𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟒

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Allie

Sus ojos eran hermosos a la luz de la luna. Su risa era una hermosa melodía para mí. Mientras más se acercaba, mis ganas de querer probarla aumentaban. Me concentré en esos labios. Se veían tan suaves y húmedos. Estaba descontrolada, pero intenté acercarme a ella...


Me desperté bastante mareada, adolorida de hecho. Me dolía la cabeza y los pies. Anoche había bebido un poco... bastante. Si mi madre me veía así me mataba. Lo que me estaba matando en estos momentos era la luz que entraba por la ventana. Mire a mi alrededor y me encontraba en una cama mucho más grande que la mía. Tenía sábanas blancas y a mi costado una mesita de noche donde había un par de pañuelos revueltos, una lámpara, mi celular, y algunos envoltorios de golosinas. Definitivamente el desorden gritaba "casa ajena". 

Decido incorporarme sobre la cama y prestar más atención a mi entorno. Eso implicaba esforzar mi puta vista. A mi lado, George estaba durmiendo plácidamente con un pie fuera de la cama. Roncaba como un puto cerdo y su almohada estaba toda babeada. Decidida, moví las sabanas para poder levantarme. Tenía mi cita con mi psicóloga dentro de poco tiempo, así que debía cambiarme lo más rápido posible e irme de aquí. Tenía una remera muy larga, que supuse que era suya, y hago el torpe intento de quitármela. ¿Dónde carajos estaba mi ropa?

—Si vas a escaparte sin siquiera decir gracias, se más cuidadosa. —la voz de George se escuchaba ronca. Miré hacia él y, definitivamente se había levantado de su octavo sueño. Su pelo rubio estaba alborotado y me miraba con los ojos entrecerrados. —tengo más tetas que tú. —me di cuenta que estaba en corpiño. Abrí los ojos sorprendida ante el comentario y me cubrí el pecho con la remera nuevamente.

—Gracias. Por alegrarme la mañana. —le dije y le lancé una falsa sonrisa, a lo que él rio.

—Era broma, Allie. O no... —lo fulminé con la mirada y el me levantó el dedo del medio, riéndose de mí. Estaba acostumbrada a ello, ya que le encantaba verme enojada. Le encantaba romperme las pelotas desde temprano, cada vez que podía, en el momento que sea.

—¿En qué momento llegué aquí?—. Pregunté cambiando de tema. No recuerdo como había llegado ahí. Se incorporó sobre la cama antes de hablar.

—Estabas bastante ebria. Y sabes que había cero chances de que te lleve a casa estando ebria. Si tu mamá te veía así te mataría. A mí y a ti.

—Entiendo. Gracias. —dije de buena manera. —¿Dónde putas está mi ropa?

—Ah, si. Tu ropa. Esta para lavar. —contestó. Esto debía ser una jodida broma. Tenía cita con mi psicóloga y no debía llegar tarde. ¿Se supone que ahora tengo que ir a mi casa así? ¿En pelotas?

—Pero...

—Está toda vomitada. —interrumpió. —pero puedes llevarte mi ropa. O puedes esperar a que se lave.

—No. No, no y no. Me tengo que ir cuanto antes. Tengo cita con mi psicóloga y no pue...

—¡¿Cómo que una cita?! ¡Eso es ilegal!—. Me gritó como si hubiese presenciado un crimen. Suspiré hondo y lo miré serio.

—Tres cosas...George. Tres cosas. —remarqué. —Primera. Necesito que dejes de interrumpirme cuando hablo. Segunda. No tengo una puta cita romántica con mi psicóloga. Tercero. ¡No me grites!—. Imité su voz con esto último. Siempre me decía eso cada vez que yo estaba enojada.

—Estás jugando con fuego... ¡Ven aquí! —me gritó y comencé a correr por la habitación cuando el empezó a perseguirme. 

La inmadurez que había entre nosotros estaba casi intacta desde nuestros 5 años. Le gustaba mucho correr como a mí. Así que nuestro juego favorito era perseguir al otro. Pero nuestras madres no nos dejaban después de que George haya pisado una botella. Recuerdo ir a su casa todas las tardes para burlarme de lo ciego que fue. Sin duda una amistad muy...sana.

Los ojos nunca mienten © [Sin Editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora