante si por culpa mía alguien muere o pasa hambre?

¿Cómo puedo mirar a los ojos a alguien y decirle que va a ser condenado a muerte?

El solo hecho de pensar en esa idea, me revolvió el estómago y unas ganas de vomitar se instalaron en mi estómago. Para mi suerte, este estaba vacío y no llegó a suceder. Bufé y crucé mis brazos.

Descansaría un poco más.

Cerré los ojos y cuando los abrí me di cuenta de que me había quedado dormida. Estaba acostada sobre la hierba. Me levanté rápidamente y examiné los alrededores. Ni un ruido. Suspiré y empecé de nuevo mi marcha. Con suerte encontraría algo para comer.

Caminé varios metros mirando a todas partes en busca de algo de alimento: setas, bayas... Pero era inútil. Lo único que veía era tierra y varias hojas caídas de los árboles. El suelo estaba seco, señal de que no había llovido desde hacía días.

Tampoco iba sobrada de agua. La botella de plástico que había comprado con unas monedas que había encontrado en el suelo, era pequeña y bebía bastante agua.

"He escogido un mal mes para huir de mi casa" me quejé mentalmente.

Caminé durante aproximadamente una hora hasta que a lo lejos escuché varios sonidos. Me puse en alerta y me preparé para salir corriendo en cualquier momento pero después de varios segundos, me acerqué lentamente.

Los sonidos me guiaron hasta una pequeña cabaña en el bosque al lado de un riachuelo. Estaba hecha de madera en muy mal estado y las ventanas estaban rotas. Parecía abandonada. Me acerqué lentamente e inspeccioné los alrededores.

La puerta de la cabaña estaba rota y se veía un poco de dentro de la cabaña. Estaba llena de polvo y únicamente podía distinguir una mesa y una silla. Me alejé de la puerta de la cabaña y empecé  a dar vueltas en el perímetro. No me fiaba de nadie.

Tras cinco minutos dando vueltas, decidí que no había nadie en los alrededores y me dirigí al riachuelo. Dejé mi mochila a un lado y me quité la camiseta, quedándome en sujetador. Me quité los zapatos y entré al agua. 

El agua helada del río fue como un soplo de aire fresco. Mi cuerpo lo agradeció y decidí disfrutar de la sensación. Mojé mis brazos y finalmente me lavé la cara. No me atreví a beber el agua por las posibles bacterias que tuviera pero al menos me lavaría un poco. Cerré los ojos y me quedé en silencio. Menuda aventura esta viviendo esta princesa.

Disfruté unos momentos más del agua fría y me agaché para lavarme un poco el pelo. Mojé las puntas y lentamente hundí el resto de mi cabellera, provocando que una ola de frio me recorriera todo el cuerpo.

Sin embargo, una ola de ardor y fuego recorrió mi espalda en cuestión de segundos. Mi cuerpo resbaló y me caí de rodillas al riachuelo. El dolor de mis rodillas era minúsculo en relación con el dolor de mi espalda. Llevé mi mano a mi espalda mientras mi respiración era cada vez más pesada.

Entonces noté un cuchillo al lado de mi omoplato.

Quise gritar pero no salía nada de mi garganta. A duras penas de arrastre hasta la orilla y caí al suelo.

—Mierda Fred—gritó una voz femenina—. Es una persona normal, idiota—. Un cuerpo apareció a mi lado y me tocó la espalda—. De milagro no la has matado o dejado paralítica—. Otro cuerpo apareció a mi lado—. Hay que curarla o morirá desangrada.

—¿Qué dirán los líderes?—preguntó la voz masculina—. No es una de nosotros. Y ya sabes lo que opinan de los demás.

—Me importa una mierda lo que piensen dos estúpidos sentados en un sillón de cuero hortera—dijo la voz femenina—. Necesita un médico y tú poner en orden tus prioridades.

Giré mi cabeza lentamente y me fijé en las dos personas que habían a mi lado.

Había una chica de cabello rojo fuego mirando fijamente la herida en mi espalda. Tenía los ojos verdes y una pequeña cicatriz en la mejilla. Era muy sutil pero se veía desde dónde estaba. Llevaba unos pantalones negros y una camiseta roja con una chaqueta negra encima.

A su lado había un chico. Tenía el cabello rubio y se mordía las uñas. Movía la pierna constantemente, señal entiendo que de nerviosismo. Sus ojos marrones examinaban la zona y la herida y vestía exactamente igual que la chica.

—¿Cómo te llamas?—preguntó la chica cuando vio que estaba despierta.

Abrí la boca para hablar pero el chico llamado Fred me interrumpió.

—Mierda—dijo tirándose de los pelos—. Es la princesa.

La chica soltó un pequeño grito y me examinó con cautela. La miré y se sacó su chaqueta para taparme.

—No es seda cara como lo que debes usar pero te tapará mientras corremos por ayuda—dijo.

—Me van a cortar el cuello—dijo Fred.

—Calla imbécil—soltó la chica.

—No Anya no—dijo Fred—. Van a cortarme en pedacitos y me van a dar de comer a los cocodrilos.

—No tenemos cocodrilos—solté sin saber porqué. El chico me miró y empezó a dar vueltas alrededor nuestro.

—¿Y perros? ¿Leones? ¿Jaguares?—preguntó—. Oh mierda. Iré al zoo. Y lo peor es que siempre quise ir. Pero de visitante, no de comida...—paró de golpe y se volvió a agarrar de los pelos—. Mierda, ¿Y si me comen vivo y se les indigesto y sufro una muerte lenta y dolorosa en el estómago de un león? Soy muy guapo para eso.

—Sufrirás una muerte lenta y dolorosa como no cojas tu culo y me ayudes a llevarla a un médico—soltó la chica y me cogió del brazo. Sentí un dolor profundo y entre los dos chicos me levantaron del suelo. Solté un grito de dolor y mi visión se volvió borrosa.

—Lo siento—dijo Fred—. Ha sido culpa mía. Pensaba que eras uno de esos locos revolucionarios. Pero por favor no me cortéis en pedazos. O al menos dejar que conserve a mi amigo. El pobre casi no ha salido a la luz. Sería un crimen.

No pude decir nada porque en ese momento todo se volvió negro.


The Royal AcademyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora