Capítulo 4

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Caminé por el pasillo rabiando. Volvía a estar encerrada entre esas medievales paredes con poca conexión a internet. Camine pisando fuerte la moqueta mientras pensaba en la forma de volver a escapar. En ese momento odiaba a mi padre, a la directora, y a Alexei que estaba corriendo detrás de mí.

—Alteza espere—decía mientras corría—. Debe controlarse.

Le ignoré y seguí caminando. Me sabía los pasillos de memoria y hacía el recorrido con rabia y nostalgia. Había pasado tantos años planeando salir de ahí y ahora volvía a estar ahí dentro.

—Espere porfavor—seguía diciendo Alexei.

Le seguí ignorando y me dirigí escaleras arriba. La parte de abajo del internado estaba destinado a las clases y el comedor. Los pisos superiores estaban destinados a los alojamientos de los alumnos y los profesores así como los de los guardaespaldas. Subí las grandes escaleras de madera oscura que había en la entrada y tras caminar un poco me encontré con un pasillo muy conocido.  Era exactamente igual que los demás del edificio: ancho, con lámparas en la pared, con una moqueta blanca cubriendo el suelo de madera y con un papel de pared espantoso. Pero para mí tenía un significado especial.

Ese fue el pasillo donde le rompí la nariz a Madeleine Stuborn. Aquel precioso y lluvioso día de abril dónde la muy estúpida quiso culparme de que su batido de proteínas había sido envenenado y por eso sabía tan mal. Aquel precioso y lluvioso día dónde se pasó toda la tarde en la enfermería con una nariz rota y una buena cagalera.

Se lo buscó. A mi nadie me llama "princesa del chichinabo".

—Mira—le dije a Alexei—. Aquí le rompí la nariz a Madeleine.

—Sí—confirmó él—. Y te ganaste un buen castigo. Dos semanas ayudando en la biblioteca en concreto.

Sí. Esa fue la parte mala de todo ese asunto. Madeleine fue corriendo a la directora a acusarme y me castigaron. Aunque bueno, estar dos semanas castigada a cambio de cerrarle la boca a esa princesita... pues tampoco estaba tan mal.

Avancé por el pasillo y pronto me encontré con las habitaciones de los alumnos. Caminé sabiéndome de memoria el camino a mi habitación, pero Alexei me detuvo en una esquina.

—Quiero hablar contigo—dijo seriamente.

Rodé los ojos y le miré. Su cabello rubio estaba un poco sucio por lo que entendía que llevaba días sin descanso buscándome. Bueno, en concreto meses. Debajo de sus ojos azules, habían unas ojeras muy grandes y una parte de mí se sintió mal.

Esa parte rápidamente se fue cuando empezó a hablar:

—Eres irresponsable—dijo completamente serio.

Lo sabía. Muchas gracias.

—Tu padre ha sufrido mucho por ti. Creo que deberías replantearte esa actitud tuya.

Le miré con rabia a los ojos. Alexei no me caía bien. Desde pequeños siempre me ha molestado. Se creía mejor que yo en el entrenamiento y me consideraba como una pequeña y delicada flor a la que hay que cuidar por lo que constantemente me subestimaba

—¿Ahora me tuteas?—pregunté irónica—. Alexei no te entiendo. 

—Ahora estamos solos—dijo y me cogió del brazo. Una corriente eléctrica recorrió mi brazo y lo asocie a las ganas de pegarle una bofetada—. Escucha estaba muy preocupado—dijo y me puso un mechón de pelo detrás de la oreja. Que mono había sido. Lástima que fuera idiota—. ¿Y si te hubiera pasado algo? No es que seas la mejor combatiendo...

Eso fue el colmo. Llevaba un día demasiado malo como para escuchar a Alexei repetir que no sabía defenderme sola. Con una sonrisa en la cara, le acaricie lentamente la mejilla como si fuera algo muy delicado y levanté la rodilla para darle en la entrepierna.

Alexei soltó un quejido y se cayó de rodillas al suelo. Le dediqué una de mis sonrisas y seguí avanzando por el pasillo buscando mi habitación. 102, 103... mi habitación era la 114. Lo único bueno de esta cárcel es que las habitaciones eran individuales, lo cual era una ventaja a la hora de irse a dormir a las tantas. 

Tras pasar por delante de varias puertas, por fin llegué a la puerta 114. Era una puerta blanca con una pequeña mirada y mi nombre escrito en una placa al lado. Suspiré y cogí las llaves de la habitación del bolsillo para meterlas en la cerradura cuando algo me tiró hacia atrás y me giró.

Era Alexei.

Antes de poder insultarle en todos los idiomas que conocía, me cogió las llaves de la mano y me estampó contra la pared. Nuestros cuerpos quedaron juntos y junto su nariz a la mía. Estaba tan cerca que en esos momentos no sabía si quería darle una bofetada o otro rodillazo.

—Me has sorprendido. No eres tan débil como creía—dijo con una voz ronca.

Sentía aún más rabia si era posible. Intenté pegarle con la mano que tenía libre pero la cogió al aire. Gruñí. Estaba completamente inmovilizada.

—¿Os vais a besar o tengo que empujar a Alexei para que lo haga?

Alexei se separó de mí y miró hacia dónde venía la voz. Apoyado contra la pared del pasillo, se encontraba un chico moreno y de ojos castaños mirando la escena con diversión. Su uniforme estaba arrugado y la corbata la tenía desecha. Tenía las manos en los bolsillos y muchas ganas de soltar comentarios sarcásticos. Conocía de sobras a ese chico: Mason Teenleem.

Mi mejor amigo.





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