Capítulo 1

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El olor a chocolate caliente me inundó las fosas nasales y disfruté de ese momento lo máximo que pude. Aspiré y enseguida me llevé a los labios ese líquido calentito y dulce. Estaba delicioso, como aquellos postres que solía comer antes. Deje la taza en la mesa y pocos segundos después estaba rellenándose.

—Gracias María—le dije a la camarera con una sonrisa.

María, una señora de cincuenta y muchos años, me sonrió dulcemente y me guiñó un ojo. Ese gesto la hizo parecer aún más joven de lo que aparentaba.

—Gracias a ti por ayudarme con la cafetería mientras estaba con gripe—dijo y sacó una galleta de su bolsillo. La examinó varios segundos y me la dio—. ¿Ahora me dirás porque vas sin rumbo? No me tomes a mal. Los cuatro días que has estado aquí me has ayudado mucho pero por lo que me has dicho no tienes casa— se apartó un mechón de pelo negro de su frente—. Si no tienes trabajo te puedo ofrecer un techo y comida. 

Agradecí mentalmente la propuesta de María. Sin duda no tenía dónde ir pero cualquier sitio era mejor que volver a mi casa o a esa estúpida cárcel con colchones caros y sábanas de seda. 

—No gracias—dije aún queriendo hacerlo—. Ya ha sido demasiado amable confiando en una extraña.

Y era verdad. Cuándo llegue hace cuatro días, era una completa extraña a sus ojos. Una completa extraña que no pudo evitar ofrecerle su ayuda cuándo se dio cuenta de que estaba enferma y no tenía ayuda en la cafetería. Sin embargo, no podía quedarme más tiempo del necesario. Seguía en busca y captura y aún tenía que reunir el dinero suficiente para poder irme del país.

—¿Seguro?—preguntó con un poco de pena en su voz—. ¿Puedo ofrecerte al menos una ducha? Estás bastante sucia y sudada de trabajar tanto.

Eso también era verdad. Estaba sudada por todo el trabajo y mi cabello castaño, que hasta hace unos meses brillaba con luz propia, estaba grasoso y sucio por todo el esfuerzo. No ayudaba el hecho de que acabábamos (hace unos días) de entrar en septiembre y aún así hacía mucha calor.

Antes de poder responder, la puerta de la cafetería se abrió. Tanto María como yo, miramos hacia la puerta y yo me congelé.

La guardia real.

No me habían visto. María me servía como una cobertura. Aún así estaba segura de que en el momento en que María se moviera, me detectarían. Angustiada y alarmada, miré a todos los lados buscando alguna escapatoria. Mi mente recordó la puerta para empleados que había en la cocina.

—María tengo que irme—dije—. Nono, no te muevas. Me están buscando. No soy una delincuente—añadí cuando vi cómo abrían los ojos—. Bueno... insultar a mi padre en teoría es un crimen pero es mi padre y no cuenta... oh espera... hace unos años hice que dos cangrejos que robé de una pescadería se pelearan a muerte en mi patio... ¿Eso cuenta? En fin—añadí al final—. Tengo que llegar a la puerta de la cocina. ¿Puedes cubrirme?

María me guiñó un ojo mientras asentía y se encaminó hacia la guardia real que acababa de entrar en la cafetería. Me agache debajo de la mesa y me escondí bajo el pequeño mantel. A escondidas, escuché como María obligaba a la guardia real a sentarse si querían hablar con ella a pesar de que ellos se negaban. Una vez estaba segura de que se habían sentado, salí de debajo del mantel y a gachas caminé por detrás de las mesas hacia la puerta de la cocina.

Una vez llegué a la puerta de la cocina, la abrí con sumo cuidado y me interné dentro. Suspiré y corrí hacia la puerta sin pensarlo. La abrí y solté un suspiro una vez estuve en el callejón de detrás de la cafetería.

El alivio me duró poco. Una vez abrí los ojos me encontré con uno de los coches de la guardia real esperando enfrente. No esperaban mi llegada porque los dos guardias que habían, despegaron su vista del teléfono y me miraron como si acabara de ver a un fantasma.

Eran novicios. No lo sabía únicamente porque conocía a toda la guardia real (más que nada porque les quemaba la ropa cuando me atrapaban tras salir de mi casa a escondidas) y ellos eran jóvenes y extraños, sino porque sus chaquetas de cuero tenían una tira blanca. 

Los uniformes de la guardia real consistían en una chaqueta de cuero con unos pantalones negros. Los diferentes rangos de la guardia real se distinguían por las tiras que llevaban las chaquetas: una tira blanca, suponía que eras novicio; una tira azul, habías sido ascendido a guarda de menor nivel; una tira roja, suponía que eras bueno; y una tira negra, suponía que eran la creme de la creme.

En mi opinión, una absoluta gilipollez.

Uno de los novicios saltó del susto y busco algo en su chaqueta. Entonces, tras mucho buscar, sacó una foto mía y la alzó para compararme. Se dio cuenta de que era yo y se pusieron en modo ataque.

—Madre mía...—dije y esquive uno de los golpes que me asestaron. Si mi padre lo viera... ya estaría gritando que porque intentaban hacerle daño a su princesa.

Agarré el brazo del novicio y lo doble hacia atrás. El novicio gritó y su compañero se abalanzó sobre mí. Empujé al novicio que tenía en mis manos contra el otro y ambos cayeron al suelo. No me quedé a esperar al resto de la guardia real. Esquivé el coche y salí corriendo del callejón calle abajo. Corrí lo máximo que pude hasta internarme en un bosque. Corrí varios minutos y no me paré por nada. Sabía de sobra que los guardias que habían entrado no eran novicios y estaban muy bien entrenados.

Corrí varios metros por el bosque cuándo escuché a lo lejos el sonido de varios coches pasar. Quizás encontraba a alguien que quisiera llevarme. Sino, simplemente les obligaría. No era partidaria de usar la coacción real pero era una situación de vida o muerte.

Corrí y salté hacia la carretera. A lo lejos vi como los faros de un coche se acercaban. Empecé a hacerle señas cuando de repente algo me cogió de los brazos y me tiró al suelo. Me caí de espalda en la hierba del bosque y miré a mi agresor.

Alexei Petrov.

Estúpido Alexei Petrov.

—SUELTA IMBECIL—le grité pero él ya me había inmovilizado ambos brazos.

—Alteza, no es el vocabulario adecuado.

—GILIPOLLAS—le grité mientras me retorcía.

—Vamos a llevarla a un lugar seguro—dijo mientras me sostenía con una mano y con la otra se rascaba su pelo rubio—. No se resista.

Aproveché que estaba distraído para intentar darle una patada en sus zonas nobles pero me esquivó como si fuera un simple bicho. Le miré a los ojos esperanzada de que se notara el gran odio que sentía por él.

Por el imbécil de mi guardaespaldas.


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